EL ROL DE LOS ESTADOS EN LA CRISIS ENERGÉTICA (Parte I)

Molino de Agua, Vincent Van Gogh, Museo Thyssen, Madrid.

 

El rol de los estados en la crisis energética actual a través de sus políticas
(Primera Parte)

Autora:  Laura V. Canale* (@LauVic)


El consumo de energía no es contaminación


La historia de la energía es la historia de la humanidad. Lo podemos apreciar desde la época de los primates que aprendieron a dominar el fuego, pasando por los molinos de agua que utilizaron los griegos y que luego perfeccionaron los romanos para aprovechar la energía cinética del movimiento del agua y realizar así trabajos duros para una persona. Posteriormente, en el período neolítico, con la utilización de animales para trabajar la tierra cuando el hombre pasa de ser nómade a ser sedentario y establecerse en determinadas zonas del planeta.

También se observa con la revolución industrial y el uso de combustibles fósiles, viviendo la humanidad una transformación sin precedentes en todos los parámetros de desarrollo humano en que se quiera medir (incremento de la esperanza de vida, disminución de la mortalidad infantil y de la pobreza, incremento de la renta per cápita, etc.) desde el año 1.800 hasta la actualidad.

Esta transformación, como digo, no es casual y se encuentra muy ligada al dominio de la energía fósil que arranca con el carbón en el S. XVIII, pasa luego por la era del petróleo principalmente en el S. XX y con el desarrollo muy importante del gas durante la segunda mitad del S. XX, además de otras energías como la nuclear, la hidráulica y las renovables actuales.

Literalmente la historia del ser humano es la historia de la energía. El avance de la humanidad se produce porque somos capaces de dominar y de consumir cada vez más energía. La energía es lo que nos permite desarrollar una economía industrial mucho más amplia que la que pudiéramos desarrollar simplemente con nuestra fuerza animal.

La energía, además de ser un bien escaso en la naturaleza, se la considera como un bien intermedio; ya que es un medio para obtener y consumir otros bienes. Cada producto que se adquiere, ya sea un bien o un servicio, dentro de las materias primas con que se fabricó, incluye a la energía. Cuando nos estamos calefaccionando, estamos utilizando energía que hemos transformado en calor a través de un proceso, e igual sucede con la electricidad o bienes materiales o demás procesos industriales. Por lo tanto, la energía es un costo del bien a consumir. Es muy importante tener presente la idea de costo en medio de la actual crisis energética mundial.

Muchos gobiernos suelen confundir a la energía con algunos de los efectos que produce la misma, asociando el incremento del uso de la energía con el incremento de la contaminación ambiental. El consumo de energía no es contaminación.

Las grandes ciudades occidentales y buena parte de las asiáticas, como el caso de la provincia china de Hubei, y en la India, han disminuido en términos generales en estos últimos 15 años sus niveles de contaminación pese a producirse un fuerte incremento en el consumo de energía, incluso antes de la pandemia por COVID.

Fuente: Personal del Banco Mundial. Datos obtenidos de OpenAQ (https://openaq.org/) para las mediciones de PM2,5 y NO2 registradas por monitores a nivel del suelo para China, y de la Junta Central de Control de la Contaminación (CPCB) de India (https://www.cpcb.nic.in/).


Partiendo entonces de esta idea, se observa que los diferentes gobiernos aplican a la energía de origen fósil una fiscalidad mayor con el objetivo de disminuir su consumo o de aumentar la eficiencia.

Estas medidas están teniendo repercusiones negativas porque al ser la energía un costo, si se incrementa, entonces aumenta el precio del producto o el servicio final. Lo que trae aparejado a su vez un incremento en la recaudación impositiva, algo inherente a la naturaleza de los estados para alimentarse a sí mismos y sobrevivir. El zorro puesto a cuidar el gallinero.

El Estado alega la eficiencia energética que es algo que naturalmente se intenta en todo proceso por el cual se busca producir lo mismo utilizando menor energía y, por lo tanto, generar mayor riqueza. De este modo se reservan recursos para utilizar en otras cosas. Los empresarios, al aumentar sus beneficios, son potencialmente capaces de reinvertir en nuevos negocios para seguir generando mayores beneficios. Los particulares, al reducir su consumo de energía manteniendo sus niveles de confort, conservan los recursos para utilizar en otros bienes de consumo, para ahorrar o para lo que quieran hacer.

En los últimos 30 años ha caído un 30% el parámetro denominado intensidad energética que es la cantidad de energía que se necesita para producir la misma unidad de producto. Es evidente que con políticas o sin ellas, los actores económicos buscan mayor eficiencia energética que se traduce en una disminución de la intensidad energética.

Europa desde hace unos 25 años lidera la lucha contra el cambio climático y a favor de la descarbonización de la economía, desde el Protocolo de Kyoto o incluso antes, decidiendo la reducción de emisiones de CO2 en un 55% para el año 2030 respecto a las emisiones en 1990. Lo encara principalmente a través de dos frentes: aumentar la eficiencia energética con reducción de consumo, y el cambio de tecnologías con las que produce la energía.

Pero la realidad indica que, en los 7 años que restan para llegar al 2030, tiene que caer el consumo de energía primaria más de un 15%.  En la década anterior (2010 / 2020) cayó aproximadamente un 10%, computando la crisis del COVID y los coletazos de la crisis inmobiliaria y bancaria provocada por la burbuja de los años 2008/2009. Esto significa que incluso en una época de turbulencia económica, la reducción en el consumo de energía primaria ha sido menor aún a la que se necesita obtener en los próximos 7 años. Una encrucijada de difícil solución.

Mas del 80% de energía que se consume en el mundo actualmente es de origen fósil.

Como ya señalé, el mayor consumo de energía se traduce en más desarrollo para todos pero especialmente para poblaciones enteras que hoy están fuera del círculo virtuoso que otorga una sociedad industrial alimentada por un gran consumo de energía. Por lo tanto, eliminar al 2050 las energías fósiles es una aventura imposible de realizar, salvo un milagro tecnológico (que tampoco va a suceder porque ello incluso demanda su tiempo).

Las grandes transiciones energéticas de la humanidad tardan entre décadas y siglos. La utilización de energía a base de carbón, que fue dominante durante la segunda mitad del s. XVIII y sobre todo durante el s. XIX, tarda en ser superada por el petróleo casi 60 años. El consumo de petróleo superó al de carbón recién en 1969, y así todo no lo sustituyó sino que únicamente lo superó. Las revoluciones energéticas tienen lugar porque la nueva fuente supera en consumo a la que se venía utilizando mayoritariamente pero no porque ésta desaparezca o disminuya. Es de destacar que el consumo de carbón a nivel mundial entre 1960 y 2022 se ha triplicado.

Posiblemente el consumo de gas, de aquí a 15 o 20 años, supere al consumo de carbón y petróleo. Esto significará que se han demorado otros 50 o 60 años en producirse un salto o una transición energética del carbón y el petróleo al gas. Ahora, en cambio, lo que se está planteando es que en 25 años directamente se va a eliminar el consumo de energías fósiles y sustituirlas por energías renovables, o renovables + nuclear.

La transición energética tiene mucha importancia y es, sin duda, necesaria. Al ser la energía que se consume mayoritariamente de origen fósil, los yacimientos de petróleo, gas y carbón en algún momento se irán agotando y la extracción de esos recursos será cada vez más complicada y más costosa. Y desde un punto de vista geopolítico, por lo general, esos recursos están ubicados en lugares inestables y pocos fiables para la seguridad energética de un país.

Además las energías fósiles son sucias ya que emiten partículas en suspensión, emiten óxidos de nitrógeno y otros elementos que no son buenos para el ambiente y para la salud del ser humano.

Lo que no se puede es acelerar los tiempos de esa transición a través de la dirección/imposición gubernamental por que perjudica al bienestar de la población en general que busca y necesita un consumo de energía cada vez mayor.

En la segunda parte de este articulo desarrollaré el “trilema” con que se encuentran los gobiernos dentro de este complejo proceso de transición energética.

 

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Dra. Laura Canale:

* La autora es Abogada Especialista en Derecho Ambiental por la Universidad de Buenos Aires, Asesora en cuestiones ambientales y Docente Universitaria.

 

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Continúa en Parte II.

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Agradecemos la difusión del presente artículo:   

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