NADIE ES LA CULTURA

La copia de la copia de una monserga monocorde.


Autor: Maximiliano Gerscovich (@_Max_Gerscovich)


Presentación ante la Comisión de Cultura

Cámara de Diputados de la Nación

 

NADIE ES LA CULTURA. Reitero: nadie es la cultura. Nadie es el arte, ni siquiera el arte que dice ejercer, nadie representa al arte. Ninguna organización, ninguna asociación, ningún sindicato representa a todos los artistas, que en realidad son, somos, artesanos, y no todos idóneos por igual.

Lo que nos convoca hoy al debate es nuestro oficio, nuestros oficios, no los espejos deformantes de un laberinto del ego como el de La Dama de Shangai, en el que tantos siguen atrapados en sus propias imágenes paganas.

La ley de cine de los años 90, que está en vigencia, dejó a la “industria” a merced de las autodenominadas entidades. Habría que resucitar a Heidegger para que nos explique qué son “las entidades”, de lo que no hay duda es que detrás de esa autocelebración ontológica, las entidades tienen el monopolio estético, ético e ideológico del cine argentino, y es ese poder el que no van a entregar sin oponer una resistencia caprichosa y escandalosa, pasos de sainete aferrados a un guion de hierro, declamado y sobreactuado hasta el paroxismo cada vez que alguien osa poner en tela de juicio el castillo de naipes que habitan los okupas de la cultura. Voy mencionar dos de las innumerables paradojas y contradicciones en las que cíclicamente incurre la historia oficial de este conglomerado de gremios de nuestro medioevo audiovisual.

1- Se jactan de practicar un cine “de arte” o “de autor”, o de la etiqueta que inventen los críticos ad hoc para vender la moda de turno, desprecian el cine comercial y la TV, pero no tienen ningún prurito en recibir los subsidios del Fondo de Fomento del INCAA que proviene del 10% de todas las entradas DE ESE CINE MASIVO y del 25% que dejan los canales de televisión en el ENACOM, el aroma comercial de esos billetes pareciera ser una fragancia adictiva para sus narices voraces.

2- En esos años 90 de la ley de cine, al calor del fin de la historia de Fukuyama, pergeñaron el slogan “pensamiento único”, para denunciar una imaginaria tiranía ideológica en las industrias culturales y los medios de comunicación, mientras esos mismos intelectuales orgánicos copaban el sistema educativo y toda forma de comunicación y manipulación de masas, logrando en tres décadas que el pensamiento único sea el de ellos. La ley de cine fue un instrumento clave en esa batalla ideológica ganada por la casta cultural que sí impuso un régimen que persigue los crímenes de pensamiento. Hoy una palabra puede llevar a un individuo ante un tribunal. Orwell sólo erró con el año.

El INCAA no existió siempre. Antes del Instituto y del modelo de subsidios se hizo un cine industrial y profesional en Argentina, estructurado a la manera de los estudios de Hollywood y el star system de los años 20, 30 y 40, una maquinaria con un modelo de negocio exitoso que nunca tuvo que depender del Estado, ni de la extorsiva “generosidad” de fundaciones y festivales extranjeros, lo cual nos lleva a la tercera paradoja de nuestros revolucionarios del celuloide: plagaron sus discursos y sus películas de una épica “antiimperialista” mientras obedecían con la más rastrera sumisión las órdenes estéticas y principalmente de propaganda ideológica ordenadas desde Cannes, Berlín o Roterdam, porque si hay algo que no hicieron ni harán nunca los titiriteros es permitir a sus marionetas bailar al son de su propia música ni, menos que menos, regalar su dinero a cambio de nada.

Otra vez: batalla cultural pura y dura, nada de arte, nada de autores, nada de voz propia ni de libertad, la misma pata colonial sobre nuestras cabezas, esta vez sobre nuestras imágenes, ideas y sueños en vez de nuestros cráneos. Parafraseando a Ginsberg: he visto a los mejores productores de mi generación reducidos al indigno papel de gestores mendicantes de subsidios. El daño también es autoinfligido.

En la primera versión de la Ley Bases, en su sección sobre cinematografía, había una propuesta seria y profesional, bien pensada, bien elaborada, que reordenaba la estructura del INCAA y proyectaba una industria audiovisual saneada de corruptelas, endogamias y malversación discrecional del poder. Pido a los legisladores que retomen ese camino de liberación de una servidumbre cultural que nos enterró en un pozo de mediocridad. Un primer paso para liberar nuestras fuerzas productivas artísticas y culturales, liberar a quienes imaginan, crean y producen del yugo global y del colaboracionismo local de las quintas columnas de ese poder omnímodo y sofocante y, al fin, liberar al público de la copia de la copia de una monserga monocorde multiplicada ad nauseam, latinismo que hoy, como nunca, expresa un malestar del cuerpo social, que es también el malestar intelectual y moral de ya no poder digerir más mentiras.


Monocorde.


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