LA HUMILLACIÓN DE CANOSSA
"Para saber quién gobierna sobre ti, simplemente encuentra a quien no estás autorizado a criticar".
Voltaire
Autor: Dr. Antonio Bermejo (@JuezBermejo)
Un duro invierno de 1077, hace casi mil años, más precisamente un 27 de enero, Enrique IV, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y el monarca más poderoso de la cristiandad occidental, tuvo que permanecer arrodillado y vestido como monje durante tres días y tres noches a la puerta del Castillo de Canossa, a modo de penitencia, para suplicarle al Papa Gregorio VII que le levantase la excomunión dictada en el marco del Conflicto de las Investiduras.
Desde la antigüedad más remota, se procuró que el poder temporal y el espiritual permaneciesen unidos, en lo posible, en una misma persona (llamado cesaropapismo, césar y papa al mismo tiempo). En Roma el Emperador era al mismo tiempo Pontifex Maximus, el sumo sacerdote de la religión pagana. Al cristianizarse el Imperio, los emperadores no quisieron renunciar al privilegio de hallarse en la cabeza de la Iglesia. Los orientales lo lograron. Con un poder mucho más centralizado, el Emperador de Bizancio podía poner y deponer a voluntad al Patriarca de Constantinopla, un mero delegado suyo.
Sin embargo, Occidente perdió a su emperador en 476 y se halló políticamente fragmentado. El Obispo de Roma pudo asumir rápidamente su independencia y luchar con el poder político para asumir el control de la Iglesia. Esto generó agrias peleas entre los reyes y los papas. Después de la coronación de Carlomagno en el 800 (y la resurrección del Imperio), diversos papas débiles no pudieron imponer su dominio. Los emperadores eran los que elegían a los obispos en sus territorios y terminaban manejando el poder espiritual.
En 1073, un monje cluniacense llamado Hildebrando fue elegido papa con el nombre de Gregorio VII. Este decidió luchar firmemente por el control de toda la iglesia occidental y desconoció a todos los obispos nombrados por el Emperador Enrique IV. Este último decidió deponerlo llamando a una Dieta imperial en Worms, ante lo cual el papa lo excomulgó. Temeroso de que esta sentencia (su expulsión de la Iglesia) le pudiese generar rebeliones y su propia deposición, decidió ir y humillarse frente al Papa y solicitarle su perdón, reconociendo el poder del Papa y de la Iglesia .
Ustedes se preguntarán a qué viene esta historia. Hace un par de días, el Presidente de la Nación le dirigió unas palabras a los miembros de las FFAA que van a realizar su labor como Cascos Azules en la isla de Chipre. No dijo nada muy importante, solo reivindicó el trabajo y la profesionalidad de los miembros de nuestras FFAA, algo obvio hasta para el más antimilitarista que existe. Inmediatamente, una miembro de las Madres de Plaza de Mayo lo criticó duramente y lo acusó de «negacionista», ante lo cual el Presidente, el hombre más poderoso de la Argentina, se humilló y le suplicó su perdón (solo faltaba arrodillarse y vestirse de monje).
Desde 1983 la Argentina cambió su religión oficial, de la católica al derechohumanismo. Esta tiene sus obispos, sus centros teológicos, cobra sus diezmos y tiene sus tribunales. Maneja las universidades (como la iglesia medieval que fundó las universidades históricas europeas), tiene sus fechas litúrgicas (el 24 de marzo, absolutamente inamovible) y sus tribunales para combatir la herejía. Son inmunes al derecho temporal: una mera declaración testimonial de una Madre fue imposible de llevar a cabo, simplemente se negó y ni todo el poder del juez fue capaz de revocar esa negativa. Dictaron las leyes de migraciones, de salud mental, intervienen en los ascensos militares y las políticas de defensa y deciden sobre las políticas de seguridad. Todos los gobiernos de la llamada «Democracia» los han ayudado: Alfonsín los creó, Menem no los combatió y les entregó la cultura y la educación, Kirchner los entronizó como religión oficial, Macri se acobardó frente a ellos y ahora Fernández se arrodilla y humilla ante ellos.
El derechohumanismo, en tanto ideología oficial de la Argentina desde 1983, es uno de los principales culpables del terrorífico estado en el que nos encontramos, sumergidos en la pobreza y en la crisis permanente y absolutamente insignificantes a nivel global. Perdimos todo: nuestra fuerza, nuestras capacidades, nuestra independencia y estamos perdiendo nuestra soberanía. Pero los dogmas siguen ahí, impolutos, dirigiendo todas las grandes decisiones del país.
Termino con otra historia: en el siglo XIX Japón se hallaba atrasado en comparación con Occidente y era candidato a ser colonizado y balcanizado por las potencias. ¿Qué hicieron? Se deshicieron de los dogmas que les impedían avanzar y así se convirtieron en la primera potencia no europea. El derechohumanismo es responsable de nuestro derrumbe, de nuestra decadencia. Debemos despojarnos de sus dogmas, expulsar a sus obispos, retomar el control de nuestras universidades y nuestra educación. En suma, volver a ser independientes. Así y sólo así, hay esperanzas de revertir esta decadencia.
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