ESCLAVITUD POR CONSENSO
La vacunación masiva que se anuncia apunta a sellar una suerte de novísima alianza entre las élites globales y las masas
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/esclavitud-consenso/
No hay intelectual de izquierda de cierta relevancia, incluso apenas local, que no haya sido becado por alguna fundación o dictado cursos en determinadas universidades directamente asociadas a los promotores del nuevo orden
Las grandes transformaciones ocurridas en el último medio siglo nacen, como ya ha ocurrido en el pasado, de la propia dinámica social, probablemente acelerada esta vez por innovaciones tecnológicas que extienden hasta lo sobrehumano las capacidades normales de la especie, particularmente en términos de movilidad, comunicación y control. Y, como también ya ha ocurrido en el pasado, la dirección de esa dinámica es administrada en su favor por quienes cuentan con las herramientas y los recursos para hacerlo. Cuando la mitad de la riqueza del mundo ha ido a parar al 1% de la población, cuando esa tendencia se acentúa año tras año, sería peligrosamente ingenuo suponer que sus beneficiarios no van a sacar provecho de esa diferencia, aunque sólo sea para mantener el sistema que hace posible el milagro. Eso no ha ocurrido nunca en el pasado.
Los viejos y nuevos dueños de la riqueza del planeta han actualizado su, por decirlo de algún modo, conciencia de clase: se han reconocido como una élite supranacional con intereses comunes, ajenos a los estados nacionales y muchas veces contradictorios con ellos.
Los viejos y nuevos dueños de la riqueza del planeta han actualizado su, por decirlo de algún modo, conciencia de clase: se han reconocido como una élite supranacional con intereses comunes, ajenos a los estados nacionales y muchas veces contradictorios con ellos. Han tomado conciencia del poder sin precedentes que tienen en sus manos, poder real en comparación con el de los estados nacionales, mayormente simbólico y configurado por la historia, la tradición y las ambiciones de cada nación. Y han llegado a la conclusión de que esa falta de correspondencia entre poder real y poder formal plantea una incomodidad, un desajuste que es necesario resolver. Para ello se organizaron en grupos de discusión, como Bilderberg o el Foro Económico Mundial, y de presión, como las ubicuas fundaciones.
Han llegado a la conclusión de que esa falta de correspondencia entre poder real y poder formal plantea una incomodidad, un desajuste que es necesario resolver.
De esos debates emergió la idea de implantar lo que se describe como un nuevo orden mundial pero que de nuevo no tiene nada: se trata del mismo proyecto totalitario de ingeniería social, el mismo sueño monstruoso de la razón que Occidente no logró poner en pie pese a haberlo intentado con tal ferocidad que hizo de la centuria pasada una de las más sangrientas de la historia. Exhibe la misma arrogancia de unas minorías iluminadas que se sienten autorizadas para decidir qué es lo que le conviene a la humanidad, y a imponérselo por la fuerza. Los nazis apelaron al poder de las armas para expandir su proyecto milenarista, y fracasaron; los comunistas apelaron al poder de la ideología para extender el suyo, y fracasaron. Las élites emergentes tras esos dos fracasos piensan que esta vez no van a fallar: están repletas de dinero, cuentan con la tecnología necesaria, y creen haber aprendido las lecciones de la historia.
Las élites emergentes tras esos dos fracasos piensan que esta vez no van a fallar.
Tanto el nazismo como el comunismo fueron atacados y derrotados desde fuera: no fueron los alemanes ni los rusos, cautivos del relato y del estado policial de sus respectivos regímenes, los que produjeron su caída. Primera lección de la historia: la combinación de narrativa oficial y estado policial es eficaz. Segunda lección: no debe haber un afuera, el relato y el estado policial deben imponerse sobre todo el planeta, sin resquicios. Las fuerzas externas que frustraron esos proyectos totalitarios estuvieron animadas y estructuradas por arraigados sentimientos de identidad (personal, familiar, nacional, étnica y cultural), por la fe religiosa y por la necesidad vital de asegurar espacios de libertad para la aventura personal. Tercera lección: esos anclajes identitarios y esa vitalidad deben ser borrados y reemplazados por sustitutos inertes, por placebos.
Cuarta y más amplia lección de la historia: los poderosos dentro de los estados nacionales tienden a sentirse aliados naturales de las élites globales y funcionan como franquiciados hasta que ven sus propios intereses en peligro, cuando por lo general ya es tarde como para que representen un problema. Los más desvalidos están presos de sus necesidades, y mantenerlos en esa condición no plantea mayores dificultades. La piedra en el zapato de las élites globales es la clase media. Es natural entonces que sus cañones apunten contra los instrumentos que le permitieron nacer y desarrollarse -la democracia republicana y la economía de mercado- y contra su mentalidad, un conjunto de creencias y valores que, a los sentimientos de identidad mencionados, agregan la libertad, la creatividad, la responsabilidad, la voluntad de superación, la educación y combinaciones variables de conservadurismo y audacia.
La piedra en el zapato de las élites globales es la clase media.
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La democracia representativa degeneró en una casta política profesional que alquila sus servicios de administración del Estado.
La eficacia organizativa y distributiva de la economía de mercado y la democracia republicana necesita tanto de los reglamentos como de la buena fe. Las élites no encontraron obstáculos para corromper las dos cosas, especialmente desde que los ciudadanos se dejaron absorber por otros intereses más sencillos y divertidos, y abandonaron la custodia del sistema que los defendía y les permitía crecer. La democracia representativa degeneró en una casta política profesional que alquila sus servicios de administración del Estado; la economía de mercado de base nacional derivó hacia una drástica concentración financiera de orden global. Los famosos controles y contrapesos del buen gobierno son apenas argumentos de propaganda aparecidos cuando la confianza pública comenzó a declinar. La vigilancia antimonopólica se extravió por algún lado, entre las noticias sobre fusiones y adquisiciones y las promesas de competitividad y eficiencia.
Establecimiento de un estado policial e instalación de las narrativas que lo justifiquen.
Superados estos escollos queda el campo despejado para poner en práctica en escala planetaria las lecciones de la historia: establecimiento de un estado policial e instalación de las narrativas que lo justifiquen. Hay que reconocer que a las élites globales se les alinearon los planetas: la dinámica de la historia quiso que también le cayeran en las manos, en el momento oportuno, tres poderosos instrumentos lo suficientemente maduros y experimentados como para ser utilizados de inmediato en la prosecución de ambos fines: la tecnología informática y de las comunicaciones, una masa global de intelligentzia progresista a la deriva desde el colapso de los regímenes marxistas, y una industria de los medios de comunicación desesperadamente necesitada de un nuevo modelo de negocios desde que la figura del ciudadano preocupado e informado hizo mutis por el foro.
Una masa global de intelligentzia progresista a la deriva desde el colapso de los regímenes marxistas.
La tecnología informática y de las comunicaciones permite -y de hecho lo está haciendo, ya, como lo comprueba cualquiera que haya practicado algo tan inocuo como una búsqueda por Internet o tan privado como una conversación por teléfono celular- un control minucioso de las actividades de cada persona, sus desplazamientos, sus rutinas, sus relaciones, sus opiniones, sus transacciones, sus movimientos financieros y sus preferencias de cualquier tipo, no de manera anónima con fines estadísticos sino de manera personal, asociada a sus datos biométricos. Incluso sus vehículos son rastreados permanentemente por localizadores satelitales, lectores de patentes y detectores para el cobro automático de peajes en las autopistas. En las grandes ciudades, cámaras de seguridad registran lo que ocurre en las calles y en los comercios. Toda esa información se acumula, se comparte, se analiza, no sabemos por quién pero lo sospechamos.
No hay intelectual de izquierda de cierta relevancia, incluso apenas local, que no haya sido becado por alguna fundación o dictado cursos en determinadas universidades directamente asociadas a los promotores del nuevo orden.
Desde la década de 1970, la izquierda infiltró sistemáticamente los principales emisores de mensajes sociales -el aula, la prensa y el entretenimiento- y los reguladores u orientadores del comportamiento -la justicia y la publicidad-, a los que luego se les asociaron por inercia, o por creer que se estaban adaptando a la marcha de los tiempos, la familia y el púlpito. Así el progresismo logró imponer un discurso único que invadió también la política y licuó las identidades partidarias hasta disolverlas en socialdemocracias de centroizquierda y de centroderecha apenas distinguibles entre sí, y cuyas agendas se nutren de una constelación de ONGs financiadas por la élite globalista. La relación entre esta élite y el progresismo no es nueva, y la confianza es recíproca. No hay intelectual de izquierda de cierta relevancia, incluso apenas local, que no haya sido becado por alguna fundación o dictado cursos en determinadas universidades directamente asociadas a los promotores del nuevo orden.
Así el progresismo logró imponer un discurso único...cuyas agendas se nutren de una constelación de ONGs financiadas por la élite globalista.
La prensa comenzó a perder audiencia e intentó retenerla mediante diversas estrategias, todas ajenas a su función de proveedor de información confiable. En vez de atacar el mal, en vez de advertir a la clase media -su público- sobre la corrupción de la democracia republicana y la economía de mercado que la sostenían y posibilitaban su crecimiento, optó por atajos menos comprometedores, e igualmente inútiles, como incorporarse a la industria del entretenimiento. Ahora parece haber encontrado un nuevo modelo de negocios: en lugar de informar de los sucesos cotidianos y analizar sus motivos y consecuencias, se ha consagrado de manera uniforme y universal a dar versiones distorsionadas de los sucesos cotidianos, inventar realidades inexistentes y retorcer la interpretación, todo por cuenta y orden de las élites globalistas. Esta prensa instaló una pandemia imaginaria en la conciencia pública mundial, y desinstaló un presidente hostil a las élites en el país más poderoso del mundo.
Esta prensa instaló una pandemia imaginaria en la conciencia pública mundial, y desinstaló un presidente hostil a las élites en el país más poderoso del mundo.
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Contra la clase media operan el garrote y la zanahoria de las élites globalistas y sus empleados locales, en una operación abierta en múltiples frentes.
La tecnología informática y de las comunicaciones se ocupa del garrote: el costado policial, controlador, vigilante de la acción de las élites. El formidable aparato cultural armado por la izquierda, vacante y sin destino desde la caída del muro y la implosión de los regímenes socialistas, se encarga de la zanahoria: películas, contenidos educativos, novelas, series, canciones, artículos periodísticos, impregnados todos de corrección política progresista. La prensa organiza el sentido, provee la racionalidad que justifica la relación entre el garrote y la zanahoria. La clase media ya carece de representación política, está perdiendo a zancadas su independencia económica, y lo único que le queda, deshilachada y rasposa, es su visión del mundo, su mentalidad. Contra ella operan el garrote y la zanahoria de las élites globalistas y sus empleados locales, en una operación abierta en múltiples frentes.
El primer frente apunta contra la identidad.
En este frente se inscriben la ideología de género, el multiculturalismo, la reescritura de la historia, el repudio de los héroes nacionales, el abandono de costumbres y tradiciones, la militancia antirreligiosa, la destrucción de la familia, la mundialización del entretenimiento, las migraciones inducidas o forzadas.
El primer frente apunta contra la identidad. Que nadie sepa ya quién es, ni de dónde viene, ni cual es su rumbo. En este frente se inscriben la ideología de género, el multiculturalismo, la reescritura de la historia, el repudio de los héroes nacionales, el abandono de costumbres y tradiciones, la militancia antirreligiosa, la destrucción de la familia, la mundialización del entretenimiento, las migraciones inducidas o forzadas. El segundo frente apunta contra la información y el conocimiento. Que nadie pueda entender por su cuenta nada de nada, que nadie pueda tener certeza sobre nada. En este frente se inscriben la decadencia de la educación en todos sus niveles; la incapacidad creciente para el pensamiento lógico y el razonamiento matemático, y para la comprensión de textos, la lectura y la escritura; la ideología como sustituto del saber; la pérdida de las fuentes tradicionales de certidumbre -diarios, revistas, enciclopedias, universidades, editoriales, academias- a la que recurrir como referencia o invocar como autoridad razonablemente confiable y respetable.
El tercer frente apunta contra la confianza en sí mismo y la libertad. Que nadie se anime, que nadie se atreva. En este frente se inscribe la instalación de miedos que inducen a la población, especialmente a la clase media, a ceder libertades civiles, económicas, personales, que tanta sangre y esfuerzo le costó asegurar; amenazas con base real pero infladas fuera de toda lógica como el narcotráfico y el lavado de dinero, el terrorismo internacional y ahora la pandemia, capaz de agitar la suma de todos los miedos, e inducir a la última resignación, la de la potestad sobre el propio cuerpo.
El cuarto frente apunta contra la génesis, la creatividad y la acción. Que nadie persiga la trascendencia espacial, temporal o espiritual, a través de los hijos, las obras o los actos. En este frente se inscribe el aliento al narcisismo obsesivo, la satisfacción inmediata, el consumismo, la homosexualidad, el aborto, la eutanasia, la manía del trabajo en equipo, y el desaliento correspondiente de la familia, la creatividad, el espíritu emprendedor y la responsabilidad.
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Ahondó esa ruina cuando abrazó la psicología -la visión del mundo, la ideología incrustada en la psicología- como si se tratara de una nueva religión.
En buena medida la clase media preparó su propia ruina cuando decidió que era más cómodo y entretenido ver cómo los políticos discuten por televisión que afiliarse a un partido, participar de las reuniones y pedirles cuentas cara a cara, ni hablar de crear un partido y procurar la representación de las propias ideas o intereses. Ahondó esa ruina cuando abrazó la psicología -la visión del mundo, la ideología incrustada en la psicología- como si se tratara de una nueva religión, y se consagró a un culto maníaco y excluyente del propio yo y sus caprichos. En el más reciente peldaño de esta escala descendente, la cultura de la imagen instalada por la televisión se ha fusionado con el narcisismo psicoanalítico para definir un lenguaje nuevo cuyo canal son las redes sociales y cuya última palabra es la selfie.
Se consagró a un culto maníaco y excluyente del propio yo y sus caprichos.
Al debilitar la función verbal y con ella la capacidad de pensamiento abstracto, la cultura de la imagen, extendida a toda la constelación de medios de comunicación -diarios, revistas y libros se llenaron de figuritas, fotos, dibujos, punteos, infografías-, indujo además un deterioro cognitivo del que no están a salvo, dicen los especialistas, ni siquiera quienes se tienen por cultos. Basta con comparar Time o Primera Plana de la década de 1970 con Time o Noticias de nuestros días. O repasar los diálogos entre compradores y vendedores en Mercado Libre. O los intercambios en los sitios noticiosos y en las redes. La mitad de la gente no sabe lo que dice, y la otra mitad no entiende lo que escucha. El neurólogo francés Michel Desmurget sorprendió a este año a los europeos al exponer en su libro El cretino digital que las nuevas generaciones muestran un cociente intelectual más bajo que el de sus padres.
A pesar de todo, economistas, sociólogos y otros estudiosos nos aseguran cada día que las clases medias están expandiéndose en todo el mundo. Pero se trata de una ilusión óptica. Lo que ocurre en realidad es la confluencia de una clase media en descenso con una clase baja en ascenso, para formar un conjunto indiferenciado, o con diferencias apenas estéticas, caracterizado por su ignorancia respecto de los asuntos que le incumben, su falta de recursos para resistir la manipulación ideológica, su incapacidad para representarse y comprender su situación en el mundo, su impotencia para organizarse y defender sus intereses, su negativa a asumir responsabilidades y su refugio obsesivo en la satisfacción inmediata y pasajera, siempre convenientemente abastecida, se trate de sexo, drogas, música, películas, tatuajes o snacks.
La saga de la pandemia imaginaria instalada este año (una pandemia que las fundaciones globalistas habían estudiado con anticipación en una simulación informática) ofrece un ejemplo práctico de todo lo dicho en esta nota. Si se la pensó como un ensayo, hay que decir que la etapa experimental quedó superada por los hechos porque las cosas le salieron a sus organizadores infinitamente mejor que lo que esperaban. Bajo la presión de los medios, la academia y los institutos multilaterales, la gente quedó presa del pánico, y gobiernos sin inteligencia, ideas ni conocimientos obedecieron, con los correspondientes incentivos claro está, las consignas provenientes de las usinas globalistas, todas enderezadas a restringir derechos básicos -al movimiento, al trabajo, a educar y aprender, al culto, al comercio- para comprobar cómo reaccionaba la gente. Los pocos que se atrevieron a cuestionar públicamente las falsedades más obvias fueron descalificados como ignorantes, imprudentes o malintencionados. Los pocos que se atrevieron a desafiar las prohibiciones fueron denunciados por sus vecinos y perseguidos por la policía.
En un artículo publicado en octubre, el ex vicepresidente de Pfizer (¡nada menos!) y experto en enfermedades alérgicas y respiratorias Michael Yeadon escribió que no hay necesidad alguna de vacunas para extinguir la pandemia porque no hay tal pandemia. “No se vacuna a gente que no corre riesgos de contraer ninguna enfermedad. Tampoco se programa vacunar a millones de personas aptas y sanas con una vacuna que no ha sido probada suficientemente en seres humanos”. Sin embargo, exactamente eso es lo que se aprestan a hacer casi todos los gobiernos de casi todo el mundo, para cumplir con sus mandantes globales y para quedar bien ante un electorado temeroso e ignorante que ya está desnudando el brazo para recibir la vacuna que restablezca el orden y le permita seguir con su vida normal. O lo que él cree que es una vida normal.
Probablemente también la duración autorizada de sus vidas, la dimensión de sus familias, etc., pero eso queda para la letra chica.
En ese único y simple gesto, primer paso hacia la nueva normalidad, umbral del gran reseteo universal, va a quedar sellada hacia el futuro, como en una novísima alianza, la relación entre el 1% que compone la élite mundial y el 99% indiferenciado restante: la esclavitud por consenso, ansiada, esperada y recibida como una bendición salvífica. Sin necesidad de usar abiertamente de la fuerza, amablemente inducida, sostenida por los mensajes uniformes de profesores, periodistas y animadores, corregida aquí y allá gracias a los controles informatizados que permiten identificar rápidamente cualquier anormalidad y resolverla con la discreción de una unidad de traslado. Las dos iniciativas pospandemia más importantes de la élite globalista apuntan a consolidar esa alianza consensuada, a volver irreversible la esclavitud que trae consigo: la eliminación del dinero, y el establecimiento de una remuneración universal capaz de asegurar a todos, trabajen o no, la satisfacción de sus necesidades básicas. Probablemente también la duración autorizada de sus vidas, la dimensión de sus familias, etc., pero eso queda para la letra chica.
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Entre los filósofos griegos, Aristóteles fue uno de los más preocupados por la cuestión de la esclavitud, tanto que en el propio texto de "Política" la explica de dos maneras distintas. Había llegado a la conclusión de que hay hombres libres por naturaleza y hombres esclavos por naturaleza. Al tratar de entender esta esclavitud natural la atribuyó primero a la falta de logos, algo más o menos parecido al deterioro cognitivo del que hablamos arriba, pero luego se corrigió y la asoció a la falta de thymós, el brío, la energía que pone al hombre en marcha y lo precipita a la acción. La falta de thymós, sugiere el filósofo, no sólo lo priva del logos, sino que le hace perder el respeto por sí mismo, le bloquea la capacidad de relacionarse con los demás, y le vuelca la atención hacia su propio cuerpo y su placer. Para ser naturalmente libre, dice Aristóteles, hay que tener thymós; en traducción libre del griego, para ser libre, para no dejarse esclavizar, hay que tener pelotas.
–Santiago González