UNA ELECCIÓN SIN ALEGRÍA

El votante no espera más que rigores, más o menos atenuados, mejor o peor repartidos, pero rigores al fin


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/eleccion-sin-alegria/

No recuerdo elecciones más tristes y desesperanzadas que las que habrán de ponerse en marcha este domingo con el ejercicio de la encuesta compulsiva llamada PASO. La gente parece más o menos resignada a la noción de que, cualquiera sea el resultado, el futuro no anticipa sino rigores, más o menos atenuados, mejor o peor repartidos, pero rigores al fin. Por supuesto, cada uno ha construido o está construyendo su idea de cuál opción puede hacerle los rigores más soportables, y habrá de votar en consecuencia. Pero no es una elección que cautive la imaginación y encienda expectativas, no es una elección a la que se va con alegría.

Tampoco se va con confianza. Los que prometieron normalidad institucional condujeron un proceso preelectoral plagado de cosas raras, de maniobras, intrigas y manipulaciones tendientes a acomodar las piezas en el tablero de la manera más conveniente para el oficialismo. Los que se pasaron cuatro años despreciando la actividad política, a último momento echaron mano de las peores mañas de la politiquería. Tanto la justicia, que les dio cobertura legal, como la gran prensa, que las “explicó” para revestirlas de normalidad, contribuyeron entusiasta y voluntariamente a sancionar ese acomodamiento de piezas.

Llegado el momento de verse obligado a renovar su mandato, el gobierno de Cambiemos tuvo que reconocer que al cabo de cuatro años no tiene logro significativo alguno que exhibir para pedir una segunda oportunidad, ni en el ámbito económico, donde todos los indicadores están peor que en el 2015, y aun agravados por un irresponsable endeudamiento externo e interno, ni en el ámbito político y cultural, donde mantuvo la agenda de sus predecesores en materia de ideología de género, aborto, derechos humanos, desmalvinización, multiculturalismo, etc.

Sus estrategas resolvieron entonces recrear el escenario que les dio el triunfo en el 2015: proponerse como el instrumento apto para evitar que el kirchnerismo siguiera/regresara al poder. Hay que notar que ésta no fue una estrategia de último momento, ya que durante estos cuatro años fue notoriamente evidente la decisión oficial de mantener con vida política a la ex presidente. Esto ayuda a comprobar, de paso, que Cambiemos nunca supo realmente qué hacer con el país: no se lo planteó antes de llegar al gobierno, y el vértigo del día a día impidió que se lo planteara después.



Así fue que el oficialismo sólo pudo construir una identidad como lo opuesto al kirchnerismo. Oposición puramente ideal, también hay que decirlo, porque los rasgos esenciales del gobierno anterior se mantuvieron en el actual: ambos se inscriben cómodamente en la tradición de capitalismo prebendario y cultura globalista y socialdemócrata que viene destrozando el país desde 1983. Es cierto que los modales son otros: las nuevas herramientas de control social, ejemplificadas en el “reconocimiento facial” o en la asociación de la AFIP con Mercado Libre, tan características de la era M, sustituyen con elegancia el autoritarismo patotero de la era K pero en el fondo son lo mismo.


...ambos se inscriben cómodamente en la tradición de capitalismo prebendario y cultura globalista y socialdemócrata que viene destrozando el país desde 1983.

Los estrategas cambiemitas se abocaron entonces a polarizar la elección entre ellos y los kirchneristas, poniendo el foco en los aspectos más superficiales de ambas gestiones, porque de los aspectos fundamentales era mejor no hablar, y plantear el comicio como si se tratara de un torneo entre el bien y el mal, el pasado y el presente, la democracia y el autoritarismo, y otros binomios igualmente abstractos. También se propusieron despejar la arena de cualquier inoportuno que pretendiese hablar de la realidad, del fracaso prolongado en que se debate el país, de su sumisión a centros de decisión externos, a modelos demográficos, culturales o económicos ajenos y aun contrarios a nuestra tradición y a nuestra vocación. Tuvieron más éxito en lo segundo que en lo primero.

Roberto Lavagna, José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión sufrieron toda clase de operaciones políticas y tropezaron con infinitas chicanas en la justicia electoral como para ver menguadas sus aspiraciones presidenciales, que habían tenido un comienzo mucho más auspicioso. El gobernador de Córdoba, cercano a Macri, jugó un papel decisivo en el debilitamiento de Lavagna; la justicia electoral bonaerense dejó a Espert sin la valiosa candidatura a la gobernación de Guillermo Castello, y Gómez Centurión debió resignar la candidatura a diputada de Cynthia Hotton, que ahora lo acompaña en la fórmula presidencial. Castello, por su reconocimiento provincial, y Hotton, estandarte del voto celeste, eran opciones significativamente capaces de arrebatar votos a la lista de la gobernadora María Vidal cuyo desempeño electoral es clave para el oficialismo.

La decisión de polarizar la elección con Cristina, en cambio, reveló ser equivocada y peligrosa. La ex presidente tuvo la inteligencia de correrse a un costado y moderar su discurso hasta convertirlo en pura empatía con las penurias por las que atraviesa el pueblo argentino, muchas de las cuales se gestaron bajo su gobierno pero se agravaron bajo el de su sucesor. La masiva respuesta que encuentran sus apariciones públicas -el acto en Rosario fue particularmente significativo– muestra que su decisión fue acertada y abre un signo de interrogación sobre la estrategia de Cambiemos. Para empeorar las cosas, en los últimos días la campaña oficialista viró hacia la crispación y el enfrentamiento, mientras que los avisos de Alberto Fernández sugieren concordia, normalidad, diálogo y hasta un cierto optimismo.

Cambiemos llegó al poder no por el carisma ni el liderazgo de Mauricio Macri, sino porque la ciudadanía vio en esa alianza el instrumento apto para apartar al kirchnerismo del poder cuando resultó evidente que su influencia socavaba el andamiaje institucional mismo del país. Si la ciudadanía ha llegado ahora a la conclusión de que sus penurias presentes -que no son pocas, ni pueden tomarse a la ligera– son consecuencia de las políticas de Macri, ha sido el propio gobierno quien ha creado el escenario donde únicamente el kirchnerismo se presenta como instrumento apto (electoralmente eficaz) para producir un cambio. Y a pesar del esfuerzo de los grandes medios, incentivado por generosas pautas publicitarias, el carisma de Cristina por lo visto sigue intacto.

Sólo si los votantes aprovechan las PASO para insuflar vida en las terceras fuerzas asfixiadas por el oficialismo podrá escaparse en octubre de esa opción de hierro, que sólo tiene como responsable al gobierno.

–Santiago González
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