Conservador ¿por qué no?,

Los equívocos sobre el conservadurismo, por Alain de Benoist

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El conservadurismo va viento en popa, impulsado por aires revueltos y con todos los títulos para hacerse valer en un mundo curado de espanto hacia las ilusiones del progreso. Quizás, incluso los momentos populista y conservador puedan combinarse, pero a condición de que el conservadurismo se libere de los peligrosos vínculos que mantiene con el liberalismo. Esto, de momento, está lejos de ser el caso. 

¡El conservadurismo es chic, es sexy, es tendencia! ¿Es el agotamiento de la división derechaizquierda el responsable de ello? ¿La nueva división "conservadores contra progresistas”, tan cultivada durante su campaña presidencia por Emmanuel Macron? ¿Los efectos, ya lejanos, de la “Manif para todos”? El hecho es que, en todo caso, actualmente se observa un renovado interés por el conservadurismo, lo que puede sorprender en países donde, contrariamente a lo que puede verse en Alemania y en los países anglosajones, el conservadurismo, apresuradamente asimilado a la “reacción”, nunca ha tenido buena prensa, al menos desde finales del siglo XIX (recordemos a Chateaubriand, Bonald y Lamennais). En tanto que corriente de pensamiento político, el conservadurismo, sin embargo, nunca ha desaparecido. Numerosas obras publicadas en los últimos tiempos (Laetitia StrauchBonnart, Guillaume Perrault, Mathieu Bock-Côté, Bérénice Levet, Guillaume Bernard, etc.) sugieren, incluso, que hoy está ganando en vigor, mientras que paralelamente se están redescubriendo un cierto número de grandes autores clásicos, de Burke y Tocqueville hasta Raymond Aron, por citar sólo a los más conocidos. Este punto de inflexión no es mala cosa, puesto que permite conocer mejor una doctrina de la que, con demasiada frecuencia, se ha limitado a decir que su nombre ya empieza mal. Pero esta doctrina tiene también sus zonas sombrías. Conservadores, ¿por qué no?, pero, ¿para conservar el qué? 

Las razones de la renovación conservadora 

Pero primero preguntémonos sobre las causas de esta renovación cnoservadora. En primer lugar, está la entrada en crisis de la ideología del progreso: la idea cada vez más extendida según la cual “antes todo era mejor” socaba la idea según la cual el futuro sólo puede ser siempre mejor (las “mañanas que cantan”). La depreciación de los principios del pasado, que es el fundamento mismo del “progresismos”, se hace todavía más difícil por el hecho de 1/9 que no estamos resueltos a creer que ese pasado no tiene nada que decirnos en un momento en el que tenemos ya una gran dificultad para comprender el presente. Otra causa fundamental reside en la pérdida generalizada de referencias que ha ido pareja con el aumento de la ideología de los derechos, la descalificación progresiva de la idea de nación, la crisis del sistema escolar, el alineamiento de la izquierda con el sistema de mercado, la aparición de una derecha gestionaría que ha abandonado toda identidad doctrinal para convertirse en el partido de la “modernidad”, el ascenso en poder de los “deconstructores”, de los profesores del arrepentimiento y de los teóricos de la sospecha. El reconocimiento jurídico e institucional de cualquier forma de reivindicación individual, al mismo tiempo que parece desestabilizar las bases antropológicas y normativos de la sociedad, ha entrañado un desdibujamiento de las referencias y una crisis del sentido que suscita, cuando no un “pánico moral”, al menos un nuevo deseo de inteligibilidad en un mundo que parece cada vez más confuso e incierto. El hombre, escribe Gaultier Gaultier Bès, “tiene necesidad de arraigo y de fidelidad, de normas inteligibles y firmes”, so pena de sentirse a sí mismo como “un feto arrastrado por el viento” (Nuestros límites. Por una ecología integral, 2014). El conservadurismo responde a esta necesidad. Hay, por supuesto, una gran diversidad de conservadurismos, en tanto que el conservadurismo es, a la vez, una ideología y un temperamente: Michael Oakeshott no es Bertrand de Jouvenel, Julien Freund no es Alasdair Maclntyre, Leo Strauss no es Jacques Ellul, Russell Kirk no es Wilhelm Rôpke, Robert Nisbet no es Panagiotis Kondylis



 A los activos del conservadurismo 

Más allá de estas diferencias, ¿cuáles son los puntos positivos del conservadurismo? Hay, al menos, cuatro. Un conservador cree, en primer lugar, que existe una naturaleza humana que hace del hombre un ser político y social, es decir, un ser de relación. Piensa que este ser político y social no es perfecto, que es capaz tanto de lo mejor como de lo peor, que para construirse y alcanzar la excelencia, para sacar lo mejor de sí mismo, debe disponer de referencias éticas y de marcos institucionales. De ahí se deduce que una sociedad, que no es un simple agregado de individuos, no puede edificarse únicamente sobre el contrato jurídico y el intercambio mercantil. Considera entonces que el hombre es, ante todo, un heredero, es decir, que está inscrito en una historia y que se define también por sus pertenencias, que no siempre ha elegido. Este heredero tiene una deuda hacia todo lo que ha heredado. El conservadurismo es el partido de los anclajes, de los arraigos. 

También tiene un sentido de los límites, lo que le hace crítico frente a aquellos que afirman que “todo es posible” o que creen que “más” es automáticamente sinónimo de “mejor”. Ser conservador, decía Michael Oakeshott, es "preferir lo familiar a lo desconocido", lo que puede interpretarse de dos maneras: preferir lo cercano a lo lejano o preferir lo probado a lo que jamás ha sido experimentado. "El punto de partida del conservadurismo es ese sentimiento […] de que las cosas buenas pueden ser fácilmente destruidas, pero nunca creadas” (Roger Scruton). En otras palabras, lo mejor del presente proviene de la acumulación de experiencias pasadas. 
Finalmente, el conservador se interesa más por lo particular que por lo universal, o mejor dicho, sabe que lo segundo sólo se logra a través de la mediación de una cultura particular. Ama la diversidad y percibe que lo que es bueno para unos quizás no vale para los otros. Esto es lo que la hace radicalmente hostil a las abstracciones universalistas, a una igualdad concebida como sinónimo de la mismidad, y a la idea de una historia de la especie que se dirige progresivamente hacia la unidad mundial. El conservadurismo, sin embargo, siempre está amenazado con desviarse hacia una reacción pura y simple, o hacia el liberalismo. François Huguenin, en un importante libro, El conservadurismo imposible (2006), explica que el conservadurismo no ha podido implantarse duraderamente en Francia, por ejemplo, porque, debido a la Revolución de 1789, nunca logró distinguirse netamente de la corriente contrarrevolucionaria, mostrando así una intransigencia que destruyó el espacio que debería haber ocupado equidistantemente entre los reaccionarios y los liberales. Alexis de Tocqueville no tiene nada que ver con Joseph de Maistre, Louis de Bonald o Charles Maurras. Es lo contrario a lo que pasa en Gran Bretaña, donde los Tories aceptaron muy rápidamente los compromisos de la vida parlamentaria y las reglas de la democracia. 



Conservadores o reaccionarios


Jean-Philippe Vincent (¿Qué es el conservadurismo? Historia intelectual de una idea política, 2016) ha mostrado claramente todo lo que separa realmente el conservadurismo del espíritu reaccionario. “Si el reaccionario y el conservador comparten buena parte de disposiciones y gustos, escribe por su parte Yann Raison du Cleuziou, la política los separa inmediatamente” (Una reversión del horizonte político. La renovación conservadora en Francia, en Esprit, octubre 2017). La reacción (que a menudo es una actitud individual) se  identifica sobre todo con un estilo. Se reduce, con demasiada frecuencia, a la nostalgia por un “pasado-refugio” de elección. Con ella, la “decencia común” desemboca sobre el orden moral, que no es más que una caricatura. Los reaccionarios tienen, ciertamente, el mérito de querer transmitir. Pero desde una perspectiva conservadora, transmitir no es suficiente, porque la identidad no se reduce a la herencia. Transmitir sólo tiene sentido si también transmitimos lo que hemos sido capaces de crear gracias a lo que hemos recibido. El conservadurismo sabe que la nostalgia no puede servir como programa, y que defender los valores del pasado es otra cosa distinta que imaginarse que podemos volver hacia atrás. El conservadurismo por otra parte, está menos ordenado al pasado en cuanto que él nace en lo intemporal: lo que en cualquier tiempo conserva el valor. “La renovación del pensamiento conservador no es un retorno al pasado. Es una respuesta presente y actual al clima de extrema incertidumbre que pesa sobre nuestras sociedades, un intento de superar las dudas sobre la capacidad de nuestras instituciones para hacer frente al desastre que ya está en marcha".  

En su versión reaccionaria, el conservadurismo también se asocia con frecuencia a la religión (las "raíces cristianas"). Entonces, debe conciliar el gusto por las particularidades concretas con el universalismo cristiano, el gusto por las diferencias con la creencia en la unidad moral de la especie humana, la referencia a la herencia del pasado y el rechazo del “hombre nuevo” con el hecho de que, en los orígenes, el cristianismo se implantó en Europa invocando el “hombre nuevo” paulino liberado de la herencia del mos maiorum de los antiguos romanos. En un bello artículo publicado en la revista L´Incorrect, Chantal Delsol escribe que "la izquierda busca la verdad universal de una norma válida para todos los hombres”. Esto es del todo correcto, pero ¿no busca lo mismo la religión cristiana? La cuestión de las relaciones entre conservadurismo y liberalismo es más compleja. "En el siglo XIX, recuerda Philippe Bénéton, los conservadores se oponían a los liberales y eran incluso más radicales, por lo general, en su crítica del capitalismo de lo que fueron luego los socialistas” (El conservadurismo, 1983). Sin embargo, dice el mismo autor, el conservadurismo se ha convertido hoy en un “liberalismo conservador” ‒cuyo espectro se extiende, sin gran preocupación por la coherencia, desde la corriente libertaria a las diversas fórmulas del nacional-liberalismo. ¿Cómo ha sido esto posible? Lo que aproxima al conservadurismo y al liberalismo, su desconfianza frente al Estado, su terror al “constructivismo”, su crítica del igualitarismo, su defensa de la propiedad privada,
 su concepción bastante darwiniana-hayekiana de una tradición conformada bajo la presión selectiva de la historia (eventualmente también, hay que decirlo, de su desprecio clasista por las clases populares). Pero el problema empieza cuando se confunde el “colectivismo” con el primado del bien común, la propiedad privada con el derecho absoluto a la posesión, la libertad con el egoísmo, la autonomía del sujeto con la independencia del individuo. Con respecto al Estado, por ejemplo, existe una ambigüedad del conservadurismo. Por un lado, se posiciona acertadamente a favor de los cuerpos intermedios (que muchos conservadores identifican con las empresas) y se muestra reticente en dejar que el juego social se resuma en un cara a cara entre el Estado y los individuos. Por otro, sobre todo en su variante republicana, reconoce con facilidad que el debilitamiento del Estado ha ido a la par con el colapso de la soberanía, con la cual está comprometido, y con la expansión sin límites de la lógica del mercado, que consagra la omnipotencia del capital como fuente exclusiva del valor. Muchas cosas están en juego aquí en torno a la noción de “individualismo”, a la cual el conservadurismo pudo adherirse por desprecio del “colectivismo”, pero que puede también llevarlo lejos de su concepción del hombre como heredero. Muchas cosas se juegan también en torno a la noción de libertad, sobre todo cuando se la considera por relación a la modernidad: para un conservador, todas las conductas no valen lo mismo, no todos los deseos son legítimos. El conservadurismo no puede sino tener la mayor dificultad para aceptar que el Estado liberal renuncia a toda definición de la “vida buena” y se jacte de "neutralidad" (de hecho inexistente) bajo el pretexto de permitir a cada uno vivir como quiera.





¿Liberales o conservadores? 

Cuando miramos más de cerca, percibimos bien que, en efecto, el liberalismo y el conservadurismo son perfectamente inconciliables. El conservadurismo implica una repugnancia por la ideología del progreso (el pasado no valdría nada) y la ideología de los derechos humanos (las voluntades individuales serían soberanas) que, históricamente, siempre han estado asociadas al liberalismo. Ello implica que el hombre sea, en primer lugar, considerado como un ser de relación y no, como en la antropología liberal, como un ser presocial llamado a construirse a sí mismo a partir de la nada. Implica una escala de valores donde el egoísmo no se plantea como el comportamiento más normal de los seres humanos. Implica un rechazo del economicismo y del materialismo que de aquel resultan. Implica la idea de que la sociedad o la comunidad ordenan el bien común, mientras que el liberalismo sitúa al individuo en el centro del campo social. Implica una defensa del arraigo y de las comunidades naturales, que rechaza igualmente el individualismo liberal. Implica un acento puesto sobre los deberes más que sobre los derechos, Implica que la libertad sea pensada a partir de instituciones más que a partir de derechos individuales. Implica una desconfianza hacia el principio de las novedades, mientras que el liberalismo económico exige la transformación constante e incesante del mercado, la alteración permanente de las relaciones de producción y de las relaciones sociales. ¿Cómo podemos profesar un sentido de los límites cuando nos adherimos a un sistema económico cuya esencia reside en la ilimitación del mercado y la sobreacumulación del capital, es decir, a un sistema en el que el despliegue planetario entraña la destrucción de todo lo que queremos conservar? Difícil estar, a la vez, en contra de la gobernanza mundial y a favor del mercado planetario.


La solución de la revolución conservadora

El conservadurismo admite muy bien que uno puede dar la vida por una causa que valga la pena. A lo largo de la historia, las únicas ideas por las que la gente ha dado su vida son la patria, la religión y la clase. Se trata de tres modalidades de pertenencia, tres dominios de lo común. Pero el liberalismo, que plantea al individuo como un ser, ante todo, calculador de su mejor interés, no reconoce ningún bien común más allá de un interés general definido como la mera adición de intereses particulares. Guillaume Bernard tiene razón al distinguir el conservadurismo liberal, que es una contradicción en los términos, y el conservadurismo propiamente dicho. Frédéric Saint-Clair, autor de La refundación de la derecha, escribe a propósito de Roger Scruton: "Scruton articula con majestad el conservadurismo político y el liberalismo económico, pero, más allá del éxito intelectual de su empresa, es forzoso constatar que su enfoque rompe la esencia del conservadurismo. Si sólo se trata de hacer un seguidismo del liberalismo económico mundializado y desigualitario, no hay necesidad de molestarse […] Sin embargo, el conservadurismo podría revelarse como un oponente natural y potente frente al liberalismo económico; porque es el único en romper con la obsesión del crecimiento indefinido […] El conservadurismo constituye una puerta abierta hacia otro modelo de sociedad, más razonable, económica y ecológicamente”. 
La proximidad entre el conservadurismo y el liberalismo también corre el peligro de impedir, al primero, atacar de manera frontal a la oligarquía, a la clase dirigente, cuando 6/9 ésta tiene una responsabilidad esencial en la desestabilización y el declive de las sociedades actuales y cuando es solamente oponiéndose a la misma que los pueblos pueden esperar conservar su identidad y retomar el control de los medios de su propia reproducción social. No es casualidad si las clases populares son hoy las más conservadoras, puesto que ellas constatan que ahora son las élites neoliberales las que más desprecian su identidad nacional y deshacen el pacto social desde arriba. Decíamos antes: “Conservadores sí, pero ¿para conservar el qué?” Planteemos la cuestión de forma más radical: en la sociedad presente, ¿hay todavía alguna cosa que merezca realmente ser conservada? Y si hay buenas razones para dudar, ¿por qué no reconciliar los dos términos de “conservación” y “revolución”? En los años 20 y 30 del pasado siglo, la Revolución Conservadora alemana fue fundamentalmente el resultado de una pléyade de autores jóvenes-conservadores que estimaban que sólo una revolución podía todavía salvar lo que merecía ser conservado. Un enfoque similar, aunque no análogo, es hoy el de los ecologistas que constatan que sólo una ruptura total con el capitalismo, el mito del “crecimiento” y la lógica del beneficio, puede permitir salvaguardar los ecosistemas que representan la condición sistémica de la vida sobre la Tierra. "No hay nada más antipático para el espíritu conservador que el espíritu revolucionario”, decía dijo Russell Kirk. Sin embargo, los conservadores, en algunos casos, podrían superar su alergia a la “revolución”, pues de lo contrario se encerrarían en su papel de cómplices d un sistema que no se privan de criticar por todas partes. Actitud que puede también tomar la forma de un rechazo de los “extremos”, con el riesgo de confinar a los conservadores en el rol de esos “moderados” que tanto aprecia la burguesía y de los que Abel Bonnard hizo, en su época, una crítica despiadada. 

Olivier Rey declaraba recientemente: “El sistema establecido no es lo que preserva el legado del pasado sino, por el contrario, lo que lo liquida, a una escala y a un ritmo siempre mayores. Lo que hace que los auténticos conservadores se vean reducidos a cuestionar el fondo y el conjunto del sistema asumiendo hechuras y aspectos revolucionarios. Pese a ello, están obligados a abogar por el cambio” (entrevista en Le Figaro). Otros autores no han dudado en hablar de un conservadurismo "emancipador", es decir, de un conservadurismo que, lejos de propugnar el retorno al pasado, consistiría más bien en una reapropiación dinámica de lo que nos ha sido transmitido (empezando por las 7/9 solidaridades orgánicas destruidas por el auge de la modernidad) con el objetivo de crear nuevas formas de autonomía. En otras palabras: inspirarse en aquellos que comenzaron, antes que nosotros, a implementar un nuevo comienzo.



 Bajo la enseña del anarquismo conservador

Hay un conservadurismo de "izquierda", cuyos grandes nombres son George Orwell, Christopher Lasch, Jean-Claude Michéa, Ivan Illich, Günther Anders y Pier Paolo Pasolini. Todos señalan, en una perspectiva democrática, los beneficios de una sociedad orgánica fundada sobre la solidaridad, la ayuda mutua y la donación. "Ya que queremos etiquetas absolutas, escribe Michel Onfray, digamos que soy un anarquista conservador”. George Orwell, calificado de “tory anarchist” por Jean-Claude Michéa, no dijo otra cosa. Maxime Ouellet y Éric Martin, ambos profesores en Quebec, se presentaron durante algún tiempo como "conservadores de izquierda", antes de reclamarse de un “antimodernismo emancipador”. Su idea fundamental era que existe necesariamente un “momento conservador” en el seno de toda teoría crítica, momento que consiste en reconstituir las condiciones concretas de posibilidad de la libertad. «Sólo un retorno dialéctico hacia al pasado, escribe Maxime Ouellet, permite desreificar las relaciones sociales [...] La revolución nunca podrá llegar si la concebimos, en primer lugar, como una tabula rasa [...] La emancipación social no significa desconectarse o desligarse de todos los vínculos de pertenencia que nos han sido impuestos por la tradición, sino más bien romper la jaula de hierro weberiana de las categorías capitalistas que son el trabajo, la mercancía y el valor [...] Lo común no es posible sin instituciones que gobiernen a priori el uso y la actividad de compartir la cosa común, en resumen, sin una política de lo comunitario [...] Una política de lo común se inscribe en una filosofía de la autonomía comprendida como capacidad para autolimitarse» (Maxime Ouellet, La revolución cultural del capital. El capitalismo cibernético en la sociedad global de la información). Desde esta perspectiva, las tradiciones no son necesariamente alienantes. Reapropiarlas, de forma dialéctica, puede ayudar a liberarse de las nuevas alienaciones engendradas por la modernidad: hay vínculos que liberan.

Ni liberal ni restauracionista 


Los equívocos del conservadurismo pesan, evidentemente, sobre el campo político. Tomemos el ejemplo de la política propuesta por Patrick Buisson. Es excelente en sus principios. Reunir a conservadores y populistas es, en efecto, un bello objetivo ‒quizás también sea la clave del poder‒, pero ¿cómo debemos entenderlo? 8/9 En términos de aparatos políticos es difícil ver a corto plazo lo que podría borrar o superar la frontera que separa a la Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional) de los Republicanos, por muy tenue que pueda parecer a algunos. Las cosas pueden cambiar, ciertamente, en el futuro: un gran partido conservador-populista podría surgir algún día. En las últimas elecciones presidenciales francesas, por ejemplo, François Fillon fue incapaz de seducir a las clases populares, mientras que Marine Le Pen no puedo ganarse a los conservadores. Se trata, desde un punto de vista estrictamente sociológico, de reunir a las clases populares y las clases medias en vías de desclasamiento, en torno a algunas preocupaciones simples pero fundamentales, que todos comparten: la identidad, la continuidad histórica y cultural, la necesidad de referencias, incluso el gusto por la autoridad, etc., entonces no hay nada más que decir al respecto. Pero hay un punto ciego: el dominio económico y social. Los intereses del pueblo y de la burguesía, de aquellos que más sufren el consenso neoliberal, y aquellos que finalmente encuentran su beneficio, ¿son conciliables?, ¿hasta qué punto?, y ¿cuándo dejarían de serlo? Un debate de fondo podría permitir verlo más claro. Pero, como todo el mundo sabe, en los partidos de la derecha, ayudados por la incultura general, la imprecisión y la confusión doctrinales son las reglas. Apelar a una “clarificación ideológica” es, por el momento, como hablar de astrofísica a los sapos. En un momento en que liberalismo económico y liberalismo social tienden a fusionarse bajo la forma de un bloque contrapopulista mundializado, es muy posible que un conservadurismo renovado tenga futuro. Pero a condición de dejar de confundirse con el liberalismo y sin volver a caer en la rutina restauracionista. ◼ Fuente: Éléments pour la civilisation européenne

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