INTERSECCIONALIDAD
Ustedes que votan a la derecha, ¡déjenme explicarles la interseccionalidad!
Autor: Jean-Paul Brighelli
@elinactual
Nota original: https://www.elinactual.com/2020/02/ustedes-que-votan-la-derecha-dejenme.html
Por supuesto, todo el mundo sabe lo que es la “interseccionalidad”… ¿o no?
Algunos, incluso, hayan leído los trabajos de Kimberlé Crenshaw, publicados en 1991: una mujer negra oprimida lo es, al mismo tiempo, porque es una mujer y porque es negra. Bonito descubrimiento. Un gueto negro no es un gueto blanco. Harlem contra Detroit.
Si, además, nuestra mujer negra es una lesbiana dominatriz, transgénero, discapacitada,
auténtica descendiente de esclavos y de cultura musulmana ‒dos términos incompatibles, porque los musulmanes han sido los mayores esclavistas‒, si además no tiene estudios, es una ama de casa mayor de cincuenta años, feminista de tendencia roja, y además gorda, esta mujer está sufriendo una gran variedad de intersecciones.
Pertenece a una multitud de comunidades que se cruzan sin mezclarse completamente: una lesbiana blanca puede pertenecer a uno de los grupos mencionados, pero su cualidad de “blanca” la reenvía inevitablemente al universo de los esclavistas-colonizadores-explotadores.
Sin embargo, todas pertenecen a un mismo partido de izquierdas. Forzosamente: en la derecha se ignora la interseccionalidad, porque piensan, como buenos liberales, que todos pertenecemos a la raza humana, ciudadanos del mundo.
Pero en la izquierda, ellos lo saben bien, son capaces incluso de interseccionalizarse entre ellos, entre la izquierda laica y la izquierda proislamista, como bien ha demostrado Henri Peña-Ruiz explicando a los imbéciles de La Francia Insumisa la distinción entre racista e islamófobo. Ni siquiera lo han entendido los ministros de Macron, pero ya sabemos que, en sus filas, la cultura se ha perdido.
¿Quizás podríamos proponer una gran intersección de cretinos congénitos, tontos felices y gilipollas en tránsito? Amplio programa...
La teoría y sus fracasos
Hay que señalar que la interseccionalización, a veces, tiene sus fracasos, sus fallos, sus dudas, en el corazón mismo de sus certezas. Los veganos atacarán una carnicería tradicional, pero no una carnicería halal ‒intersección de los grupos dominados. Y las feministas más duras no dirán nada del estatuto de esclava de la mujer musulmana ‒intersección de las solidarias. No condenarán siquiera las miles de ablaciones practicadas cada año en Europa ‒porque las negras ya están suficientemente dominadas como para que se les acuse de cortar contra su voluntad un pedacito de su felicidad.
¿Y yo? Blanco (bastante bronceado en este momento, pero es un camuflaje que desaparece con el tiempo), macho alfa y heterosexual ‒nadie me obligará a decir “cisgénero”, la palabra de moda para decir que estamos de acuerdo con nuestro certificado de nacimiento.
Profesor… ¿es una cualidad hoy en día? No son características meritorias. Descendiente de ancestros que no fueron esclavos, ni siquiera judíos, y se casaron practicando la endogamia, evitando que yo fuera un mestizo…
Oh, sí, soy corso, ‒aunque a medias. Pero es una cualidad que sólo exhibo a partir de las once de la noche, tras beberme una buena botella Clos de Bernardi, mi vino preferido.
En general, acompañada de divertidas historias corsas ‒una hazaña, porque los insulares corsos tienen tanto sentido de humor como el culo de una cacerola.
Decididamente, mi “corsitud” es quincalla para las discusiones mundanas.
¿Y la lucha de clases?
Yo no me interseccionalizo con nadie ‒ excepto con las criaturas adecuadas por un tiempo necesariamente corto, homo animal triste post coitum, salvo cuando duermo.
Psicológicamente hablando, un hombre no puede, al parecer, interseccionalizarse con una mujer ‒que ha vivido desde su infancia bajo la influencia de los machos y bla-bla-bla, y considera, sin duda, que toda relación hetero es una violación, como afirma Andrea Dworkin: «El discurso de la verdad masculina ‒la literatura, la ciencia, la filosofía, la pornografía‒ nos recuerda que esta penetración es una violación. una mujer que vive bajo la influencia de los hombres. Hay una cierta coherencia. Violación es sinónimo de coito» (Intercourse, 1987).
Entonces, ¿debo sentirme como una grave anomalía por el hecho de no interseccionalizarme con nadie?
Dejemos de reírnos. Yo me interseccionalizo con aquellos que, como yo, se ganan el pan con el sudor de su frente. Pertenezco al grupo global de los explotados, de los proletarios sin capital (pleonasmo). Gente pobre, o en proceso de serlo. Clases medias cuyo pan diario suele tender a hacerse semanal.
Todas estas interseccionalizaciones de moda sirven, sobre todo, para hacer olvidar a los desafortunados, a quienes la pertenencia a tal subgrupo sirve como vínculo de identidad, que son pobres, y que la única lucha que vale la pena es contra los ricos. Pero los ricos (que sólo se interseccionalizan entre ellos) controlan los “medios” que invitan y promueven a los representantes histéricos de tal o cual subfeminismo, a los “indígenas” que pretenden distinguirse de los judíos y de los blancos, a los “homos” de todo pelaje, a los transgéneros y las locas del desierto. Ofreciendo a cada uno de estos segmentos su cuarto de hora de protagonismo, les hacen olvidar el único y verdadero combate, el de
aquellos que no tienen nada contra aquellos con lo tienen todo.
La reivindicación de la identidad sirve, en efecto, como una poción de olvido. Esta seudolibertad de ser uno mismo borra la verdad sobre la explotación. El comunitarismo, y los circuitos comerciales asociados, el rap, el halal, la cultura juvenil, el tronco de Santa Greta y todas las derivaciones de la ira, no pretenden otra cosa que hacernos creer que estamos vivos, pero bajo una identidad-subterfugio, cuando ya ni siquiera estamos
conscientes. Reivindicarse sodomita es olvidar que nos “enculan” todos los días (figuradamente). Y muy profundamente…
Sólo hay una auténtica ira: la cuasi miseria, camuflada por esas pertenencias interseccionales y por las baratijas de las adicciones, teléfonos inteligentes comprados con las ayudas a la vivienda o a la escolarización, pantallas de plasma para ver los partidos de fútbol, tabletas indispensables para leer libros digitales…
Los “chalecos amarillos” daban miedo porque no parecían poder ser divididos en segmentos de consumo ‒hasta que fueron desmenuzados en forma de puzzle por una combinación inteligente de “espera temporal” y gases lacrimógenos. Vamos, rápido, un Gay Pride es identificable, controlable, interseccionable. Maniobra de diversión.
Atentos a la próxima ira, aunque callen las feministas, los esclavos, los bronceados… una explosión de ira contra el único, verdadero pero irreductible enemigo: el dinero.