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DECÁLOGO PARA ENTUSIASTAS - LA RECONQUISTA DE ESPAÑA

A continuación reproducimos dos notas (cortas) que analizan las elecciones españolas donde VOX sacó más de dos millones de votos. Menos de lo que esperaban algunos, pero más de los cuarenta y siete mil votos de la elección anterior.
¿Por qué?
¿Por qué en Restaurar reproducimos notas de elecciones españolas?
Porque podemos aprender bastantes cosas.


Restaurar
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Decálogo para voxistas desconcertados, bisoños o impacientes

Nota original: https://elmanifiesto.com/nacion/608561735/Decalogo-para-voxistas-desconcertados-bisonos-o-impacientes.html
Más de lo mismo; incluso si cabe, a peor. Así puede resumirse la situación de España una vez conocidos los resultados electorales del 28-A. Pese a ello, ha acontecido una verdadera novedad: la irrupción de Vox. Guste o no.
España es asimétrica: en demografía, geografía, riqueza, conciencia nacional… A resultas de ello, el impacto de Vox ha sido territorialmente muy irregular.
Absurdamente algunos, acaso muchos y no todos esperanzados por ello, aguardaban una especie de milagro: ¡50 diputados e incluso más! Y es que el “pensamiento mágico”, las soluciones milagrosas, los atajos… siempre son una tentación; especialmente para bisoños, impacientes e inmaduros, políticamente hablando.
Dada la proliferación hasta el agotamiento de todo tipo de pronunciamiento al respecto, vamos a intentar, modestamente, aportar algunas claves interpretativas básicas –pero, no por ello, que deban darse nunca por supuestas- de esta irrupción que ha “erotizado” a unos (a decir de Íñigo Errejón) y noqueado a otros (especímenes privados de acta y consuelo, como Javier Maroto).
1.- En política puede haber sorpresas: nunca milagros
Pasar de 46.000 votos a más de 2.677.000 es una auténtica proeza. Se mire como se mire. Pero generarse la expectativa de alcanzar 40, 60, 80 escaños (¿por qué no 200?), es propio de un pensamiento irracional e inmaduro. La confusión de deseos con realidad caracteriza las mentalidades infantiles; también en política.
2.- La política no es Dios. Tampoco Vox
Aunque Vox hubiera conseguido 50 escaños, España seguiría invertebrada: los nacionalistas, creciendo; las izquierdas, enconándose; las fracturas sociales, ensanchándose; la población española, envejeciendo; los jóvenes, precarizándose... La realidad continuaría imponiéndose, en definitiva. Y si la política no es Dios (una aparición fulgurante, un terremoto apacible, un milagro casi divino…), sus instrumentos, mucho menos. En consecuencia, por imperativos de salud mental, individual y colectiva, hay que desacralizar política y partidos: tales pueden ayudar. Es más, están para ello; no para robar a sus conciudadanos. Pero la consistencia social e individual debe radicar en sus posturas previas consustanciales ante la vida: valores y principios, religiosos o no; pero nunca en meras operativas tácticas a corto plazo y ensoñaciones consoladoras. En conclusión: paciencia y mirando a largo plazo.
3.- Los partidos son un termómetro de la sociedad; no son emanaciones esotéricas
De tal modo, los políticos –los de Vox a su vez- ni son extraterrestres, ni villanos de la peor calaña.
El sistema electoral privilegiará un modelo u otro de político, ciertamente, pero el sustrato humano es común: en apetencias, valores, ambiciones, miserias. Acaso exagere alguno de sus rasgos, pero la base, es similar.
De modo que, aspiraciones personales legítimas al margen, el cálculo individual a corto, mirando en el exclusivo interés de cada uno, no es la mirada propia de la acción política: ni en Vox… ni en ningún partido; salvo los estructuralmente corruptos o devenidos como tales irremediablemente. Que un candidato que “te cae mal”, haya salido o no, es tu problema; no el del partido.
4.- Los partidos deben servir a la sociedad
Todo partido debe conciliar sus esfuerzos con las organizaciones ciudadanas de las que puede nutrirse y a las que debe servir; en aras de los objetivos comunes. Pero el realismo nos enseña que la tentación de servirse de la sociedad para los propios intereses es eterna; por lo que deben establecerse mecanismos legales que traten de impedirlo: en el seno de los partidos y en la división de poderes del Estado. Vox también avanzará en ello: su “vida” lo exige.
5.- No hay partido político sin cultura política
Todo cambio político, acelerado o capitalizado por un partido, siempre está precedido por el cambio cultural y social. La ideología política precisa de mediaciones culturales que la hagan plausible. Vox no surge de la nada: capitaliza un descontento social ante la incompetencia de Rajoy ante las agresiones separatistas, la traición del PP a sus electores y los efectos “inesperados” de las políticas de género (sean sus víctimas de derechas, de izquierdas o mediopensionistas). Todo ello puede racionalizarse, elaborando un sistema interpretativo y unos instrumentos intelectuales y mediáticos adecuados. Unos simples eslóganes y unos cuantos tópicos compartidos, por mucho impacto en redes que alcancen, no consolidan un estado colectivo de ánimo y su movilización al servicio del cambio socio-político.
6.- Toda estrategia conlleva tácticas. Toda táctica debe enmarcarse en una estrategia
Los partidos deben trabajar tácticamente (a corto plazo) con una mirada estratégica (a largo plazo). Diversos medios lícitos al servicio de un fin.
O dicho de otro modo: “bienvenidos a la resistencia”; tal y como afirmó Abascal el mismo 28 de abril. Aunque suene mejor hablar de “reconquista”, recordemos que la española duró ocho siglos. Nadie ha prometido, ni puede hacerlo, éxitos inmediatos o recetas mágicas. Únicamente: trabajo, trabajo… y trabajo. Paciencia y mirada larga; segunda vez que lo afirmamos.
7.- Las estructuras determinan la acción política colectiva
El modelo de partido de Vox, hora mismo, ha devenido centralista, elitista y nada participativo. Si los voxistas quieren ser tratados como afiliados y no como súbditos, deberán hacerse oír, trabajar e implicarse en las estructuras del partido. Pero se trata de un trabajo callado y a largo plazo. Mientras tanto, los grupos de Whatsapp, por poner un ejemplo significativo, sirven, ante todo, para generar mal ambiente. O se limitan como herramienta de trabajo muy concreto o generarán una pérdida de tiempo y mucha desmoralización. En definitiva: lo real debe prevalecer sobre lo virtual. De tal modo que desde un partido hay que dar la cara: nadie puede esconderse por mucho tiempo detrás de un perfil falso.
8.- Los partidos políticos son hijos de su tiempo
Y es que la Historia demuestra que, en caso contrario, se vuelven prescindibles. Salvo voluntad expresa -de dirigentes y militantes- de construir un modelo alternativo (inédito, por cierto) a los hoy existentes y, al igual que otros partidos, también los “nuevos” siempre serán objeto del deseo de arribistas, oportunistas y sinvergüenzas. Tales especímenes, aunque indeseables, no son Vox; ni Podemos, ni el PP. La línea política es superior a las apetencias personales. Por sentido común, tales sujetos deben ser extirpados o, al menos, contenidos; pero para ello deben existir cauces democráticos, de participación y de garantías. Transparencia y responsabilidad. Do ut des.
9.- Hay que tomar partido
Todo partido, antes o después, debe definirse por completo, que no para siempre: concretar su programa, adaptarlo, saber evolucionar.
Por ello, Vox se encuentra en una encrucijada estratégica: o intenta sustituir al PP, como su versión auténtica (liberal-conservadora), o se plantea -antes que después- abrirse a las necesidades de los trabajadores y sus agendas sociales (al modo de los populistas europeos). Transversalidad -“giro social”- es futuro. Encerrarse en el gueto patriotero es renunciar de antemano a constituirse en un partido de mayorías sociales. Si, además, se termina imponiendo una agenda económica liberal, Vox únicamente podrá ambicionar una recreación de Alianza Popular. Y sin Aznar.
10.- Trabajo, trabajo y más trabajo
Hasta que se conozcan los resultados electorales de mayo, la consigna de todo partido político sensato debe ser la de trabajar todos en la misma dirección. Ya habrá tiempo, después, para modificar el modelo de partido, exigir cuentas a candidatos y electos, separar activos de morralla, concretar y redefinir la línea ideológica.
Todas estas consignas se resumen en una: bajar del reino de los sueños y las apetencias personalísimas al de la realidad. Y es que el conocimiento puede hacer libres. Pero para ello hay que dejar de mirarse el ombligo,  leer, formarse, pensar. Y cuando decimos leer, no nos referimos a “mirar el móvil”. Si sólo miramos el móvil, seguiremos siendo esclavos. También en política.
Nada de lo expuesto es inédito, ciertamente; pero conviene recordar, constantemente, enseñanzas y verdades básicas; que acaso por presentarse como tales, no son reconocidas.
© La Tribuna del País Vasco

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Ferrer Dalmau ha pintado la victoria de Pedro II de Aragón, junto con los demás monarcas hispánicos, en la batalla de las Navas de Tolosa, clave para la liberación del yugo musulmán. Pero también la Reconquista conoció obviamente la derrota.

Dicen que los patriotas españoles hemos perdido una batalla

La Reconquista no se ganó en una batalla. La reconquista de la España viva, tampoco

Y la nueva Reconquista, la que España ha emprendido bajo la égida de las huestes capitaneadas por Santiago Abascal, tampoco se ganará en una sola batalla, sino a través de una larga guerra —incruenta, es de esperar, aunque nada se puede asegurar nunca en la Historia. Empezó dicha guerra en octubre de 2017 con la victoria que representó la reacción popular en las calles ante el golpe de Estado separatista de Cataluña, prosiguió con otra victoria en Andalucía el 5 de diciembre de 2018 y continuó con la victoria que ha representado el constante, multitudinario y fervoroso desarrollo de VOX desde entonces y a lo largo de la reciente campaña electoral.
Concluyó ésta con lo que, en cualquier otra circunstancia, sería considerado como una extraordinaria victoria: ¡ahí es nada pasar, al primer envite electoral, de cero a 24 diputados! Aún recuerdo cuando, antes de las elecciones andaluzas, todo el mundo consideraba que el mero hecho de que un partido de “extrema-derecha-fascista-xenófobo-y-racista” irrumpiera con un solo diputado en el palacio de la carrera de san Jerónimo constituiría un auténtico terremoto que sacudiría los cimientos mismos del actual régimen. Sin embargo, dadas las enormes esperanzas despertadas, los 24 diputados obtenidos este domingo constituyen algo que todos los patriotas sentimos esta noche como una amarga derrota.
Lo es en parte, y no somos nosotros unos cobardicas que vayamos a ponernos paños calientes. Lo es, sobre todo, porque ello significa que
El Frente Popular de socialistas y podemitas unidas, contando con el apoyo de separatistas catalanes y vascos, nos someterá durante otros cuatro años a su opresión y podrá llevar a España al borde mismo de su desintegración.
el Frente Popular de socialistas y podemitas unidas, contando con el apoyo de separatistas catalanes y vascos, nos someterá durante otros cuatro años a su opresión y podrá llevar a España al borde mismo de su desintegración.
¿Por qué ha sucedido ello? Simplemente porque no se vuelca en 40 días, ni en 40 semanas, ni en 40 meses el trabajo de zapa y demolición ideológica que el conjunto de liberales de derechas y de progres de izquierdas llevan emprendiendo desde hace 40 infaustos años no sólo contra España: contra las bases mismas de la civilización; contra la muerte, digámoslo con un solo término, que se denuncia en el Manifiesto contra la muerte del espíritu y de la tierra que da título a este periódico. Y si quienes emprenden semejante labor de demolición, si quienes han realizado y siguen realizando este auténtico lavado de cerebro de nuestro pueblo, tienen en sus manos —por amable dejación de los señores del Partido Popular hoy en demolición— la totalidad de los medios de comunicación televisivos, así como la mayoría de los medios escritos y radiofónicos, si ello es así, es evidente que serán muchas y largas las batallas que habrá que seguir librando hasta acabar ganando la guerra que salve tanto a España como a nuestra civilización. 
Esta guerra —la de los patriotas contra los apátridas— no debe tener como exclusivo campo de batalla el de la contienda política.
Pero esta guerra —la de los patriotas contra los apátridas— no debe tener como exclusivo campo de batalla el de la contienda política y las instituciones que le son propias. Esta guerra se debe librar en el terreno mismo donde el enemigo ha implantado sus reales: en las mentes y en la sensibilidad de nuestra gente. Esta guerra debe ser también una guerra eminentemente cultural, “metapolíticia”, como se la denomina.
He ahí, sin duda, la principal lección que todos los patriotas en general, y las huestes de Santiago Abascal en particular, debemos sacar esta noche triste: triste como la noche triste que vivió Hernán Cortés en México y que consiguió convertir, como lo conseguiremos nosotros, en luminosa victoria.

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