HIPÓTESIS DE CONFLICTO


Durante décadas se ha justificado la desinversión en una de las funciones fundamentales e indelegables del Estado, la defensa, con la excusa de que «no existen hipótesis de conflicto». Conviene estar preparado, anticipar escenarios y planear cómo enfrentarlas, para no estar improvisando en medio de la crisis.
Parece que tampoco en temas sanitarios tenemos hipótesis de conflicto .

Autor: Dr. Antonio Bermejo (@JuezBermejo)

Al momento de escribir este artículo, Argentina se encuentra en cuarentena, con las fronteras cerradas, y preparándose para pasar la tormenta que vendrá sin duda por el virus y por la posterior depresión económica. Primeramente, con respuestas tardías y ahora, con medidas draconianas, cierta sobreactuación y sin muchas ideas, la reacción de la política fue la sorpresa. Lo inesperado de una enfermedad que comenzó a atacar recién a finales del año pasado. Pero, ¿es realmente inesperado?

El ser humano convive toda su vida con la enfermedad, en una lucha que es probable que en algún momento pierda. Al vivir en sociedades cada vez más grandes, cercanos a otros mamíferos a los cuales adoptamos y domesticamos, las chances de contraer alguna infección se multiplican. Las enfermedades infecciosas han modelado sociedades, y han determinado el curso de la Historia en numerosas ocasiones. La Peste Antonina (165-180) fue una de las causas de la decadencia del Imperio Romano. La Plaga de Justiniano debilitó en forma casi permanente al Imperio Bizantino, tornándolo incapaz de contener a los eslavos que lo atacaron del norte y a los árabes del sur. 


La famosa Peste Negra puso fin al sistema económico del feudalismo. Los europeos que llegaron a América contaron con sus pequeñitos aliados, los microorganismos, que diezmaron a la población nativa y les permitieron conquistar inmensos imperios con solo un puñado de hombres. Durante toda la historia los mayores problemas de los ejércitos fueron dos: alimentar a sus soldados e intentar evitar que se enfermen.




Siendo como es un tema tan cotidiano, el arte no ha sido ajeno al tema. El Decamerón de Bocaccio, la Máscara de la Muerte Roja de Poe, ocurren en epidemias. La Montaña Mágica de Thomas Mann, La Traviata de Verdi, hablan de una enfermedad que tanto nos ha perseguido: la tuberculosis, que creemos extinta (aunque no lo está). Siempre recuerdo las novelas de Dostoievsky, en donde la pobreza y la enfermedad aparecen siempre de la mano.
Incluso hoy, con todos los conocimientos que tenemos, sabiendo de dónde provienen, pudiendo secuenciar su código genético, cada tanto un microorganismo muta, se vuelve virulento o mortífero y nos ataca. En este siglo ocurrió en varias ocasiones: el SARS, el MERS, la famosa gripe H1N1, el ébola. Todos los años tenemos en nuestro país dengue, Chagas, HIV, fiebre amarilla en el norte, hantavirus, gripe común los inviernos (que satura los hospitales). ¿Podemos decir que una epidemia es una sorpresa? Yo diría que la incertidumbre está en cuándo y de qué forma nos va a atacar y no en si nos va a atacar, lo cual ocurrirá indefectiblemente.


Durante décadas se ha justificado la desinversión en una de las funciones fundamentales e indelegables del Estado, la defensa, con la excusa de que «no existen hipótesis de conflicto». Somos buenos, nos llevamos bien con nuestros vecinos y parece que nadie en el mundo nos quiere hacer daño y por eso decidimos voluntariamente no prepararnos ante un eventual conflicto. Cualquiera que haya estudiado historia sabe que las sorpresas, los conflictos, las guerras, aparecen aunque uno no se las busque. Y conviene estar preparado, anticipar escenarios y planear cómo enfrentarlas, para no estar improvisando en medio de la crisis.

Parece que tampoco en temas sanitarios tenemos hipótesis de conflicto. Nos enteramos que nuestro sistema sanitario no es lo suficientemente robusto para enfrentar esta pandemia. No tenemos ahorros de contingencia para enfrentar la catástrofe económica que vendrá cuando la virulencia del virus amaine. No se controlaron eficazmente las fronteras. No hay organizada una logística de emergencia para alimentar a la población. En suma, se va improvisando sobre la marcha, en cuanto los problemas aparecen y solo se los puede mitigar en lugar de enfrentarlos.



Hace poco vi en Twitter una foto de una vieja libreta sanitaria de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El eslogan que tenía era: «Hijos sanos, orgullo de la raza». Más allá de lo desactualizado del lenguaje, esa frase denota algo: que un objetivo y motivo de orgullo de toda sociedad es que sus miembros sean sanos y fuertes. Y que, más allá de la responsabilidad individual o la primaria de la familia, es trabajo de todos asegurar la salud de nuestros compatriotas. Objetivo que ahora no se cumple, con millones viviendo en situación de hacinamiento, sin cloacas , sin que se les haga estudios o análisis, todo ello reivindicado por una casta política que festeja sus fracasos (como el homenaje de los «valores villeros»).

Me gustaría en algún momento poder ir afuera y cuando diga «soy argentino» te miren con respeto: respeto a un país con futuro, con un pueblo educado, sano. Un país que pese en el planeta, fuerte, que cuide a su gente.


EL ESTADISTA

Mucha gente considera que el mayor problema del país es la corrupción. Yo contesto con un ejemplo histórico: la clase política italiana post Segunda Guerra Mundial era tremendamente corrupta. Sin embargo, convirtió a un país arrasado por la guerra en una potencia del G7. Nuestro mayor problema es que, además de corrupta, nuestra clase política es inmensamente ignorante e incompetente. Y carece totalmente de todo pensamiento estratégico: su horizonte de eventos alcanza únicamente hasta la próxima elección. No piensan cómo va a ser el mundo en 2025, o en 2035, cómo va a ser el trabajo, el transporte, la educación. Como no se imaginan el futuro, no se planifica. Hace años que vivimos de toda la infraestructura que se ha hecho en un país distinto, que tenía futuro. Y tan bien hecho estaba, que todavía aguanta, a pesar de la desfinanciación y la no planificación.
No creo en la visión mesiánica de un estadista mágico que nos venga a salvar de esta mediocridad. Lo que se necesita es cambiar a eta clase política, que ha tenido su oportunidad desde 1983 de hacer algo distinto y ha fracasado. Y su fracaso se traduce en pobreza, en muertes, y en condenar a este país a la insignificancia en la cual se encuentra. La falta de visión, de anticipación de escenarios, y la no inversión en la infraestructura necesaria para enfrentarlos, es lo que nos está condenando.



Uno tiene la ligera esperanza de que esta crisis nos haga abrir los ojos y nos demos cuenta de las consecuencias de seguir soportando a una clase política de bajo nivel intelectual y criminal incompetencia y que la única forma de salir del pantano es comenzar a pensar a futuro y exigir. Exigir que nuestro país tenga la infraestructura, la capacidad y la previsión suficientes como para enfrentar eficazmente la incertidumbre que nos rodea.


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Agradecemos la difusión del presente artículo:  

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Como plus:
Anna Netrebko: La Traviata.



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