¿EL CRISTIANISMO COMO RESPUESTA A GLOBOHOMO?





Autor: El Reaccionario (@altrightar)


Nota original: https://elreaccionarioarg.wordpress.com/2019/03/04/el-cristianismo-como-respuesta-a-globohomo/

En mi última nota quise decir que, si algo nos deja Donald Trump, es una puerta abierta. Una puerta abierta para rajar. El viejo Estados Unidos, ese carcamán que se niega a arrodillarse ante el altar de globohomo, está en retirada:
New census population projections confirm the importance of racial minorities asthe primary demographic engine of the nation’s future growth […] The new statistics project that the nation will become “minority white” in 2045. (*)
Sin embargo, no la está haciendo fácil, y está dando unos coletazos que están sacudiendo la estructura gubernamental hasta los cimientos, poniendo bastante incómodos a los Brahmins [1], que pensaban que tenían todo bajo control. Es una causa perdida y lo sabe, pero no se va a ir sin pelear. Y por este motivo la Madre Patria está en medio de un gran barullo del que nosotros tendríamos que estar huyendo en lugar de seguir prendidos a la teta. Como ya he dicho, Estados Unidos es un esquizofrénico que, en una histórica lucha contra sí mismo, se está llevando puesto a todo el que se le cruce:
“America is […] the arsonist of the world. As well as the fireman. Wherever fires break out, Uncle Sam is there to pour gasoline on them. The fireman assures us, of course, that he is only setting a backfire to defeat the main blaze”. Vampire of the world. Mencius Moldbug. 
(**)
Supongamos que en las próximas elecciones la gente vota por un candidato de esos que podríamos llamar nacionalistas, pero de verdad: uno de esos que no hablan de gobernanza global, de comunidad internacional, ni de abrirse al mundo; y que tampoco viajan a Nueva York a presentar su plan de gobierno “ante inversores, analistas, y funcionarios del gobierno de Donald Trump y del Fondo Monetario Internacional”. Dios querido.
Ese candidato, ahora presidente, entiende que lo fundamental para empezar a desenmarañar este imposible que es la República Argentina, hay que lograr la autonomía material, pero principalmente la autonomía intelectual. Sabe que una buena forma de arrancar es cortando el cordón umbilical que nos une, de manera directa o no, a Harvard y Yale, que es de donde salen las aberraciones de las teorías de género, y no de la Cuba de Fidel Castro [2]. Es hora de pensar por nosotros mismos.
Y acá viene la gran pregunta: qué pensamos. Porque está claro que tenemos que pensar en algo. Tiene que existir una narrativa aglutinante capaz de unir a los argentinos en pos de un destino común; capaz de juntar los fragmentos de una identidad colectiva destruida a través de los años por la aplanadora del individualismo, tanto de izquierda como de derecha. Lleva mucho tiempo, pero el objetivo es lograr la unidad a través de lo que Bertrand de Jouvenel llama responsabilidad, rituales y costumbres [3]. Todos vamos hacia cierto lugar actuando de cierta manera porque así nos gusta hacerlo y así siempre lo hemos hecho. Puede que la narrativa no soporte el exhaustivo análisis de lo que el mismo Jouvenel llama la “crisis racionalista”, pero hay que recordar que ninguna narrativa debe concordar exactamente con la realidad para ser efectiva o incluso deseable. Al contrario — esto es memética 101.
Supongamos ahora que esa narrativa es el cristianismo. Después de todo, somos una nación cristiana, y quizás la manera de rearmar la identidad sea echando mano a nuestras raíces católicas. Si bien creo que no tiene por qué ser así necesariamente, lo entiendo y me parece bien. Ahora bien, veamos cómo hacerlo.
Primero, lo que no funciona: el método bottom-up. En pocas palabras, esto significa que el cristianismo “clásico” se impone por sus propios méritos, en libre competencia con el resto de las religiones, ideologías o memeplexes
— muchas de las cuales, como el globalismo, son variantes mórbidas del cristianismo mismo. De repente, y por algún motivo desconocido, el cristianismo se vuelve popular entre los jóvenes, que comienzan a rechazar una vida de escapismo hedonista en favor de una existencia de virtud y castidad. Esto es más o menos como encerrar a Luisito de Cuestión de Peso en una pieza y darle a elegir entre salame y queso o una ensalada de rúcula. Técnicamente es posible que obedezca su buen juicio y elija bien, pero yo no contaría con eso. El cristianismo es muy, muy poco atractivo y, más allá de algún revival en ciertos círculos de jóvenes reaccionarios (en su mayoría muchachos que no han podido insertarse en el mercado sexual), la idea de “esperar hasta el matrimonio” tiene tantas chances de prevalecer como Gimnasia de salir campeón. A largo, larguísimo plazo, todo es posible. Dudo, sin embargo, que tengamos tanto tiempo. [4]
Pasemos, entonces, a lo que sí puede funcionar: el método top-down. Esto implicaría la imposición del cristianismo desde lo más alto del poder nacional, que, recordemos, es el único que nos importa. Nuestro nuevo ejecutivo daría la orden de tratar la cristianización del país como prioridad de Estado. No se tolerarían las blasfemias, ni sacrilegios en general. Las profanaciones serían durísimamente penadas, quizás con la muerte. No se daría lugar a ninguna clase de desviación moral: el sexo pre-marital estaría prohibido, como por supuesto estaría prohibida la homosexualidad, transexualidad, bisexualidad y demás conductas aberrantes. Los chicos aprenderían a ser buenos cristianos tanto en la escuela como en casa. Todo contenido audiovisual sería filtrado por un Ministerio de Buenas Costumbres: la censura sería casi total. Creo que no es necesario seguir: estamos hablando de una Arabia Saudita, o una Corea del Norte
— una verdadera teocracia. Mis amigos carlistas ya pueden dejar de babearse.
Claro que esto no sería fácil, pero para algo existen las fuerzas de seguridad. No estoy diciendo que esto sea posible ni deseable. De hecho, creo que nunca va a pasar. Sólo estoy diciendo lo que, en mi opinión, tiene las mayores chances de éxito: sólo alguna especie de teocracia impuesta por un gobierno altísimamente autoritario es una respuesta viable a GloboHomo. En este asunto, al menos en un principio, no hay persuasión ni gradualismo que funcione. Eso sí, habría que meterse con alguna que otra de las “libertades individuales” y quizás no se pueda comprar en Amazon o acceder a Netflix. Quizás haya que quitarle la droga al falopero, que se cree libre pero que no puede vivir sin sus chiches, para los cuales trabaja todo el año — porque ya no le queda Dios, ni patria, ni familia.
* * *
[1] Los Brahmins, según Mencius Moldbug, son la casta más alta de la sociedad norteamericana: la élite progresista.

[2] La tapa del libro de Laje y Márquez es una de las más penosas que he visto. Demuestra a simple vista que ninguno de los dos entiende la esencia del problema. Lejos de atacar la raíz del asunto, se enfocan en el último eslabón de la cadena: la aparente disonancia cognitiva que abunda entre los cuatro de copas del globalismo (Laje descendió a nuevas profundidades al meterse con Sol Pérez, por cierto).

[3] Responsibility, ritual, folkways. Sólo tengo a mano la versión en inglés de On Power. Puede que la traducción exacta sea otra.

[4] Por favor, leer How Dawkins got pwned, de Mencius Moldbug.

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Nota de la Editora:
(*) Las nuevas proyecciones de los próximos censos de población confirman la importancia de las minorías raciales como el primordial motor demográfico del futuro crecimiento de la Nación [...] Las nuevas proyecciones estadísticas sostienen que para el 2045 habrá una "minoría blanca".
(**) "Los EEUU son [...] los incendiarios del mundo. Así como los bomberos. Donde sea que se produzca un incendio, el Tío Sam está ahí para arrojar nafta sobre él. El bombero nos asegura, por supuesto, que está instalando un cortafuego para dominar la principal fogata". Vampiro del Mundo. Mencius Moldbug.
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