AROMA A TABACO
Autor: Juan Martín Perkins
Transcurro la semana con el vértigo de no tener idea sobre la columna que voy a escribir.
Hasta el último día es una incógnita porque con el kirchnerismo conspirando en la oposición, los aviones chocan con torres gemelas a cada rato.
Pensé en escribir sobre el día del maestro, para hablar de Sarmiento y su gran ministro de educación, Nicolás Avellaneda, que luego fué presidente a los 37 años.
Me dio fiaca.
Estoy cansado de que me puteen, pero no podría evitar decir que reemplazar el nombre del acceso Avellaneda por acceso Kirchner, es de infradotados e irrespetuosos.
Y digo todo, reemplazar a Mitre por Alfonsín, también. Injusto, arbitrario y mediocre.
Finalmente, como todo el vértigo semanal me pareció impresentable, les voy a contar lo único que me inspiró emoción.
Hace un año murió mi suegro y mis cuñados vendieron su casa en la calle Nicaragua.
Esta semana tuve que acompañar a mi mujer a retirar las cosas que heredó.
Nicaragua fue un templo sagrado que me daría mucho orgullo describir, pero no voy a hacerlo porque sería violatorio de la intimidad familiar.
Puedo sí, contar que mi suegro fue un gran Señor con el que tuve el privilegio de conversar durante más de 30 años.
Desde aquel día en que le pedí la mano de Josefina hasta su muerte, siempre nos tratamos con respeto y sincero afecto. Nunca me dio cátedra sobre cómo vivir.
Me bastó y sobró su ejemplo de vida silencioso y sin jactancia ni declamaciones.
Ayer, entré por primera vez a su cuarto-estudio-biblioteca, el ambiente desde donde partió de este mundo.
Se fue rezando junto a su hija Josefina, mi mujer, que tuvo el regalo de poder acompañarlo.
Recorrí la biblioteca, uno por uno todos sus libros ajados por tantos años de lecturas y consultas. ¡Un siglo!
Me enseñó a buscar en la fuente de la fuente para hallar el camino, la verdad y la causa.
-“Elegí los ejemplares que prefieras”, dijo mi esposa y me dejó solo en el ambiente frío y húmedo, lleno de soledad y olvido.
Me acomodé en la banqueta donde siempre me sentaba, dirigí la mirada hacia su sillón de meditación, retornó la intensidad de la luz, el aroma a tabaco y la calidez.
Ahí estaba él, junto a la mesita con su whisky, un plato de queso y algunos pocos chizitos.
Me miró con la mirada cansada de sus ojos ciegos… y con la paz de siempre me dijo:
-“La correspondencia de Juan Manuel de Rosas te está esperando en el segundo estante empezando de derecha a izquierda, es el séptimo ejemplar”.
Ahí estaba exactamente el libro que a mi me gustaba ojear cuando lo visitaba.
Él me enseñó a buscar la verdad histórica yendo al manantial de el puño y la letra de los protagonistas. “Hay que leer memorias, no interpretaciones tendenciosas”.
Así pasé otra tarde con mi suegro, el auténtico progresista, siempre lúcido, abierto a escuchar y protagonizar los cambios que Jesús le puso en su camino, como patriarca de una gran familia de 13 hijos, 45 nietos y 38 bisnietos.
Me volví con San Martín, Rosas, Güemes, Belgrano, Sarmiento, Avellaneda, Roca, sus caballos, sables, fusiles, entreveros, epopeyas, pasiones y muertes de hombres fuertes y recios que organizaron a nuestro país y lo llevaron a ser potencia mundial.
No puedo contar más sobre mi suegro, solo puedo agregar que no era de este mundo de hombres débiles, mediocres e ignorantes que se entregan cada día a la decadencia.
El templo de la calle Nicaragua será demolido, la memoria y el legado de mis suegros... será eterno.
Juan Martín Perkins
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