EL ÚLTIMO VERANO
Alguien debería recordar a estos matasietes que las milicias arcoiris de la OTAN no son ni un mal remedo de la Wehrmacht
Autor: Sertorio
Nota original: https://elmanifiesto.com/tribuna/11765810/El-ultimo-verano.html
¿Se mandarán soldados europeos a la picadora? ¿Nuestros hijos morirán por Zelenskii? ¿Se usará armamento nuclear contra Rusia?
Hace un año, los mandos de la OTAN nos dijeron que el rugir de los tanques occidentales crearía tal pánico entre los cobardes, borrachos e ineptos rusos que sus tropas, mal adiestradas y peor mandadas, saldrían corriendo como gamos. Era cuestión de días, quizá de semanas, la llegada de las vanguardias ucranianas al mar de Azov. ¿Se acuerda alguien de aquello? El frente, sin embargo, apenas se movió; la llamada Línea Surovikin sufrió unos leves roces y la pequeña aldea de Rabótino se convirtió en la única ganancia del poderoso ataque de la OTAN. Noventa mil de los mejores soldados ucranianos fueron muertos, heridos y prisioneros. Hace unos pocos días, Rabótino pasó por completo a manos rusas y Ucrania ha perdido en este tiempo el bastión de Avdeevka, desde el que bombardeaba a placer a la irreductible Donetsk, que ha soportado con estoicismo diez años de ataques; el frente del Donbass se perfora en espacios cada vez más grandes y los avances de las tropas del Kremlin son cada vez más rápidos y numerosos. Hace unas semanas, cuando los rusos irrumpieron en el norte de Járkov, la gran sorpresa fue la inexistencia de unas fortificaciones presupuestadas y pagadas por la OTAN, pero que nadie construyó aunque alguien las ha cobrado. Nada nuevo para quien conozca la historia de Ucrania en los últimos cuarenta años.
Todo el mundo sabe que Ucrania no puede ganar. Pero ésta no es ya la guerra de Ucrania, sino la de la OTAN, la de Biden (que ahora se quiere desentender de ella), la de Macron, la de Stoltenberg y... la nuestra, pues no le quepa la menor duda al lector español de que vamos a pagar un precio por esta aventura. Porque las apuestas están subiendo y ya se habla sin tapujos de intervención europea en suelo ucraniano, de ataques en el interior del espacio ruso y del posible uso de armas nucleares tácticas. Hace dos años todavía resultaba inconcebible pensar que Alemania iba a entregar sus tanques Leopard a Kíev. Y para qué hablar de cazabombarderos F-16 o de baterías Patriot. Sin embargo, está en auge el menosprecio de los occidentales hacia Rusia, mal contagioso y hereditario, que parece producirse una vez por siglo y que siempre acaba muy mal para quien lo sufre. Bálticos, fineses, polacos y escandinavos arden en deseos de entrar en guerra; de hecho, ya son parte del conflicto y piden a gritos que nos incorporemos a la matanza, que intervengamos en una nueva Operación Barbarroja. Alguien debería recordar a estos matasietes que las milicias arcoiris de la OTAN no son ni un mal remedo de la Wehrmacht. Y que la Wehrmacht, pese a todo su potencial tecnológico y profesional, fue aniquilada en tres años. ¿Lee libros de historia esta gente?
La única manera razonable de derrotar a Rusia es que ella misma se pegue un tiro. La invasión polaca de 1610-1613, la guerra contra el Japón de 1904-1905 y la victoria alemana que llevó a Brest-Litovsk, se produjeron por debilidades internas, por problemas estructurales y por intrigas políticas rusas. Pero los vencedores no salieron tampoco muy bien parados: en 1612 los polacos fueron expulsados de Moscú por un ejército popular. Las conquistas de los alemanes en 1918 fueron efímeras y costosas. Japón, vencedor militar en Manchuria, quedó tan agotado que no le quedó más remedio que firmar la humillante paz de Porstmouth, en la que Sergéi Witte acabó dictando las condiciones al Mikado. Tan calamitosa fue la paz que en Tokio se produjeron graves disturbios. Recordemos que la URSS se retiró de Afganistán por causas mucho más económicas que políticas o militares, dada la postración del final de los años ochenta. Como la antigua Roma, Rusia puede soportar las victorias de un Pirro, de un Brenno, de un Aníbal, de un Mitridates, de un... Sertorio, pero su capacidad de resistencia agotará a los más brillantes caudillos y sus colosales conquistas sólo rematan su perdición. Sólo la Guerra de Crimea (1854-1856) acabó bien para sus enemigos, dado lo limitado del escenario, el gran atraso ruso en tecnología militar y la debilidad de su flota. No es ése, precisamente, el caso del enorme frente ucraniano ni de la producción rusa de armamento, que ha demostrado ser bastante más numerosa y práctica que la occidental. Sólo en lo naval lleva ventaja la OTAN con el eclipse de las grandes unidades de superficie, víctimas de los drones.
Los fenómenos políticos y económicos con los que contaban los estrategas globalistas no se produjeron: la economía rusa no sólo ha sobrevivido a las sanciones, sino que responde mucho mejor que la europea, que es la principal víctima de su propia política. Tampoco ha habido conjura de los boyardos, al revés: la oligarquía ha sido descabezada y el poder de Putin es aún más fuerte que en 2022. Teniendo en cuenta que las figuras más populares en Rusia en estos años han sido Surovikin, Prigozhin y Kadyrov, es de suponer que, si se desatara la ira popular contra el gobierno del Kremlin, sus sucesores no serían precisamente unos liberales europeístas, dispuestos a trocear su país en beneficio del capitalismo yanqui. Aparte de este factor interno, Rusia cuenta con el apoyo inquebrantable de China, que sabe que su aliado eurasiático es quien mejor puede cubrir sus necesidades estratégicas, tanto por formar un inmenso bloque geopolítico como por su abastecimiento de materias primas e intercambio de tecnología, por no hablar de los aspectos militares, ya que permite concentrar el esfuerzo bélico chino en el frente del Pacífico y no temer otro escenario bélico en Asia Central y en su extensa frontera norte.
Ante semejante situación, lo más sensato sería sentarse a negociar, cosa a lo que la OTAN se negará siempre que pueda sacrificar a sus peones ucranianos, que son lo que menos cuenta: cada día de combates es un clavo más en su ataúd. La negativa a negociar del gobierno de Kíev sólo obra en su perjuicio. ¿Qué pasará cuando el Maidán ya no pueda enviar más carne de cañón nativa al frente, cosa no lejana? ¿Se mandarán soldados europeos a la picadora? ¿Nuestros hijos morirán por Zelenskii? ¿Se usará armamento nuclear contra Rusia?
Hace unos meses habríamos contemplado estas posibilidades como simple política-ficción. Hoy, con estos gobernantes y con los paroxismos de su rusofobia, sólo me queda recomendarles que disfruten todo lo que puedan de este verano y que pasen mucho tiempo con sus hijos. Gocen de un estío que tan ominosamente se parece al de la crisis de Sarajevo. Recuerde el lector que los que mandan ya dan la guerra por inevitable y que nuestras vidas y haciendas no les importan nada.
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