ASUNTOS EXPLOSIVOS
El aparente atentado terrorista cometido contra la Sociedad Rural Argentina tuvo varias características curiosas, la más curiosa de las cuales fue la rapidez con la que desapareció de los medios, tan dados a especular en casos similares sobre autores, motivos, significados. El presidente de la entidad, Nicolás Pino, lo describió como un episodio “de la Argentina del pasado”. La ministra de seguridad Patricia Bullrich lo atribuyó vagamente a “sectores anarquistas y extremistas veganos”. La hipótesis de Bullrich es la única emanada de fuente oficial, así que empecemos por allí.
Las más notorias señales de los activistas veganos han sido hasta ahora algunas demostraciones públicas, como las que hace un tiempo un pequeño grupo desplegó justamente en el predio de la Rural, donde fue corrido a rebencazos por paisanos de a caballo, y numerosos afiches de factura aparentemente rudimentaria que de tiempo en tiempo se hacen visibles en algunas partes de la ciudad, en general deplorando la ingesta de carne y denunciando un supuesto maltrato a los animales.
Tanto la persistencia de la campaña como la deliberada intención de hacerla pasar como algo espontáneo, improvisado, juvenil, brotado de una auténtica indignación, revelan que detrás de ella hay algo más organizado y poderoso que lo que parece. Y que remite a los promotores de la Agenda 2030 y su propósito de reducir el consumo de carnes, especialmente rojas, para deprimir los niveles de testosterona, y con ellos la agresividad y la capacidad reproductiva.
Pero lo que esos actores buscan, antes que individualizar culpables del consumo de carne, es modificar los hábitos y comportamientos del público, y escaso favor le haría a ese propósito atentar contra la presidencia de la entidad rural. Si ésa hubiera sido la intención, el ataque habría estado acompañado de octavillas o declaraciones posteriores la que pusieran de manifiesto. La hipótesis vegana de la ministra pareció marchitarse antes de que la prensa pudiera regarla con algún tipo de atención.
Es cierto que nunca faltan los “copitos” que sueñan con pasar a la posteridad con algún acto extremo, como los que atentaron contra la vicepresidente Fernández, o esa anarquista que cuando intentaba poner una bomba en una bóveda de la Recoleta, en un acto cargado de significados, se voló media cara al tomarse una foto en el lugar. Pero el artefacto que le estalló en las manos a la secretaria del señor Pino no fue un trabajo de aficionados, “un explosivo casero” como dijo la Sociedad Rural en un comunicado.
La descripción que hicieron el ministro de seguridad porteño Waldo Wolff, su secretario Diego Kravetz y fuentes policiales sugieren una confección compleja y precisa, especialmente diseñada para provocar gran alarma sin causar graves daños ni lastimar seriamente a nadie, y esta precisión no es obra de aficionados sino de especialistas. Es claro que cuando en estos casos se habla de especialistas todas las miradas se dirigen hacia los organismos de inteligencia. Y a su vieja costumbre de enviar mensajes mediante atentados controlados.
Es sabido que el manejo de la agencia estatal de inteligencia es objeto de polémicas y divergencias en los más altos niveles de gobierno, y que distintos sectores se disputan su manejo, entre ellos el que capitanea Santiago Caputo. Según comentarios periodísticos, el poderoso pasante querría poner al mando allí a antiguos seguidores del veterano de la SIDE “Jaime” Stiuso, lo cual despertó las iras de los antiguos rivales de Stiuso, evocando una guerra que en su momento enmarcó las muertes del fiscal Alberto Nisman y del agente Pedro “Lauchón” Viale.
“Si van a jugar sucio nosotros vamos a traer de nuevo a los Malos. Después no lloren. Las advertencias fueron debidamente presentadas”, dijo un tuit atribuido al pasante, y en el que todos leyeron una referencia a los discípulos de “Jaime”. Si el episodio de la Rural anuncia un recrudecimiento de esa guerra, estamos en problemas. Cuando el destinatario de esta clase de mensajes se hace el desentendido, los ataques se reiteran; cuando da señales de haberlos entendido, los ataques cesan y avanzan las negociaciones.
El silencio de los funcionarios y de la prensa luego de ocurrido este caso parecería indicar que el mensaje fue recibido, y que desde el gobierno se prefiere hacer desaparecer el asunto de la escena cuanto antes, a fin de despejar el camino hacia las discusiones más civilizadas. Pero, como siempre ocurre cuando la información es insuficiente, las especulaciones más imaginativas ganan terreno.
Una de las que circulan a propósito de este caso sugiere que nunca hubo ningún atentado, y que sólo se trató de una batería de litio en mal estado que estalló casualmente al abrirse la caja que la contenía. Apoyan su hipótesis en que tanto esa pieza, como una segunda que despertó sospechas y sólo contenía un decodificador, habían sido remitidas a la Rural a través de la mensajería Andreani.
Nadie imagina a los anarquistas veganos ni a los curtidos agentes del espionaje despachando sus explosivos por Andreani. El silencio de la prensa y del gobierno, si esta hipótesis tiene algún fundamento, tal vez sólo intente disimular el bochorno. –S.G.
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