ANTICUARENTENA

"Dejen trabajar a Michigan con planes de seguridad";
o provean un protocolo para trabajar seguros.


Contra la (política) de cuarentena

Por Bets (@Betsiebook)



En estos días de encierro forzoso se notan dos posiciones claras: los que defienden la cuarentena a capa y espada sea por miedo, por convencimiento de su utilidad o por interés y los que, como yo, cada vez nos sentimos más molestos por ella, nos oponemos más y encontramos que tiene más consecuencias negativas que positivas.

Estas reflexiones son absolutamente personales y me gustaría compartirlas. 

Hace mucho escucho a los políticos mentirnos que se trata de elegir entre salud y economía, es un falso dilema. Sin una no tendremos la otra. Los tests, los respiradores, los insumos de bioprotección que deben conseguirse deben producirse (lo que implica un gasto para quien lo hace) y/o comprados (lo que implica tener el dinero o el crédito suficiente para hacerlo). Por otro lado, si es cierto que no guardar ningún recaudo colapsaría un sistema de salud ya colapsado por otras razones como son los años de dejadez e inauguración de carcasas vacías pero que permiten la foto del político haciendo como que hace.

Al mismo tiempo, una realidad de la que casi no se habla es la baja cantidad de profesionales en condiciones de llevar adelante el manejo de respiradores y otras prácticas médicas que en estos momentos se volverían vitales. Eso no se soluciona con tener el aparatito, son años de destrucción de las carreras universitarias y también de des-incentivar las carreras de servicios. 

Hablemos de la medicina en particular: explotación del residente, malos sueldos, horas inhumanas, cargos por política y no por antecedentes, experiencia o capacidad. Y todo esto sin siquiera meterme con la “industria del juicio”.

Además de todo esto la cuarentena nos impone un stress económico innecesario, nos obligan a comprar en la “cercanía” cercenando las posibilidades de buscar mejor precio. ¿Cuál es la solución de los genios de la gestión? Convertir a los vecinos en policía del precio. ¿Basado en qué? En estimular el sentimiento de que el comerciante “te toma por idiota”, que “quiere hacer negocio con la pandemia”, “se aprovecha de la situación”. 

Por supuesto no hablan de los costos extras para conseguir mercadería, ni de los costos fijos (servicios, impuestos) que debe pagar puntualmente el que tiene su negocito. 

Por otro lado, el ciudadano-niño deja de ser visto como una persona con capacidad de decisión no sólo por su propio bienestar (no se te ocurra buscar un negocio a más de 20 cuadras) sino además de tomar decisiones económicas tan simples como no comprar donde el precio no conviene. Incluso en el limitado espacio que nos dan para las compras, existe la posibilidad de comparar precios y decir “acá esto y acá lo otro”.

Por supuesto, la realidad se abre paso y tímidamente nuevos negocios “no esenciales” comienzan a abrir tímidamente sus puertas, porque cuando se acaba el colchón, cuando se mienten ayudas que nunca llegan, cuando la disyuntiva es una posible muerte por un virus frente a una concreta pérdida de la posibilidad de comer obviamente todos elegimos la segunda. Resulta que ver a un político charlando con un cantante o leerlo contestando tweets que terminan diciendo alguna variedad de “no salgas de tu casa” no llena la panza de nadie, ¿quién lo hubiera dicho, no?

Y esto me lleva a la otra gran idea de los genios de la gestión, el programa “denuncia a tu vecino” (no sean literales, no se llama así, pero sería más honesto, eh) y la práctica “escracha al insensible”. 

El miedo nos hace irracionales, todos sabemos eso. También dicen que el miedo no es zonzo y en términos de la supervivencia básica ante un peligro concreto ninguno de nosotros puede negarlo. El instinto de “pelea o huye” es tan primitivo como la primera vez que un ser vivo se encontró con otro. Sin embargo, aquí hablo de la inoculación y administración del miedo: quedate en tu casa o morí, quedate en tu casa o morí. Me recuerda mucho al sketch the Little Britain “Remain at home”. 

Lamentablemente esto es la vida real. Y el quedate en tu casa o morí es bastante relativo si miramos fríamente los números globales con los que día a día intentan torturarnos. 

Sospechosamente sólo aparecen los infectados y los muertos, nadie parece creer que el número de recuperados sea importante, y resulta que es varias veces mayor al de los fallecidos, ¿quién diría, no?

Entonces, en esta exacerbación de la vigilancia vecinal todos pasamos a ser sospechosos de ser poco menos que bioterroristas si sacamos dos veces al perro, si salimos más de una vez a hacer la compra o si se nos ocurre sugerir que no vamos a denunciar un local porque entraron dos personas en lugar de una. 

Y esto sin siquiera mencionar lo que pasa con los médicos, enfermeros y cualquier otro personal de salud. Mucho aplauso a las 21 (que al menos por mi barrio dejó de escucharse) pero después ponen cartelitos en los ascensores pidiendo que vivan en otro lado, o sugieren por twitter que los médicos deberían quedarse cuarentenados para siempre en el hospital donde trabajan. Basta sólo con leer algunos mensajes para notar el nivel de deshumanización al que se llega. 

El médico como un ente sin familia, sin amigos, sin preocupaciones, sin stress de ningún tipo. El absurdo de creer que la profesión implica la entrega de la vida o la renuncia a la misma.

En esta misma línea, algunos gobernadores deciden subir la apuesta informando que quieren “fajar” o pintar las puertas de los contagiados. Otros deciden poner a la policía a perseguir ridículos que divulgan noticias falsas o que inventan historias. Ni hablar del que hace una pregunta retórica haciéndose el gracioso y termina preso. Mis estimados dirigentes políticos, la idea de estudiar a Hitler no era que sintieran que se les daba una guía de acción.

Los escraches están a la hora del día, y esta vez con el aplauso de muchos asustados que creen que si sacamos de circulación al “infectado” a ellos no les va a tocar. Cómo se vuelve de eso? Cómo recuperamos la confianza y volvemos a tejer la red vecinal y comunitaria?
Obviamente que a quienes debería preocuparles no les importa e incluso les conviene esta política fascista de delación que ni siquiera conlleva un premio. El denunciante obtiene apenas la satisfacción de creerse moralmente superior y salvador de la humanidad.

Relacionado a esto, cada vez más los vínculos son puestos en tensión y la carga psíquica sobre los cuarentenados se vuelve más y más insoportable. Entonces nos encontramos con más violencia intrafamiliar, no necesariamente del tipo físico; suicidios o pensamientos suicidas; depresión y desgana. 

Y seamos claros, no se trata sólo de la tensión por estar atrapado cual ovejas en el corral, sino de la falta de contacto humano para quienes viven solos, de sentirse aislados y poco queridos de los viejos que no pueden ver a su familia cuando estaban acostumbrados a hacerlo, sin contar con el temor al contagio. La paranoia sobre la limpieza que nunca es suficiente (en cualquier momento arrancan las intoxicaciones por el uso excesivo de la lavandina), la obsesión con el lavado, el temor a ir a una guardia que hace que de golpe se dejen pasar síntomas de otras enfermedades graves porque ahora resulta que lo único que importa es el COVID-19. No hablemos además del temor a no conseguir medicación, o a no poder pagarla.

¿Cuántas personas se quedaron sin ningún ingreso durante este tiempo? ¿Cuántos no tienen ni un ahorro, ni una red familiar que les permite no tanto vivir cómo sobrevivir? ¿Los propietarios que de golpe no pueden cobrar el alquiler del que viven? ¿A alguien le importan estas cuestiones?

Ayudas mentirosas, mucho circo porque no hay pan y mucho golpe de decreto. 

Un congreso cerrado donde pocos son los que exigen que se vuelva a trabajar, un sistema judicial que se la pasa cantando “no vamo’ a laburar” porque total la de “ellos” está. Que los abogados de la matrícula se las arreglen como puedan, si es que pueden. Total… no es como que la resolución de los conflictos sociales sea esencial ni prioritario.

Eso sí, para liberar presos son rapidísimos. Desde las resoluciones de Violini al Defensor General que pide poco menos que se deje en libertad a toda la población carcerlaria porque pobrecitos a ver si se mueren… cuando en la cárcel no hay, al momento que se escribe este rant, un sólo caso de coronavirus y considerando la cuarentena estricta no debería haberlo. 

Y todo esto no implica desconocer el hacinamiento carcelario ni la necesidad de buscar medidas alternativas para los delincuentes no violentos (no vamos a comparar el robo de un yogur con un intento de homicidio, estamos?). Es cierto también que en Argentina faltan cárceles y que necesitamos jueces que no descrean del derecho penal y fiscales que entiendan su rol como defensores de la sociedad. 

Más allá de esto, es curioso como a los jueces les molesta tanto dar explicaciones a la sociedad por sus fallos aberrantes y sus resoluciones victimogénicas. Si están tan convencidos de que lo que hacen es no sólo legal sino moralmente correcto uno esperaría verlos defendiendo sus posiciones a capa y espada. No saliendo a desdecirse de lo que escribieron.

Finalmente, me quiero dedicar un minuto a decir que estoy harta, hartísima, de los paranoicos y bienintencionados, de los miedosos y de los corderos que me vienen a querer explicar que esta es la mejor medida que se pudo tomar, que no hay que criticar al gobierno, que la política tiene que esperar, que lo importante es callarme la boca y dejar que los que deciden hagan a su mejor saber y entender porque siguen las recomendaciones de ese antro corrupto llamado OMS.

Me encanta cómo depositan su esperanza en un gestor con menos conocimiento de medicina que yo de física cuántica y cuyo “comité de expertos” se limita a preguntarle qué es lo que quiere hacer para después salir a “tirar títulos” a los medios de comunicación (que por cierto merecen un rant aparte). 

El pico de contagio que se corre y se corre porque total… los ciudadanos-niños todavía no están lo suficientemente hartos, todavía no reaccionaron violentamente, todavía hay tela, todavía hay resto. O eso creen.

Encuestas mentirosas los convencen de ser infalibles, asesores militantes que en lugar de recordarles que son mortales les buscan justificativos para que doblen la apuesta, total, lo de ellos está y si les pasa algo serán atendidos en servicios de excelencia. Ellos que pueden salir de sus casas, que alegremente se pasean de acá para allá a cara descubierta y que incluso le dicen a la gente que “pongan cara de Coronavirus” para la foto, en una muestra cabal del desprecio que sienten algunos por nosotros, los simples ciudadanos. 

Estoy harta y estoy cansada. No me siento segura por estar encerrada. Creo que esta política de cuarentena sólo favorece a unos pocos que estás más que felices con la situación. Creo que la economía importa tanto como la salud. No estoy dispuesta a ser una oveja asustada. No estoy dispuesta a callarme la boca y aplaudir a quienes considero inútiles y perjudiciales. 

Quiero que levanten la cuarentena (no me opongo a que se mantengan a resguardo los grupos de riesgo, que mantengamos medidas de cuidado, entiendo que deberían pensarse modos flexibles que permitan trabajar y cuidar a los niños, tampoco soy tonta o tan cerrada ni tan “libertaria”) pero sobre todo, lo que más quiero en este momento, lo que me impulsa a dar otras peleas es que quiero que dejen de haber “ciudadanos-niños” para haber ciudadanos adultos, responsables de sus decisiones ante sí mismos y ante la ley. 

Basta de excusas. Es hora de otra cosa. 

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Agradecemos la difusión del presente artículo:  

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