LEMÚ CUYÉN


Una Argentina de puertas con candado, puestos de vigilancia y cámaras de seguridad. Con puestos de peaje que cobran y hacen las veces de frontera entre estados.

Autor: Juan Martín Perkins   

En el camino del paso Córdoba que va desde San Martín de Los Andes hasta Confluencia, justo al cruzar el puente sobre el río Melliquina, está la entrada de la Estancia Lemú Cuyén.

Hace 30 años, cuando fui por primera vez, era un paraje desconocido. Todo el turismo circulaba desde San Martín hasta Bariloche por el camino de los 7 lagos.

El paso Córdoba era el camino del trabajo, por donde viajaban los residentes del lugar. Más rápido, duro, árido, ventoso, polvoriento y con nada de infraestructura. Era todo una aventura de ripio serruchado.

Lemú Cuyén era de un alemán que nos recibía alojándonos en un sector de cabañas que habían sido del personal con que construyó las instalaciones de la estancia y la plantación de unas 5000 has de pinares.

Plantaron diversas variedades de pino durante años, desde los años 70, donde sólo había piedras y aridez.

Las comodidades que ofrecían no eran para cualquiera. Calefacción a leña, con heladas de altura en pleno enero y alguna que otra nevada ocasional. Cocina económica, caldera a leña para el agua. Luz de grupo electrógeno solo hasta las 23 hs. Sin teléfono, televisión, señal, ni sintonía de radio AM o FM.

Naturaleza fuerte, severa, con la que no hay que cometer errores porque te pueden costar la vida, pero naturaleza tan pero tan bella que, a veces, te hace llorar de felicidad.

La confluencia del Filo Hua Hum y el Melliquina, el pozón del Melliquina, los rápidos del Caleufu, la playita del lago Filo Hua Hum, la excursión a las pinturas rupestres, subir a caballo y hacer cumbre en el cerro Mochilero, sacar una trucha del lago, los asados comunitarios en el quincho, amanecer con un siervo pastando a 10 metros de tu cabaña… las flotadas en gomón por el Caleufu. Programas inimaginables de una oferta natural que estaba allí, disponible para quien supiera y gustara apreciar.

Conocí a Ruperto, “el alemán” dueño del emprendimiento, de su pequeña Alemania en la cordillera argentina. Me transmitió su pasión por la Argentina, su deseo por invertir y desarrollarla.

Compartimos asados, excursiones y charlas. Siempre curioso e interesado por aprender cosas nuevas y transmitir sus experiencias.

Al cabo de un tiempo levantó una réplica de su castillo alemán. Señorial, sobre un peñón con vista al lago y a su mar de pinares. Compró una cantera de lajas en Ingeniero Jacobacci y acarreó las planchas hasta los galpones del aserradero de Lemú Cuyén para cortarlas y reproducir los pisos del castillo familiar alemán… Ruperto en persona, cortó las lajas. También me enseñó a hacer provoletas sobre una piedra a orillas del lago Huechulafquen..
La entrada del establecimiento era irrestricta. No tenía llave, ni tranquera.

Una vez le pregunté a Chaco, el mayordomo, si él era mapuche. Me contestó que había nacido en la zona pero era Tehuelche, como el indio Patoruzú. En aquel tiempo no entendí la diferencia, ni el énfasis con que me explicó. No existía el tema “pueblos originarios” tan metido en la agenda hoy, gracias a la política.

Gracias a la política también, las aberraciones económicas llevadas a la práctica durante todos estos años, que todos conocemos, fueron agachando el lomo de los emprendimientos del tipo de Lemú Cuyén. Simultáneamente, en el camino del paso Córdoba, a medida que se atrasaba el tipo de cambio y proliferaban los amigos del poder se disparó el furor inmobiliario y aparecieron propiedades con puertas y candados. Apareció “El viejo Botín”…. “Narbay” (Yabrán al revés), la estancia de Santibañes, ex jefe de la SIDE y todo cambió de dueño.

San Martín duplicó su población llenándose de personajes buscando revancha de una vida anterior.

Rupert Von Haniel murió hace un par de años. Dejó en la cordillera Argentina el legado de una mentalidad europea que lo trascendía. Abrazó a la Argentina y no se llevó nada a la tumba. Aquí quedó Lemú Cuyén con sus pinos, ríos, lagos, caseríos, castillo, aserradero y tehuelches.

El país que lo despidió en San Martín de Los Andes no fue el mismo que lo recibió.
Empantanado en su resentimiento y frustración, ya no nobles como Patoruzú. Ya no Tehuelches, ahora ladinos, usurpadores, producto de una estrategia política de inescrupulosos que los organizan en cooperativas para delinquir, para frenar, para impedir y para que se “reivindiquen” como mapuches.

Lo despide una Argentina de puertas con candado, puestos de vigilancia y cámaras de seguridad. Con puestos de peaje que cobran y hacen las veces de frontera entre estados.
Esto pasó en 40 años, con Estela Carloto vociferando insultos a los soldados desde el palco del desfile antes de ir a comer a La Taska, cuando era el restorán más caro de San Martín y del país.

Esto nos hicimos, esto le hicimos al país… le entregamos el control de la agenda al relato de mentira y después le servimos nuestros hijos, para que los haga resentidos.

Juan Martín Perkins.


Agradecemos la difusión del presente artículo:  

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