ALORTO BELGA


No hemos sido completamente absorbidos por el imperio ni somos completamente soberanos.

Autor: reaxionario (@reaxionario)

Nota original: https://reaxionario.wordpress.com/2020/12/12/alorto-belga/


No se preocupen, amigos — no vamos a hablar de conjuntos de células ni del milagro de la vida desde la concepción ni de la deuda de la democracia ni de Chinda Brandolino. No vengo a decir que estoy a favor o en contra del aborto (quizás en un futuro post), sino a tocar el tema desde un ángulo que, creo yo, algunos de ustedes pueden no haber considerado.

Vamos a arrancar hablando del Imperio Austro-Húngaro y su relación complicada con un estado limítrofe — el Reino de Serbia. Como ustedes sabrán, la causa inmediata del desenlace de la Primera Guerra Mundial fue el asesinato del Archiduque Francisco Fernando, perpetrado por un miembro de la Narodna Odbrana, una organización pan-serbista.

Resulta que dentro del territorio del Imperio había provincias como Bosnia-Herzegovina que grupos nacionalistas serbios querían incorporar a una futura Gran Serbia, por lo que a través de diversos medios más o menos violentos, que iban desde la propaganda hasta poner alguna que otra bomba, se dedicaban a avivar en el país vecino una llama sediciosa que a la Monarquía Dual le complicaba demasiado la vida. Para colmo, el propio gobierno de Serbia era cómplice — algunas veces apoyando activamente, otras haciendo la vista gorda, pero nunca obstaculizando.

Pero esperen que hay más: si detrás de Gavrilo Princip había muchos funcionarios y empleados del gobierno serbio, detrás de éstos estaba ni más ni menos que Rusia, que por aquellos días tenía muchas ganas de apropiarse de los estrechos Dardanelo y Bósforo. Como no podía simplemente tomarlos sin alarmar al resto de las potencias europeas, los rusos decidieron que la mejor forma de proceder era aprovechar la oportunidad brindada por el caos generalizado de una conflagración a gran escala. Como desde antes del comienzo del Siglo XX se sabía que si iba a haber quilombo en el continente era muy probable que comenzara en Serbia, el hábil e inescrupuloso diplomático Alexander Izvolsky puso allí todas sus fichas y envalentonó a los serbios en su afán separatista, sabiendo que tarde o temprano harían “caer en la trampa” al Imperio Austro-Húngaro y, por lo tanto, a su principal aliado — Alemania.

Para entender bien lo loco de este asunto, imaginen si dentro de Estados Unidos hubiera un movimiento nacionalista mexicano que agitara para que California vuelva a ser parte de México. Imaginen además si el gobierno de México les proveyera de armas, recursos, apoyo logístico, promoviera propaganda sediciosa, y ayudara a cruzar la frontera a un grupo de terroristas que eventualmente terminaran asesinando a Kamala Harris mientras andaba de visita por San Diego.

Ahora imaginen que detrás de todo esto estuviera Xi Jinping bancando todo esto — echándole nafta al fuego para acelerar un eventual conflicto entre México y Estados Unidos para sacar alguna ventaja política o económica.

Si lo pensamos así, parece algo totalmente absurdo, pero eran otros tiempos. Hoy las cosas se hacen de maneras un poco más insidiosas, pero que no queden dudas: Argentina y el resto de los países del mundo, con excepción de unos pocos, están en una situación similar a la del Imperio Austro-Húngaro.

A ver — por un lado Argentina es una provincia del Imperio Americano y eso lo sabemos todos. No somos una nación soberana y probablemente nunca lo fuimos del todo. No tomamos nuestras propias decisiones: todo lo que hacemos como nación, salvo cuestiones de mera administración provincial, obedece a una serie de pautas tácitas en cuya formulación no hemos tenido voz ni voto.

Digo tácitas porque el rumbo general de nuestra sociedad está muchas veces informalmente atado al del centro imperial. No es casualidad que Holanda haya aprobado su ley de matrimonio “igualitario” en 2001, España en 2005, Noruega en 2008, Argentina en 2010 y Ecuador en 2019. De hecho, los 29 países que hasta ahora han legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo lo han hecho en los últimos veinte años. Si bien no hubo una orden directa por parte de nadie, naciones de todas partes del mundo se han coordinado de una manera más que llamativa, como si hubiera una fuerza empujándolas en cierta dirección.

Implica la asimilación total de la Argentina al Imperio Americano y la inevitable pérdida de todos sus rasgos distintivos hispanos y católicos.

Por lo tanto no es, en mi opinión, tan correcto hablar de agenda globalista si bien algo de eso hay. Esto es otra cosa — más parecida a una infección o un cáncer, digamos. Aclaro que esto no quiere decir que yo necesariamente me oponga a que la gente elija libremente con quién quiere casarse. Digo que todo parece indicar que este tipo de discusiones no parecen darse de manera natural dentro de cada nación soberana, sino que hay una presión externa invisible que a veces hasta nos hace creer que en realidad es la Humanidad la que está avanzando y recorriendo el famoso “curso de la Historia” — que, según hemos descubierto, siempre empieza en Roma y termina en una Marcha del Orgullo Gay en París o Buenos Aires.

Esta presión rara vez es ejercida por el gobierno de los Estados Unidos. Siempre es más común que provenga de órganos paraoficiales que, por su aparente imparcialidad y non-partisanship, suelen ser elegidos por los “reformadores del mundo” por encima de los propios gobiernos, que en general ven más limitada su libertad de acción. Por lo tanto, es más viable sacar una tapa en el New York Times o hablar a través de Amnesty International y Human Rights Watch que a través de un comunicado del State Department. Nadie con un poco de materia gris puede pensar que existe una diferencia fundamental entre los primeros y éste último, pero por algún motivo uno levantaría sospechas y los otros no. Del gobierno desconfía todo el mundo, pero ¿quién puede dudar de las buenas intenciones de Amnistía Internacional?

Con esto no quiero decir que toda política imperial sea mala en sí misma. Todos los imperios incorporan nuevos territorios y buscan estabilizarlos e integrarlos para que haya en toda su extensión el mayor nivel de homogeneidad posible. El Imperio Americano no es la excepción, si bien no es un imperio tradicional.

Por lo tanto, la discusión acerca del aborto es parte de una discusión más grande que implica la asimilación total de la Argentina al Imperio Americano y la inevitable pérdida de todos sus rasgos distintivos hispanos y católicos. El destino, al menos en teoría, es un mercado único y una cultura única como culminación del proceso de “civilización de los pueblos bárbaros”. Si sos o te sentís parte de la ruling class, probablemente lo consideres algo positivo y está bien.

En la medida en que no somos soberanos y formamos parte de una estructura política superior en proceso de consolidación (el Imperio Americano es muy joven todavía) y por lo tanto inestable, somos parecidos a las provincias del Imperio Austro-Húngaro.

Pero también, y esto es más importante, somos como el Imperio Austro-Húngaro en la medida en que sí somos soberanos. Si imagináramos a Argentina como un pequeño imperio, veríamos una dinámica similar a la mencionada más arriba: todo intento de homogeneización se ve constantemente interrumpido por luchas intestinas entre quienes, en mayor o menor medida, quieren retener nuestra autonomía y quienes, en mayor o menor medida, quieren acelerar la aculturación.

Si bien todos somos sujetos del imperio, algunos, especialmente los mayores y la gente del Interior, todavía retienen algo de la cultura autóctona; mientras que otros, principalmente jóvenes de grandes centros urbanos, viven como sujetos conscientes y voluntarios del imperio. Claro que no andan por ahí con una remera que lo diga, pero tampoco es que son difíciles de identificar. Hoy en día suelen andar de verde y no sólo en San Patricio.

Porque el aborto no es sólo el aborto. Las ideas no viajan solas, y detrás de una simple consigna como “aborto legal” hay toda una cosmovisión, que en su conjunto implica el sometimiento de la nación a un orden superior (a veces llamado Comunidad Internacional, aunque es un engañapichanga) que tiene en mente un mundo ideal y trabaja para construirlo.

Ojo — el “celeste” no implica algo muy diferente si le quitamos a los salvajes del Interior, decididamente retrógrados: en el 95% de las cosas suelen estar de acuerdo con sus supuestos enemigos mortales, y si se sentaran a hablar se darían cuenta de que no son tan diferentes. Ambos han aplaudido bombardeos a inocentes, el derrocamiento de regímenes soberanos, el café de Starbucks y las series de Netflix.

Digo que somos como el Imperio Austro-Húngaro, y como tantos otros, porque existe un núcleo militante de personas que quiere llevar el país hacia cierto lugar, mientras que otro sector busca evitarlo a toda costa. Si bien no hay un gobierno serbio fogoneando la división, sí hay medios de comunicación, corporaciones y ONGs — y si hay un gobierno extranjero involucrado es, irónicamente, el propio puppet government argentino.

El resultado es una crisis de identidad que a mí particularmente me incomoda: no hemos sido completamente absorbidos por el imperio ni somos completamente soberanos. Estamos en el limbo, y desde esta perspectiva apoyar o no el aborto implica el deseo de profundizar la asimilación o, por el contrario, retroceder hacia un estado de mayor autonomía.

Esto no es nada nuevo — la Doctrina Monroe está por cumplir su bicentenario.

La única salida es que alguien, sea el imperio o un gobierno argentino con “conciencia nacional”, se ponga los pantalones y decida de una buena vez — o vamos a terminar como una estepa de Medio Oriente con Ministerio de Mujeres y Diversidad y lo otro que ya me olvidé.

Idealmente, me gustaría que esto pudiera darse como un debate entre los argentinos, pero está claro que los hechos dicen otra cosa: un bando tiene Ayudín y el otro no. Por otro lado, tampoco puedo decir que la legalización del aborto me quita el sueño — ¿qué le hace una mancha más al tigre? Hemos venido haciendo las cosas siguiendo consignas imperiales desde el Siglo 19, y aún quienes se oponen a “el plan de Soros” siguen pidiendo la intervención de Estados Unidos en Venezuela. Esto no es nada nuevo — la Doctrina Monroe está por cumplir su bicentenario.

Pero bueno, esto ya se hizo demasiado largo.


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