CÓMO SALVAR AL CAPITALISMO
Autora: Maggie Pagano
Nota original: https://reaction.life/how-to-save-capitalism/
El 19 de agosto del año último, los máximos líderes de negocios de los EEUU giraron en U para sorpresa de casi todos. Los principales ejecutivos de las 181 principales corporaciones - desde Apple a Ford a Amazon - declararon que no deben más perseguir los réditos por sobre cualquier otra cosa sino (y con ello comprometen a las empresas que lideran) beneficiar, además de a los accionistas, a todas las partes interesadas. Hacer dinero seguirá siendo importante, declararon, pero tienen además la obligación de hacer del mundo un lugar mejor, proteger el medio ambiente contra el así llamado cambio climático y promover la diversidad e inclusión es un nuevo principio que "define un estándar moderno de la responsabilidad corporativa".
Cuando se trata de explicar el razonamiento detrás de este extraordinario cambio de dirección, Jamie Dimon, presidente de la Business Roundtable y Gerente General del JP Morgan, el banco más grande de EEUU, dijo: "El sueño americano está vivo, pero dañado. Los más grandes empleadores invierten en sus trabajadores y en las comunidades porque saben que es la única manera de ser exitosos en el largo plazo". Siguió: "Estos principios modernizados reflejan el compromiso inquebrantable de la comunidad de negocios de continuar promoviendo una economía que sirva a todos los norteamericanos".
Marc Benioff, presidente y fundador de Salesforce, fue más allá. Dijo: "El capitalismo, como lo conocemos, está muerto. Vamos a ver una nueva clase de capitalismo - y no será el capitalismo de Milton Friedman, que trata únicamente de hacer dinero. El nuevo capitalismo trata de que los negocios ahora sirvan a los accionistas, pero también a todos los interesados: empleados, clientes, escuelas públicas, linyeras (homeless) y al planeta".
Los titanes corporativos han empezado a subirse a los púlpitos y dar clases de virtud (virtue signalling) para asegurar su propia supervivencia. Después de todo, ellos son los más responsables por haber arruinado al capitalismo.
Alex Gorsky, presidente y gerente general de Johnson & Johnson y miembro del comité de gobierno corporativo Roundtable, hizo una nueva declaración: "las corporaciones pueden jugar un rol esencial en mejorar nuestra sociedad si los CEOs están verdaderamente comprometidos en satisfacer las necesidades de todas las partes interesadas". Mientras Darren Walker, el presidente de la Fundación Ford, agregó "Son tremendas noticias porque es crítico que los negocios en el SXXI estén focalizados en generar valor de largo plazo para los accionistas y solucionar los desafíos que enfrentamos, que resultarán en una prosperidad compartida y sustentabilidad tanto para los negocios como para la sociedad".
En una redada, estos titanes corporativos abandonaron la filosofía de Friedman y sus discípulos del libremercado, una filosofía que reinó en los EEUU y en el mundo anglosajón en las últimas décadas. Fue el profesor Friedman el que declarón que "la responsabilidad social de los negocios en aumentar sus ganancias".
No más. Los jefes de EEUU ahora son conversos ("woke").
¿Qué los convirtió?
Primero, hay un crecimiento del populismo que llevó a la elección del Presidente Trump, promovido por la desesperanza de muchos votantes norteamericanos que no disfrutan ningún crecimiento de sus salarios reales (ajustados por inflación) desde 1980. Las clases medias de EEUU decrecen en el número de sus miembros mientras que los más pobres no reciben mejoras económicas. La brecha de riqueza actual tiene los mismos niveles que en 1930. Dos tercios del 60% de la población más pobre no tiene ahorros. Se estima que un quinto de los niños viven en la pobreza. A eso hay que agregar que la educación pública de EEUU es la peor de todos los países desarrollados y tienen una receta para el desasosiego.
Segundo, Wall Street tiene pavor. Estos jefes de la Roundtable sienten el descontento sobre la forma en que están las cosas - tanto de la derecha como desde la izquierda - y están actuando puramente por propio interés. Quieren salvar su pan. Pan que, justamente, hicieron siguiendo las máximas de Friedman de persecución de las ganancias. Están asustados porque ven que Elizabeth Warren están haciendo buen papel en las internas del Partido Demócrata - amenazando con impuestos estratosféricos, quebrar/partir/secesionar las compañías gigantes de tecnología como Facebook o Amazon - lo que a su vez es apoyado por muchos republicanos - y controlar a la industria financiera, todo eso como parte de su plataforma para su "patriotismo económico".
Warren, una abogada especializada en quiebras que adquirió su prestigio durante el crash financiero, quiere una nueva "Ley Glass-Steagall para el SXXI" que "reconstruya la muralla entre los bancos comerciales y los bancos de inversión así como imponer duras compensaciones que castiguen a los banqueros que pierden en inversiones riesgosas". Los muchachos de los equity privados también serán castigados. No se ahorra las palabras: "La verdad es que Washington entiende todo al revés. Desde hace largo rato ya, el éxito de Wall Street no ha ayudado a crecer a la economía - sino que ha sido a expensas del resto de la economía. Wall Street toma el botín de la economía y Washington le ayuda a hacerlo". No es ninguna sorpresa entonces que los CEOs se han sentado sobre sus alforjas y se están poniendo incómodos. Los donantes a las campañas del Partido Demócrata han dejado de dar dinero o directamente se lo están dando a Trump.
La tercera razón es más sutil - los titanes corporativos han comenzado a señalar con el dedo desde sus púlpitos de la virtud para asegurarse su propia subsistencia. Después de todo son los únicos responsables por haber arruinado el capitalismo. Secuestraron el capitalismo para sus propios fines, y ahora están pagando el precio. Es risible escuchar a los banqueros como Dimon hablar de la necesidad de menos inequidad y de una cultura sustentable cuando el cobra un salario de 31 millones de dólares por año. Él es, sin dudas, un banquero brillante. También es un billonario - gracias a sus opciones sobre acciones, a su salario y a los paquetes de bonos que ha disfrutado desde que se incorporó al banco en el año 2004.
Y aquí está la trampa. Dimon es el gerente de los negocios del JP Morgan. No es un emprendedor, y nunca arriesgó su propio capital. Lo que los hombres de negocios como Dimon - y muchos otros que dirigen compañías en los EEUU y Gran Bretaña - hacen no es lo que Friedman aconsejó, esto es, poner a los accionistas en primer lugar, sino que priorizan los interesen del management. Ayudaron a que toda la industria desarrolle opciones complejas y pusieron pisos muy altos (benchmarked) para sus propios salarios.
Esta es la razón por la cual muchos Gerentes Generales de los EEUU han ganado fortunas que hacen doler los ojos ordeñando a las compañías en los últimos cincuenta años - aún en los casos en que los negocios no anduvieron bien o se retrayeron o, en algunos casos, fueron a la quiebra. También hemos visto de primera mano este fenómeno en Gran Bretaña a partir de hace algunas pocas décadas. Es una cultura importada a la City desde los EEUU vía Wall Street después del Big Bang. El virus de los altos sueldos gerenciales ha infectado todos los otros sectores de la economía.
Miren los gigantescos paquetes de bonos de los ejecutivos como Jeff Fairbairn, el gerente general del constructor de viviendas Persimmon, y de sus amigos de los cuerpos gerenciales; las gigantescas sumas que han ganado con los atrozmente complejos esquemas de opciones sobre las acciones. O el caso de Thomas Cook, donde una serie de ineptos gerentes le quitaron varios millones de libras esterlinas cada uno mientras la compañía se hacía trizas y entraba en deudas impagables. La prioridad para el accionista require accionistas responsables también. Desafortunadamente, los inversores institucionales no asumen esa tarea.
Pero ¿por qué los accionistas se han rehusado a protestar y a votar en contra de los paquetes de salarios y bonos para los directores? ¿Es porque los mismos gerentes de los fondos de inversión también a su vez tienen excesivos salarios y bonos y por lo tanto miden a sus pares corporativos contra sí mismos? A pesar de la queja pública, la tasa de crecimiento de las remuneraciones de los CEOs de los EEUU y GB ha crecido a niveles sorprendentes; el salario promedio de un gerente de finanzas de alguna de las 100 más grandes empresas del FTSE es de alrededor de 4 millones de libras esterlinas al año comparado con las 100 mil libras esterlinas de 1980. Algunos grupos de presión de accionistas han tenido un moderado éxito en lograr que la remuneración del directorio sea tratado en las asambleas.
Uno de los principales hombres de negocios de Gran Bretaña - uno que tomó una hipoteca para fundar su primer negocio propio - y que ahora es miembro de los directorios de varias de las 100 empresas del FTSE británico, sostiene que el capitalismo fue secuestrado por la clase gerencial. "En las últimas décadas se ha vuelto posible volverse seriamente rico sin tomar riesgos financieros", me ha dicho. "Estos gerentes no arriesgan su propia piel en el juego. No crean los negocios y la mayoría de las veces su remuneración no está atada a los resultados sino a la suerte. Suerte en el sentido de que si uno empieza su mandato en el fondo del ciclo y lo deja en la cima, saltaste la banca".
Un ex presidente de un banco británico tenía esto que decir: "He visto negocios donde los accionistas tomaban todos los riesgos y eventualmente todas las pérdidas mientras que los traders, banqueros de inversión y los gerentes de los fondos de inversión se iban caminando lo más tranquilos con grandes sumas de dinero".
Ray Dalio, fundador de Bridgewater Associates, uno de los fondos de riesgo más grandes y self-made billonario, concluye: "El problema es que el capitalismo típicamente no sabe cómo dividir el pastel bien y los socialistas tìpicamente no saben cómo cocinarlo". De hecho, Dalio cree que la distribución del botín es ahora inequitativa y que el gobierno de los EEUU debería declarar una emergencia nacional. Escribió recientemente: "El capitalismo evoluciona de una manera en la cual no funciona bien para la mayoría de los norteamericanos porque está produciendo espirales que se retroalimentan permanentemente: para arriba para los que tienen y para abajo para los que no tienen".
Dalio formuló un plan de cinco puntos para remediar la situación que incluye fusionar todas las instituciones gubernamentales y crear una nueva política fiscal y monetaria.
Salvar al capitalismo de los capitalistas no es un fenómeno nuevo. En 1958 dos filósofos políticos norteamericanos, Louis O. Kelso - que quedó fascinado por la política luego de estudiar la Gran Depresión - y Mortimer J. Adler quien escribió The Capitalist Manifesto que argumentó que el capitalismo no ha fallado porque sea inherentemente malo sino por la inequidad en la distribución del ingreso.
Como Kelso lo explica, los ricos son cada vez más ricos porque poseen capital, mientras que los trabajadores a duras penas se mantienen porque sus ingresos provienen de su trabajo. Los intentos de los gobiernos de redistribuir riqueza van a falla siempre, sostenía Kelso, porque los trabajadores no tienen acceso al capital. Aconsejaba compras de acciones con deuda y participación accionaria de los trabajadores para distribuir los dividendos en mucha gente.
No hay duda de que el capitalismo necesita reformas, si no un cambio completo, darlo vuelta como una media, de adentro para afuera o más específicamente de arriba hasta abajo. ¿Pero es este camino al capitalismo de los interesados ["stakeholder capitalism"] la mejor manera?
Un cruzado moderno contra el capitalismo de amigos es el Profesor Luigi Zingales, profesor de finanzas de la Universidad de Chicago, quien reclama más competencia y que se terminen los subsidios y el lobby, que se liberen los mercados y los privilegios para unos pocos.
Sus dos libros, "Saving Capitalism from the Capitalists" y "A capitalism For The People: Recapturing the Lost Genius of American Prosperity", constituyen duras críticas a cómo los grandes negocios corrompen a los políticos y los lobbistas están corroyendo la democracia de los EEUU.
Con su experiencia de primera mano del capitalismo de amigos en Italia, Zingales está más capacitados que muchos otros para demostrar que los EEUU debe controlar el poder de las grandes corporaciones - y de los monopolios de las Big Tech [grandes compañías de tecnológicas] - si es que el país va a prosperar y la democracia sobrevivir.
Los EEUU ya lo han hecho antes, sostiene Zingales. Al final del SXIX hubo un movimiento similar contra las grandes compañías que llevó a, eventualmente, muchas de las reformas de Roosevelt - desde las leyes anti-trust hasta la transparencia de los libros contables, las leyes contra el fraude y un sistema financiero menos concentrado.
Zingales concluye: "Eso es lo que necesitamos hoy: reformas estructurales para quebrar las élites. Hoy nuestras leyes antitrust no pueden hacer nada contra este tipo de monopolios".
Sorprendentemente hay un acuerdo entre los campeones del libre mercado de la derecha y entre los comentaristas de la izquerda a ambos lados del Atlántico -que hay que reducir el poder del sector financiero y quebrar los monopolios como manera de avanzar.
El activista demócrata Matt Stoller también sostiene en su nuevo libro "Goliath: The 100 Year War Between Monopoly and Democracy" [Goliat: La Guerra de los 100 Años entre los Monopolios y la Democracia] que la concentración de riqueza es la que lidera el retorno al autorismo y al populismo en la vida política de los EEUU por primera vez en ochenta años. Stoller, quien trabajó con Bernie Sanders en el Comité de Presupuesto del Senado de los EEUU, deja en claro que considera que los gigantes tecnológicos como Amazon, Google and Facebook son los nuevos barones de la industria, los nuevos monopolios. Como la senadora Warren, sostiene que los poderes de la economía concentrada amenazan la democracia.
Para Stoller, la política antitrust es un vehículo para "preservar la democracia dentro de la esfera comercial, al mantener los mercados abiertos". Como escribió en 1930 Louis Brandeis, antiguo miembro de la Corte Suprema de Justicia de los EEUU: "podemos tener democracia en este país, o podemos tener grandes riquezas concentradas en las manos de unos pocos, pero no podemos tener ambas cosas". Mucho no ha cambiado.
La realidad es que las corporaciones son propiedad de los accionistas por lo que, técnicamente, los accionistas deben ser puestos en primer lugar. Eso no significa - y nunca significó - que otros sectores de interés no sean tratados con ecuanimidad y buena fe.
Si sólo los jefes de las corporaciones leyeran "The Theory of Moral Sentiments" por Adam Smith, padre de la economía, publicado por primera vez en 1759...
Al iniciar un párrafo, Smith escribió "¿Cuán egoísta se supone que un hombre debe ser? Evidentemente existen algunos principios en su naturaleza por los cuales le interesan la suerte de los otros y considera que la felicidad de esas personas necesariamente se refleja en sí mismo, aún cuando no obtenga otro beneficio excepto el placer de observarlo".
Como ha demostrado la experiencia con el correr del tiempo, las mejoras compañías son aquellas que tratan bien a sus comunidades - desde los negocios propiedad de sus empleados como John Lewis Partnership en Gran Bretaña, y, según Glassdor, la cadena de hamburguesas In-N-Out en EEUUE. Tratando a todos con gentileza, seguramente se obtiene la esencia de un "buen negocio" y, como dijo Smith, debería ser implícito.
Es más, algunos de los críticos del capitalismo de accionistas sostienen que los jefes de las corporaciones se pagarían a sí mismos más dinero aún que el que actualmente cobran si pudieran controlar el propósito y rol de sus compañías mientras que si el objeto es servir a los accionistas, teóricamente, los ejecutivos tiene que dar dividendos a éstos. Si no lo hacen, están afuera, aún con sus paracaídas de oro.
Si bien vemos que esto es lo que sucede, los accionistas rehuyen tomar el poder por encima de sus gerentes corporativos y decir "hasta acá llegamos".
Hay un verdadero riesgo de que si los accionistas no empiezan a mostrar sus músculos, los gobiernos puedan ser tentados a hacerlo en lugar de ellos - ya sea imponiendo tasas a la riqueza o, como en el caso de Warren, amenazando con no permitir los pagos de honorarios y bonos si los gerentes cometieron errores.
La mayoría de esos líderes de negocios que redefinieron el Manifiesto de Roundtable en Washington el verano pasado estuvieron en Suiza a principios de este año en el Foro Económico Mundial de Davos.
Este año fue la reunión 50°, por lo que hubo más champagne que habitualmente en lo que se convirtió en el más converso banquete de los conversos [he wokest of woke fests]. Y los invitados tuvieron su gran momento: reuniones con un príncipe verdadero y con la diosa nórdica, un breve encuentro entre el Príncipe Carlos de Inglaterra y Greta Thunberg en el que hablaron de cómo salvar el planeta.
Todas las luminarias de los negocios estaban ahí para la reunión Windsor-Thunber: Jamie Dimon de JP Morgan, Larry Fink de BlackRock, quien recientemente lanzó una política de inversiones "verdes", el gerente de operaciones de Facebook Sheryl Sandberg y Dara Khosrowshah de Uber, sólo para nombrar algunos de los magnates.
Además de las burbujas y el networking, estaban ahí ostensiblemente para discutir el principal tema del evento: "Grupos de Interés [Stakeholders] para un mundo cohesivo y sustentable". Ése fue el tema elegido por Klaus Schwab, el presidente de WEF (Davos), cuyo Davos Minifiesto es "por un capitalismo más gentil", uno que siga el modelo de los grupos de interés (stakeholders). Es más, una de las ambiciones de Schwab es ayudar a las coproaciones definir nuevos métodos para poner al día los indicadores de rendimiento debido al cambio de objetivos. Propone una medición de "creación de valor compartido" que debe incluir objetivos "de medio ambiente, sociales, y de gobernancia" además de los objetivos financieros.
No hay duda de que el capitalismo necesita reformas, si no un cambio completo. ¿Pero es el "stakeholder capitalism" [capitalismo de los grupos de interés] la manera? ¿Y quién define qué significa esto en la práctica? ¿Por ejemplo, incluye la prohibición del uso de vasos de plástico descartables? ¿Va a medir cuán "diversos" son los directorios? ¿Es sobre cómo denunciar y cerrar las posibilidades de elusión impositiva por errores en la legislación? ¿Van a medir la mejora de resultados por la baja en el pago de los CEOs? ¿O el debate es sólo un gesto político más que acción genuina? La mayoría de los invitados llegaron en jets privados desde todos los puntos del planeta. Sin embargo mientras estuvieron en Davos, les dieron bastones de nieve para que pudieron caminar desde el hotel a los centros de convenciones en lugar de moverse en autos con chofer para ahorrar energía. Aún el presidente Trump los usó. ¿En qué se ha convertido el mundo?
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How to save capitalism
BY MAGGIE PAGANO | tweet MAGGIEPAGANO / 19 FEBRUARY 2020
On August 19th last year, America’s business leaders made the most astonishing about-turn. The chief executives of 181 of the country’s biggest corporations – ranging from Apple to Ford to Amazon – declared that they should no longer put the pursuit of profit above all else, and that from henceforth they would commit to lead their companies – not only for the benefit of shareholders but all stakeholders. Making money remained important, they declared, but they have an obligation to make the world a better place, protect the environment against the so-called climate emergency and promote diversity and inclusion in a new principle which “outlines a modern standard for corporate responsibility.”
When trying to explain the reasoning behind this extraordinary change of direction, Jamie Dimon, chairman of this Business Roundtable and CEO of JP Morgan, America’s biggest bank, said: “The American dream is alive, but fraying. Major employers are investing in their workers and communities because they know it is the only way to be successful over the long term.” He went on: “These modernised principles reflect the business community’s unwavering commitment to continue to push for an economy that serves all Americans.”
Marc Benioff, chairman and founder of Salesforce, went further. He said: “Capitalism, as we know, it is dead. We’re going to see a new kind of capitalism – and it won’t be the Milton Friedman capitalism, that is just about making money. The new capitalism is that businesses are here to serve their shareholders, but also their stakeholders – employees, customers, public schools, homeless and the planet.”
Corporate titans have to start virtue signalling to ensure their own survival. After all, they are the ones who are the most responsible for having messed up capitalism.
Alex Gorsky, chairman and CEO of Johnson & Johnson and chair of the Roundtable’s corporate governance committee, said the new statement, “affirms the essential role corporations can play in improving our society when CEOs are truly committed to meeting the needs of all stakeholders.” While Darren Walker, president of the Ford Foundation, added: “This is tremendous news because it is more critical than ever that businesses in the 21st century are focused on generating long-term value for all stakeholders and addressing the challenges we face, which will result in shared prosperity and sustainability for both business and society.”
In one fell swoop, these corporate titans were giving up on the philosophy of Friedman and his free-market disciples, a philosophy which has reigned supreme in the US and the Anglo-Saxon world over the last few decades. It was Professor Friedman who declared that “the social responsibility of business is to increase its profits.”
But no more. America’s bosses are now “woke”.
What has woken them?
First, there was the rise of populism which led to the election of President Trump, fuelled by the despair felt by many American voters who have not enjoyed any wage growth – adjusted for inflation – since 1980. The US middle classes are shrinking while the poorer are stagnating. The wealth gap is at similar levels to that of the late 1930s. Two-thirds of the bottom 60 per cent of the population have no savings. It’s estimated that nearly a fifth of children live in poverty. Add to this the fact that America’s public-education system is among the worst in the developed world and you have a recipe for disquiet.
Alex Gorsky, chairman and CEO of Johnson & Johnson and chair of the Roundtable’s corporate governance committee, said the new statement, “affirms the essential role corporations can play in improving our society when CEOs are truly committed to meeting the needs of all stakeholders.” While Darren Walker, president of the Ford Foundation, added: “This is tremendous news because it is more critical than ever that businesses in the 21st century are focused on generating long-term value for all stakeholders and addressing the challenges we face, which will result in shared prosperity and sustainability for both business and society.”
In one fell swoop, these corporate titans were giving up on the philosophy of Friedman and his free-market disciples, a philosophy which has reigned supreme in the US and the Anglo-Saxon world over the last few decades. It was Professor Friedman who declared that “the social responsibility of business is to increase its profits.”
But no more. America’s bosses are now “woke”.
What has woken them?
First, there was the rise of populism which led to the election of President Trump, fuelled by the despair felt by many American voters who have not enjoyed any wage growth – adjusted for inflation – since 1980. The US middle classes are shrinking while the poorer are stagnating. The wealth gap is at similar levels to that of the late 1930s. Two-thirds of the bottom 60 per cent of the population have no savings. It’s estimated that nearly a fifth of children live in poverty. Add to this the fact that America’s public-education system is among the worst in the developed world and you have a recipe for disquiet.
Second, Wall Street has taken fright. These Roundtable bosses sense the discontent about the way things are – from both right and left – and they are acting out of pure self-interest. They want to save their bacon, bacon that they have made, ironically, by following Friedman’s pursuit of profit to excess. They are scared because they see Elizabeth Warren making solid ground in the Democrat race – threatening sky-high wealth taxes, the break-up of the giant tech companies like Facebook and Amazon – supported by many Republicans – and new curbs on the financial industry as part of her platform for “economic patriotism.”
Warren, a bankruptcy law expert who made her name during the financial crash, wants a new “21st Century Glass-Steagall Act” which “rebuilds the wall between commercial banks and investment banks as well as tough compensation rules that punish bankers for failed risky investments.” The private equity boys will also be punished. She doesn’t mince her words: “The truth is that Washington has it backwards. For a long time now, Wall Street’s success hasn’t helped the broader economy – it’s come at the expense of the rest of the economy. Wall Street is looting the economy and Washington is helping them do it.” No wonder CEOs are sitting up and starting to twitch, and that Democrat donors have either stopped giving money or switched to supporting Trump.
The third reason is more subtle – corporate titans have to start virtue signalling to ensure their own survival. After all, they are the ones who are the most responsible for having messed up capitalism. They hijacked capitalism for their own ends, and they are now paying the price. It is risible to listen to bankers like Dimon talk about the need for less inequality and a more sustainable culture when he was paid a cool $31 million last year. He is, no doubt, a brilliant banker. He is also a billionaire – thanks to the share options, salary and bonus packages he has enjoyed since he joined the bank in 2004.
And here’s the rub. Dimon is the manager of JP Morgan’s business. He is not an entrepreneur, and has never risked his own capital. What businessmen like Dimon – and so many others running companies in the US and the UK have done – is not do what Friedman said and put shareholders first but prioritise management instead. They have been helped by an entire industry devoted to complex share options and benchmarked salaries.
This is why so many top US CEOs have earned eye-watering fortunes from their companies over the last 50 years – even when they have underperformed or, indeed, gone bust. We have also seen this phenomenon first hand in the UK over the last few decades. It was a culture imported to the City from the US via Wall Street after the Big Bang. The pay virus has now infected every other sector of industry.
Take a look at the egregious bonus packages that executives like Jeff Fairbairn, the chief executive of house-builder, Persimmon, and his management cronies, have earned because of their outrageously complex share schemes. Or at Thomas Cook, where a series of hopeless bosses managed to squirrel away many millions of pounds each while they ran the company into the ground and piled up massive debts. Shareholder primacy requires responsible shareholders too. Unfortunately, institutional investors have not been up to the task.
But why have shareholders been so loath to protest and vote against these pay packages? Is it because those same fund managers are also earning excessive pay packages, and so measure themselves against their corporate peers? Despite public outrage, the rate of pay for US and British CEOs has reached astonishingly high levels: the average pay for a FTSE 100 chief executive is now around £4m a year compared to around £100,000 in the 1980s. Some shareholder pressure groups have had a go at protesting but only for pay packages to be approved.
One of the UK’s leading businessmen – someone who took out a mortgage to fund his first venture – and who has chaired several British FTSE 100 companies, claims capitalism has been hijacked by the management class. “Over the last few decades it has become possible to become seriously rich without taking any financial risk,” he tells me. “These managers didn’t have skin in the game. They didn’t create the business and their rewards very often are not tied to performance but luck. Luck in the sense that if you start your tenure at the bottom of the cycle and exit at the top you hit the jackpot.”
The former chairman of a British bank had this to say: “I have seen businesses where the shareholders took all the risk and eventually all the losses whilst traders, investment bankers and investment managers walked away with huge sums of money.”
As Ray Dalio, the founder of Bridgewater Associates, one of the world’s biggest hedge funds and a self-made billionaire, concludes: “The problem is that capitalists typically don’t know how to divide the pie well and socialists typically don’t know how to bake it.” In fact, Dalio thinks the distribution of society’s spoils is now so unequal in the US the government should declare a national emergency. As he wrote recently: “Capitalism is evolving in a way that is not working well for the majority of Americans because it’s producing self-reinforcing spirals: up for the haves and down for the have-nots.”
Dalio has formulated a five point plan to remedy the situation which includes bringing together government institutions to create a new fiscal and monetary policy.
Saving capitalism from capitalists is not a new phenomenon. In 1958, two American political philosophers, Louis O. Kelso – who became fascinated by politics after studying the Great Depression – and Mortimer J. Adler wrote The Capitalist Manifesto which argued that capitalism had not failed because it was inherently bad, but because of the unequal distribution of income.
As Kelso put it, the rich kept getting richer because they owned the capital, while the workers struggled because they derived income only from their labour. Government attempts at redistribution of wealth would always fail, he argued, because workers have no access to capital. He advocated leveraged buyouts and employee share ownership to spread the spoils to the many.
There is no question that capitalism needs reforming, if not a complete shake-up from inside out and, specifically, from top to bottom. But is this trend towards a “stakeholder capitalism” the way to go?
One modern crusader against crony capitalism is Professor Luigi Zingales, professor of finance at the University of Chicago, who argues for more competition, an end to subsidies and lobbying, freer markets and less privilege for the few.
His two books, Saving Capitalism from the Capitalists and A Capitalism For The People: Recapturing the Lost Genius of American Prosperity, are blistering critiques of how big business together with corrupt politicians and lobbyists are corroding American democracy.
With his first-hand experience of Italian cronyism, Zingales is better placed than most to argue that the US must curb the power of big corporations – and monopolies like Big Tech – if the country is to prosper and democracy to survive.
America has done it before, he says. In the late 19th century there was a similar movement against big business which led, eventually, to many of President Theodore Roosevelt’s reforms – ranging from anti-trust to accounting transparency, anti-fraud and a less-concentrated financial system.
Zingales concludes: “That’s what we need today; structural reforms that break the elites. Today our anti-trust laws cannot do anything against these types of monopolies.”
There is surprising agreement between free-market champions on the right and among left-wing commentators – on both sides of the Atlantic- that curbing financial fire-power and breaking up monopolies is the way forward.
Democrat activist, Matt Stoller, also argues in his new book, Goliath: The 100-Year War Between Monopoly and Democracy, that it is this concentration of wealth which has led to the return of authoritarianism and populism in American political life for the first time in eighty years. Stoller, who worked for Bernie Sanders on the Senate budget committee, is clear that tech giants such as Amazon, Google and Facebook are the new robber baron monopolies. Like Senator Warren, he argues that concentrated economic power threatens democracy.
For Stoller, antitrust policy is a vehicle for “preserving democracy within the commercial sphere, by keeping markets open”. As the former associate Supreme Court justice Louis Brandeis, wrote in the 1930s: “We can have democracy in this country, or we can have great wealth concentrated in the hands of a few, but we can’t have both.” Nothing much has changed.
The reality is that corporations are owned by their shareholders so, of course, technically, shareholders must be put first. But this does not mean – and has never meant – that other stakeholders should not be treated equally and fairly.
If only corporate bosses had read The Theory of Moral Sentiments, by the father of economics, Adam Smith, first published in 1759.
In the opening paragraph, Smith wrote: “How selfish soever man may be supposed, there are evidently some principles in his nature, which interest him in the fortune of others, and render their happiness necessary to him, though he derives nothing from it except the pleasure of seeing it.”
As experience has shown time and time again, the best companies are those that treat all of their communities well – ranging from employee-owned businesses such as the John Lewis Partnership in the UK and, according to Glassdoor, the In-N-Out burger chain in the US. Treating everyone with kindness is surely the essence of “good business” and, as Smith said, should be implicit.
Indeed, some critics of stakeholder capitalism argue that corporate bosses would pay themselves even more if they could control the purpose and role of their companies whereas if the purpose is to serve shareholders, theoretically, executives have to deliver for them. If they don’t, they are out, albeit with golden goodbyes.
While this should be what happens, we have seen that shareholders have been loath to wield power over their corporate managers and to say, enough is enough.
There’s a real danger that if shareholders do not start flexing their muscles, governments may be tempted to do it for them – either by imposing wealth taxes or, as in the case of Warren, threatening to take away pay if executives are found to be at fault.
Most of those same business leaders who redefined the Roundtable manifesto in Washington last summer were in Switzerland earlier this year for the World Economic Forum at Davos.
This year was the 50th annual meeting, so there was even more champagne popping than usual for what has become the wokest of woke fests. And guests got their big moment: the meeting between a real-life prince and a green Nordic goddess, a brief chat between Prince Charles and Greta Thunberg on how they would save the planet.
All the glitterati in business were there for the Windsor-Thunberg pledge: JP Morgan’s Jamie Dimon, BlackRock’s Larry Fink, who has recently launched a new greener policy for investing, Facebook chief operating officer, Sheryl Sandberg and Uber’s Dara Khosrowshah to name a few of the tycoons.
As well as the bubbly and the networking, they were ostensibly there to discuss the event’s main topic: Stakeholders for a Cohesive and Sustainable World. This was the theme chosen by Klaus Schwab, the WEF’s chairman, whose Davos manifesto is for a “better kind of capitalism,” one which follows the stakeholder model. Indeed, one of Schwab’s ambitions is to help corporations define new methods for updating their key performance indicators to account for the shift in stated goals. He recommends a new “shared value creation” measure that should include “environmental, social, and governance” goals as a complement to standard financial metrics.
There is no question that capitalism needs reforming, if not a complete shake-up from inside out and, specifically, from top to bottom. But is this trend towards a “stakeholder capitalism” the way to go? And what does defining stakeholder capitalism even mean in practice? Should it be about banning the use of plastic cups? Is it how “diverse” they can make their executive boards? Is it about closing tax loopholes? Or cutting the pay of CEOs? Or is the debate too wrapped in with gesture politics than genuine action? Most of the guests arrived by private jet from around the globe. Yet while they were in Davos, they were offered snow grips so they could walk around instead of the usual chauffeur driven cars to save on energy. Even President Trump was spotted wearing snow grips. What is the world coming to?