LA MISA DE GALLO


La Sagrada Familia y Santa María del Mar fueron entregados por el gobierno de la CUP al imán de Barcelona para que la creciente población musulmana pudiera ejercer su libertad de culto y la menguante comunidad cristiana perdiera sus privilegiada posición.

Nota original:
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Autor: Sertorio

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Año del Señor de 2095, el Papa Francisco VI se prepara para oficiar la Misa del Gallo en Roma. Acaba de cumplir los setenta y ocho años. Alto, esbelto, de rostro afilado y aristocrático, marcado por profundas bolsas en los ojos, resulta muy elegante vestido de pontifical. Todavía está en forma y puede aguantar el rigor de las ceremonias navideñas, pero su alma está triste, abatida, atribulada. Ha tomado una decisión y debe comunicarla urbi et orbi. No es fácil ser Papa en estos años: con Francisco I empezó la transformación del catolicismo en una fe transversal, moderna, al corriente de los tiempos y no contra ellos, una religión del mundo y no contra el mundo. Desde luego, tras seis pontificados bajo la férula de la Compañía de Jesús, la Iglesia de Roma se había transformado de una manera prodigiosa, era aceptada en todos los ambientes intelectuales y gozaba de un prestigio muy alto en los círculos progresistas.

Sin embargo, los nuevos tiempos que el Papado ayudó a traer a Europa produjeron también no poca tribulación. En el pontificado de Francisco II la población islámica del continente creció de forma brutal: Suecia, Francia, Inglaterra y Bélgica habían dejado de ser cristianas para convertirse en Dar al Islam, fenómeno que la Curia recibió con ecuanimidad, esperando que los musulmanes mantuvieran la política de tolerancia tradicional en los Estados laicos. La coalición de católicos y socialdemócratas que gobernaba la hoy extinta Unión Europea aprobó una serie de medidas para integrar el nuevo fenómeno en su marco político. Sin embargo, no tardaron en proclamarse estos países como repúblicas islámicas. Con Francisco III comenzó la lapidación de transexuales y feministas, contra la que la Iglesia se limitó a promover vigilias de oración que fueron disueltas por los milicianos morales de los pujantes barrios islámicos de las grandes ciudades. Aquello era muy injusto: la Iglesia había liderado las medidas de discriminación positiva contra los nativos europeos, que impedían su acceso a los cargos públicos, cercenaban su derecho al voto e implementaban su gradual exclusión de la enseñanza universitaria, del funcionariado y de la jerarquía eclesiástica.

En su última encíclica, "Niger sum sed formosus", Francisco II estableció que los pueblos europeos aborígenes eran una raza de víboras

En su última encíclica, Niger sum sed formosus, Francisco II estableció que los pueblos europeos aborígenes eran una raza de víboras y que su imperialismo, su racismo y su supremacismo cultural debían ser expiados con una penitencia de siglos de marginación. Lo cual tenía un gran mérito, dado que ese Papa era bávaro de pura sangre, pero la educación recibida en Alemania —especialmente en las universidades de élite— le enseñó a rechazar con energía los frutos envenenados de la civilización europea clásica. Fue él quien dio la orden de convertir la basílica de San Pedro en un espacio de oración multiconfesional y el que entregó la de Covadonga al Gran Mufti de la república cantonal asturiana.

Papa Inocencio X, pintura de Velázquez.

El Papa Francisco VI pensaba en todo esto mientras se preparaba para acudir al altar de Santa María la Mayor, donde oficiaría la Misa del Gallo. Él había conocido todavía el culto católico en San Pedro, que duró hasta que los violentos conflictos con los mullahs y derviches de una Roma completamente islamizada decidieron a las Naciones Unidas a acabar con  la violencia mediante la conversión de la basílica en mezquita aljama. Con cierta tristeza contempló la voladura de la Piedad de Miguel Ángel y la del sepulcro de Alejandro VII, o la forma en que

Se cubrieron de cal y azulejos de Nicea las Estancias de Rafael, y de hermosas caligrafías cúficas la Capilla Sixtina

se cubrieron de cal y azulejos de Nicea las Estancias de Rafael, y de hermosas caligrafías cúficas la Capilla Sixtina, una vez que todo el complejo de los palacios vaticanos pasó a ser la Universidad Islámica Europea. Francisco III decidió ceder todo aquello porque era un hombre educado en el espíritu de Juan XXIII, de Ignacio Ellacuría y de Hans Urs von Balthasar. Sin dudarlo un segundo, calificó todos aquellos tesoros como opus diaboli, ídolos que merecían ser aniquilados, y trasladó la Sede Apostólica a la basílica de Santa María la Mayor. Fue él, además, quien bendijo, como ya hiciera el primero de los Franciscos, la llegada de siete millones de africanos a Italia, recibiéndolos él en persona en el puerto de Ostia y entregándoles para el culto islámico las basílicas de San Juan de Letrán y de San Pablo Extramuros. No fue el primero en hacerlo: siguió el ejemplo de la Yamahiriya catalana, donde la Sagrada Familia y Santa María del Mar fueron entregados por el gobierno de la CUP al imán de Barcelona para que la creciente población musulmana pudiera ejercer su libertad de culto y la menguante comunidad cristiana perdiera sus privilegiada posición, que no se correspondía de ningún modo con su cada vez menor peso demográfico.      

Papa Inocencio X, estudio de Bacon sobre pintura de Velázquez.

Quizás los pasos decisivos se dieron durante el largo pontificado de Francisco IV; se convocó el Concilio Vaticano III, que tomó medidas absolutamente drásticas para adaptar el Evangelio a la modernidad. Se suprimieron todos los versículos que pudieran ocasionar pensamientos racistas, sexistas y homófobos, se proclamó al Corán como un libro divinamente inspirado y a Mahoma como profeta de la Cristiandad y santo; por ello, se ordenó destruir todos aquellos monumentos literarios o artísticos que celebraran las victorias de la cristiandad contra sus hermanos en la fe: fue célebre la exhumación de la huesa de Don Juan de Austria en 2071 por el Cardenal Primado de España en las ceremonias expiatorias por el genocidio de Lepanto; desde esa fecha, El Escorial se denomina Ali-Pashá-shehir.  También se proclamó a Jesús como un ser humano adoptado por Dios y se bendijeron el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual y la abolición de las naciones, especialmente las europeas.

Sin embargo, durante aquel apasionante e innovador pontificado empezó a derrumbarse el edificio que tan cuidadosamente cimentó Francisco I. Millones de europeos nativos se convirtieron al islam para evitar ser tratados permanentemente como ciudadanos de segunda y para no tributar la capitación, que en ese momento debían pagar los infieles a sus emires en toda Europa Occidental. Además, se produjo la Gran Migración, la marcha de más de setenta millones de europeos cristianos y nativos a Argentina, Europa del Este (Serbia, Rumanía, Bulgaria) y Rusia, especialmente a Siberia. La mayor parte de estos emigrantes abandonaron el catolicismo y adoptaron la fe ortodoxa, que desde los tiempos del primer Francisco y por boca del legendario Patriarca Kirill de Moscú se había opuesto frontalmente al rumbo progresista del Vaticano. Pese a ser condenada por la ONU y haber sido excluidos sus partícipes del derecho universal a la migración, aquel éxodo dejó a la Iglesia de Roma con la mayor parte de sus fieles establecidos fuera de Europa Occidental. Sólo algunos reductos en Irlanda, Italia y Polonia permanecían mayoritariamente católicos. Pero incluso esos pequeños núcleos se desintegraban: el Cisma de los Belenes dejó prácticamente sin cristianos a Italia. Francisco V, siguiendo las directrices de la encíclica de Francisco IV Adversus daemones caucasianos, ordenó la destrucción de todas las imágenes religiosas que representasen a la Sagrada Familia con rasgos caucásicos —es decir, europeos— bajo pena de excomunión. Desde el Concilio Vaticano III se había prohibido la representación de cualquier figura sagrada con el rostro pálido y era obligatorio que Jesús y la Virgen se dibujasen, esculpiesen y pintasen con rasgos arábigos o nilóticos. En Sicilia, Cerdeña y Nápoles, donde todavía subsistían poderosas minorías católicas, los fieles se negaron a hacerlo, apegados como estaban a sus tradicionales belenes. Estallaron violentos motines y tuvo que ser el cadí de Capodimonte (Ras al Yebel) el que ordenase la crucifixión de los cismáticos. Pese a su victoria, la política de Francisco V había dejado a Italia con el mismo número de católicos con que contaba en los tiempos de Calígula. Ciertamente, como señaló aquel santo pontífice, los fieles eran muchos menos que dos siglos antes, pero infinitamente superiores a ellos en calidad espiritual. Fue en su tiempo cuando 

... se canonizó a Carlos Marx y a Federico Engels y se inició el proceso de beatificación de Rosa Luxemburgo y Sigmund Freud

se canonizó a Carlos Marx y a Federico Engels y se inició el proceso de beatificación de Rosa Luxemburgo y Sigmund Freud. En ese mismo afán de purificar el santoral se excluyó del mismo a San Fernando y a San Luis, pero se incluyó  a Malcolm X y a John Lennon. También se suprimió de la liturgia toda la música supremacista, desde Palestrina a Mozart, no sólo por razones doctrinales, sino porque ya no había músicos que supieran interpretar esas piezas ni público capaz de asistir a un concierto en el que no se emitan abundantes ritmos sincopados. Fue entonces cuando las composiciones de James Brown se adoptaron en el nuevo canon litúrgico. 

Papa Inocencio X, estudio de Bacon sobre pintura de Velázquez.

El pontificado de Francisco VI es de transición. Desde sus años tempranos, este jesuita sabía que el secreto de la Orden estaba en adaptarse al signo de los tiempos, a revolucionar desde arriba a la sociedad mediante la sutil influencia de sus aristocráticos sacerdotes. En el último siglo la política de la Societas Iesu había resultado errónea; se consiguieron algunos éxitos, como la independencia de la Gran Euzkadi Socialista, pero muy matizada por la sustitución de los nativos euskaldunes por centenares de miles de bravíos bereberes, a los que el nacionalismo vasco consideraba hermanos genéticos. Cualquier cosa antes que la mezcla con los impíos maketos castellanos. Pero, pese a mantener todavía algún control sobre la tierra de San Ignacio, en especial sobre los municipios de Azpeitia y Javier, la política de hermanar a Cristo y Marx seguida por la Compañía no había producido los resultados que se esperaban. Aunque se logró convertir a Nicaragua y Venezuela en algo parecido a las reducciones del siglo XVII, los beneficiarios de aquella política igualitaria abandonaban sus países siempre que tenían una oportunidad y emigraban a los Estados Confederados de Norteamérica, establecidos tras la guerra civil estadounidense de principios del siglo XXI. 


Había que tener el valor de enderezar un rumbo torcido, de arriesgarse a tomar decisiones que todos piensan y nadie ejecuta. Francisco VI era un hombre comedido, prudente y taciturno, pero cuando tomaba una resolución actuaba con la fulgurante rapidez del rayo. Ese era el momento estelar en el que se debía prescindir de los marcos conceptuales de un siglo sin duda difícil, muy duro para el catolicismo romano. Valiente, Francisco VI lo era. Por eso, en el momento del sermón, cuando los fieles esperaban sus palabras, su voz no tembló:

"La Ilaha illah-llahu wa Muhammudun rasulu-llah."

El último Papa se había convertido en Mustafa al-Rumi, imán de la mezquita de Isa an-Nabi, antigua iglesia del Gesú, en Roma. Los exjesuitas son ahora una de las más influyentes cofradías sufíes.



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