EL REY ESTÁ DESNUDO - LA POLICÍA DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
Autor: Dr. Antonio Bermejo (@JuezBermejo)
Tal como el viejo cuento infantil del rey desnudo, los errores en el operativo de seguridad del pasado partido de fútbol entre River y Boca abrieron un debate sobre la política de seguridad del gobierno porteño, que se encuentra tan blindado mediáticamente que casi recuerda al primer gobierno de Néstor Kirchner.
No es un problema exclusivo de la Administración Rodríguez Larreta, ya que hace décadas que la casta política viene lidiando con muy poco éxito con los problemas de seguridad, que se agravan año a año. La inseguridad es un fenómeno que tiene muchas causas: la laxitud judicial a la hora de aplicar penas, la destrucción de los principios de jerarquía y autoridad, la marginalidad y la lumpenización de la cultura, las drogas, etc., pero las únicas respuestas espasmódicas de los gobernantes han sido una seguidilla de reformas y contrarreformas policiales.
Más notorio en la Provincia de Buenos Aires, donde, a partir de Arslanián hemos tenido: Policía de la Provincia 2, unificación de escalafones, cierres de las academias, disolución de la Policía de la Provincia 2 y creación de las policías comunales y departamentales, recreación de las viejas jerarquías, creación de la Policía Local y ahora disolución de la Policía Local, todo mezclado con feroces purgas y programas respetuosos y “civiles” en los institutos de formación.
Quince años después de todas estas reformas el Conurbano sigue siendo tierra de nadie y la Provincia debe solicitar auxilio a las Fuerzas de Seguridad federales para mantener el orden. Es el caso más paradigmático, pero no el único. En Santa Fe, Mendoza y tantas otras provincias se realizaron reformas similares, y ahora se están viendo los primeros resultados de la reforma en la Ciudad de Buenos Aires.
Toda comunidad, desde la tribu más sencilla hasta los enormes Estados modernos, dicta normas necesarias para la convivencia entre sus miembros (tanto de forma expresa como consuetudinarias) y requiere que estas normas sean respetadas. En las comunidades más pequeñas, la aplicación de estas normas estaba en manos de la misma comunidad, tanto con controles internos (de tipo moral o religioso, fuertes en un grupo donde todos se conocen) como la eventual aplicación de fuerza de la propia colectividad en caso de que algún individuo resultase peligroso o incontrolable.
Estos sistemas de control (excepto la religión) tenían un mínimo de formalización, y por eso no podemos hablar del establecimiento de “policías” en el sentido moderno hasta el siglo XIX.
Con la consolidación del Estado-Nación y el aumento de la urbanización producto de la Revolución Industrial, se hizo necesario un mayor control orden público, ya que “la vida en las ciudades está repleta de oportunidades para infringir las normas y hay numerosos incentivos para evitar su cumplimiento” (Bittner).
Lo primero es consecuencia de la concurrencia de grandes números de personas y lo segundo de la distancia social entre ellas, anulando así los controles internos existentes en las comunidades chicas. Así, el control “privatizado” o “comunitario” de la seguridad y el orden público fue pasando paulatinamente a manos del Estado, creándose las primeras policías (podemos citar entre ellas a la Gendarmería francesa, en 1791; la Policía de Glasgow, en 1800; la Policía de Buenos Aires, en 1821 y la Policía Metropolitana de Londres en 1829).
Como sabemos, una institución no son sólo los hombres que la componen, sino que tiene una historia, una tradición y una misión que los trasciende. Y los modelos y las misiones sobre las cuales se las diseña tienen efectos inmediatos en su desempeño. Vamos a ver muy brevemente los tres modelos “básicos” de institución policial (aclarando previamente que son modelos “teóricos” y que en la realidad las instituciones pueden tomar características de varios de estos modelos) y a mostrar que los problemas en la seguridad y el mantenimiento del orden que sufrimos a diario los porteños no son consecuencia de eventuales incompetencias, sino de la aplicación de un modelo erróneo, cuyas consecuencias son similares al abolicionismo penal.
Modelo gubernativo
Su principal característica es la dependencia directa del Gobierno por parte de la institución policial. Su objetivo es ser un órgano de seguridad, de protección del sistema político y garante de la aplicación de las normas que ese sistema establece.
Es un modelo aplicado generalmente en la Europa continental, y favorecido en la Argentina por el deseo de la corporación política de tener un absoluto control de la institución policial (el famoso “control civil” con el que han llenado páginas desde 1983). Procura prestar mucha atención al trabajo de inteligencia para adelantarse y así prevenir las perturbaciones al orden público.
Este modelo tuvo la distinción de generar la asunción por parte del Estado de la responsabilidad de asegurar la normal convivencia entre los miembros de la comunidad. EL crear una fuerza burocrática y dependiente del gobierno fortaleció al estado-Nación y fue una de las causas de su estabilidad.
Modelo profesional
Se suele ubicar el nacimiento de este modelo en la primera mitad del siglo XX, a partir del trabajo desarrollado por August Vollmer como Jefe de Policía del Condado de Berkeley. Vollmer no sólo intentó aplicar este modelo en su gestión sino que lo conceptualizó y defendió en numerosos artículos y conferencias. Debe entendérselo como una reacción al modelo gubernativo, que a principios del siglo XX ofrecía unas policías con mínima preparación y que actuaban más como “matones” del gobierno de turno, sometidas a su capricho y arbitrio que como verdaderos agentes del orden y seguridad públicos.
Sus propuestas fueron las siguientes: en cuanto al personal, deben existir modelos objetivos de selección, altos niveles de formación e incorporación de técnicas científicas (en las que Argentina fue pionera a la hora de crear el Sistema Dactiloscópico Argentino por Juan Vucetich). En cuanto a los procedimientos y recursos, deben elaborarse instrumentos que proporcionen un mejor conocimiento científico de la realidad y aprovechar todas las ventajas de los avances tecnológicos para facilitar la labor policial. Y, por último, requiere la mayor exigencia ética y un respeto y subordinación total por la ley, más allá de las órdenes impartidas por la autoridad política.
En resumen, el saber científico y la aplicación estricta de la ley, incluso en contra de los deseos del gobierno de turno, son los pilares fundamentales de este modelo, popular entre nosotros por las series norteamericanas.
Modelo comunitario
También llamado “de proximidad” fue adoptado en Gran Bretaña (a través de Robert Peel en la Policía Metropolitana) y en algunos lugares de los EEUU como reacción al aislamiento de la sociedad que sufría el modelo profesional, confiado en sus métodos científicos y en su tecnocracia experta.
El fundamento del modelo es el concebir a la seguridad como un “servicio público”, como una actividad o una prestación realizada por el Estado con el objeto de satisfacer necesidades públicas. Así, todos los aspectos relacionados con el poder, con la aplicación de la ley o con la organización quedan en segundo plano, siendo el servicio al público el objetivo principal. Toda su organización, ethos y filosofía no será entonces la de colocarse como un órgano ejecutor de la ley o como un “monopolio de la fuerza” sino entendiendo a la seguridad como un bien jurídico y la policía como el órgano que brinda ese servicio con y para la comunidad.
¿Policía de la Ciudad?
Veintidós años después de la reforma de la Constitución de 1994, que le otorgó autonomía a la Ciudad de Buenos Aires, se decidió finalmente cumplir con ese mandato constitucional y traspasar la Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal Argentina, encargada del orden y la seguridad urbana, a dicho gobierno autónomo. La Policía Federal, con distintos nombres, brindó seguridad con bastante eficacia durante casi 200 años, con una estructura fuertemente militarizada y un nivel de profesionalismo bastante elevado (incluso con una universidad propia), sumado a un elevado nivel de autonomía del poder político.
El gobierno porteño decidió dar vuelta en forma completa este esquema. Basado en los prejuicios ideológicos tan notorios en esta ciudad y en una visión bastante naive de la seguridad intentaron convertir, de golpe y porrazo, una fuerza que tenía una cultura, una forma de hacer las cosas, en una policía “amable”, “amigable”, “de proximidad”, cuya función sea la de “gestionar” el orden público y no imponerlo.
Ningún modelo es bueno o malo per se. Pero deben ser adecuados a la realidad en donde van a ser aplicados. Una policía de proximidad probablemente sea adecuada en un lugar con poca población, turístico, en donde se busque la amabilidad y en donde los problemas de orden y seguridad públicas sean menores, casi “de convivencia”. Lamentablemente, Buenos Aires no es así. Es la capital y principal ciudad de un país de 45 millones de habitantes, estancado económicamente, con grandes bolsones de pobreza, 29 asentamientos irregulares dominados por el narcomenudeo y foco de todas las protestas y extorsiones de los grupos políticos que intentan devorar dinero o prebendas de un Estado débil y exangüe.
Rodríguez Larreta ha sido un gestor ordenado y exitoso durante su período como Jefe de Gabinete durante la Administración Macri. Y pretendió llevar su estilo de gestión a decisiones políticas de alto nivel. La gestión puede ser beneficiosa a la hora de llevar a cabo un gobierno de tipo municipal: obra pública, bacheo, iluminación y recoger la basura a hora. Pero a la hora de elegir qué tipo de policía se busca, y, por ende, elegir si vamos a brindar un mero servicio público de seguridad o si la policía va a ser el órgano cuya misión es tener el monopolio de la fuerza.
Las reformas desde 1983 se han centrado en dos principios fundamentales: que la policía era demasiado autónoma, por lo cual era necesario recuperar el “control civil” sobre ella; y los intentos de instalar policías de convivencia, cuyo único objeto sea el de estar parados cual espantapájaros en una esquina, sin realizar prevención y sin inteligencia. Se les han quitado posibilidades de prevención (con la eliminación de los edictos) y de persecución criminal (con la imposibilidad de realizar investigaciones de ningún tipo por fuera de lo ordenado por jueces y fiscales). Se la ha “desmilitarizado” imponiéndoles uniformes ridículos con el objeto de hacerlas más “amigables”. Y, finalmente, se ha quitado el poder del Estado de controlar el espacio público, que se ve depredado por manifestantes, drogadictos y merodeadores.
Es de esperar que, vistos los continuos fracasos de estos modelos, se vuelva al profesionalismo y al control del orden público. Los Estados Unidos han dado lecciones sobre el tema (principalmente con la aplicación de la teoría de la ventana rota). Espero que se tome nota y que el humillante fracaso del Superclásico (y el éxito que significó tener una Cumbre del G-20 en paz con la presencia disuasiva delas Fuerzas de Seguridad y Policiales) sea el hito que permita cambiar estos paradigmas.
Tal como el viejo cuento infantil del rey desnudo, los errores en el operativo de seguridad del pasado partido de fútbol entre River y Boca abrieron un debate sobre la política de seguridad del gobierno porteño, que se encuentra tan blindado mediáticamente que casi recuerda al primer gobierno de Néstor Kirchner.
No es un problema exclusivo de la Administración Rodríguez Larreta, ya que hace décadas que la casta política viene lidiando con muy poco éxito con los problemas de seguridad, que se agravan año a año. La inseguridad es un fenómeno que tiene muchas causas: la laxitud judicial a la hora de aplicar penas, la destrucción de los principios de jerarquía y autoridad, la marginalidad y la lumpenización de la cultura, las drogas, etc., pero las únicas respuestas espasmódicas de los gobernantes han sido una seguidilla de reformas y contrarreformas policiales.
Más notorio en la Provincia de Buenos Aires, donde, a partir de Arslanián hemos tenido: Policía de la Provincia 2, unificación de escalafones, cierres de las academias, disolución de la Policía de la Provincia 2 y creación de las policías comunales y departamentales, recreación de las viejas jerarquías, creación de la Policía Local y ahora disolución de la Policía Local, todo mezclado con feroces purgas y programas respetuosos y “civiles” en los institutos de formación.
Quince años después de todas estas reformas el Conurbano sigue siendo tierra de nadie y la Provincia debe solicitar auxilio a las Fuerzas de Seguridad federales para mantener el orden. Es el caso más paradigmático, pero no el único. En Santa Fe, Mendoza y tantas otras provincias se realizaron reformas similares, y ahora se están viendo los primeros resultados de la reforma en la Ciudad de Buenos Aires.
Toda comunidad, desde la tribu más sencilla hasta los enormes Estados modernos, dicta normas necesarias para la convivencia entre sus miembros (tanto de forma expresa como consuetudinarias) y requiere que estas normas sean respetadas. En las comunidades más pequeñas, la aplicación de estas normas estaba en manos de la misma comunidad, tanto con controles internos (de tipo moral o religioso, fuertes en un grupo donde todos se conocen) como la eventual aplicación de fuerza de la propia colectividad en caso de que algún individuo resultase peligroso o incontrolable.
Estos sistemas de control (excepto la religión) tenían un mínimo de formalización, y por eso no podemos hablar del establecimiento de “policías” en el sentido moderno hasta el siglo XIX.
Con la consolidación del Estado-Nación y el aumento de la urbanización producto de la Revolución Industrial, se hizo necesario un mayor control orden público, ya que “la vida en las ciudades está repleta de oportunidades para infringir las normas y hay numerosos incentivos para evitar su cumplimiento” (Bittner).
Lo primero es consecuencia de la concurrencia de grandes números de personas y lo segundo de la distancia social entre ellas, anulando así los controles internos existentes en las comunidades chicas. Así, el control “privatizado” o “comunitario” de la seguridad y el orden público fue pasando paulatinamente a manos del Estado, creándose las primeras policías (podemos citar entre ellas a la Gendarmería francesa, en 1791; la Policía de Glasgow, en 1800; la Policía de Buenos Aires, en 1821 y la Policía Metropolitana de Londres en 1829).
Como sabemos, una institución no son sólo los hombres que la componen, sino que tiene una historia, una tradición y una misión que los trasciende. Y los modelos y las misiones sobre las cuales se las diseña tienen efectos inmediatos en su desempeño. Vamos a ver muy brevemente los tres modelos “básicos” de institución policial (aclarando previamente que son modelos “teóricos” y que en la realidad las instituciones pueden tomar características de varios de estos modelos) y a mostrar que los problemas en la seguridad y el mantenimiento del orden que sufrimos a diario los porteños no son consecuencia de eventuales incompetencias, sino de la aplicación de un modelo erróneo, cuyas consecuencias son similares al abolicionismo penal.
Nuevos uniformes de la policía china. |
Modelo gubernativo
Su principal característica es la dependencia directa del Gobierno por parte de la institución policial. Su objetivo es ser un órgano de seguridad, de protección del sistema político y garante de la aplicación de las normas que ese sistema establece.
Es un modelo aplicado generalmente en la Europa continental, y favorecido en la Argentina por el deseo de la corporación política de tener un absoluto control de la institución policial (el famoso “control civil” con el que han llenado páginas desde 1983). Procura prestar mucha atención al trabajo de inteligencia para adelantarse y así prevenir las perturbaciones al orden público.
Este modelo tuvo la distinción de generar la asunción por parte del Estado de la responsabilidad de asegurar la normal convivencia entre los miembros de la comunidad. EL crear una fuerza burocrática y dependiente del gobierno fortaleció al estado-Nación y fue una de las causas de su estabilidad.
Modelo profesional
Se suele ubicar el nacimiento de este modelo en la primera mitad del siglo XX, a partir del trabajo desarrollado por August Vollmer como Jefe de Policía del Condado de Berkeley. Vollmer no sólo intentó aplicar este modelo en su gestión sino que lo conceptualizó y defendió en numerosos artículos y conferencias. Debe entendérselo como una reacción al modelo gubernativo, que a principios del siglo XX ofrecía unas policías con mínima preparación y que actuaban más como “matones” del gobierno de turno, sometidas a su capricho y arbitrio que como verdaderos agentes del orden y seguridad públicos.
Sus propuestas fueron las siguientes: en cuanto al personal, deben existir modelos objetivos de selección, altos niveles de formación e incorporación de técnicas científicas (en las que Argentina fue pionera a la hora de crear el Sistema Dactiloscópico Argentino por Juan Vucetich). En cuanto a los procedimientos y recursos, deben elaborarse instrumentos que proporcionen un mejor conocimiento científico de la realidad y aprovechar todas las ventajas de los avances tecnológicos para facilitar la labor policial. Y, por último, requiere la mayor exigencia ética y un respeto y subordinación total por la ley, más allá de las órdenes impartidas por la autoridad política.
En resumen, el saber científico y la aplicación estricta de la ley, incluso en contra de los deseos del gobierno de turno, son los pilares fundamentales de este modelo, popular entre nosotros por las series norteamericanas.
Modelo comunitario
También llamado “de proximidad” fue adoptado en Gran Bretaña (a través de Robert Peel en la Policía Metropolitana) y en algunos lugares de los EEUU como reacción al aislamiento de la sociedad que sufría el modelo profesional, confiado en sus métodos científicos y en su tecnocracia experta.
El fundamento del modelo es el concebir a la seguridad como un “servicio público”, como una actividad o una prestación realizada por el Estado con el objeto de satisfacer necesidades públicas. Así, todos los aspectos relacionados con el poder, con la aplicación de la ley o con la organización quedan en segundo plano, siendo el servicio al público el objetivo principal. Toda su organización, ethos y filosofía no será entonces la de colocarse como un órgano ejecutor de la ley o como un “monopolio de la fuerza” sino entendiendo a la seguridad como un bien jurídico y la policía como el órgano que brinda ese servicio con y para la comunidad.
1936. |
¿Policía de la Ciudad?
Veintidós años después de la reforma de la Constitución de 1994, que le otorgó autonomía a la Ciudad de Buenos Aires, se decidió finalmente cumplir con ese mandato constitucional y traspasar la Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal Argentina, encargada del orden y la seguridad urbana, a dicho gobierno autónomo. La Policía Federal, con distintos nombres, brindó seguridad con bastante eficacia durante casi 200 años, con una estructura fuertemente militarizada y un nivel de profesionalismo bastante elevado (incluso con una universidad propia), sumado a un elevado nivel de autonomía del poder político.
El gobierno porteño decidió dar vuelta en forma completa este esquema. Basado en los prejuicios ideológicos tan notorios en esta ciudad y en una visión bastante naive de la seguridad intentaron convertir, de golpe y porrazo, una fuerza que tenía una cultura, una forma de hacer las cosas, en una policía “amable”, “amigable”, “de proximidad”, cuya función sea la de “gestionar” el orden público y no imponerlo.
Ningún modelo es bueno o malo per se. Pero deben ser adecuados a la realidad en donde van a ser aplicados. Una policía de proximidad probablemente sea adecuada en un lugar con poca población, turístico, en donde se busque la amabilidad y en donde los problemas de orden y seguridad públicas sean menores, casi “de convivencia”. Lamentablemente, Buenos Aires no es así. Es la capital y principal ciudad de un país de 45 millones de habitantes, estancado económicamente, con grandes bolsones de pobreza, 29 asentamientos irregulares dominados por el narcomenudeo y foco de todas las protestas y extorsiones de los grupos políticos que intentan devorar dinero o prebendas de un Estado débil y exangüe.
Rodríguez Larreta ha sido un gestor ordenado y exitoso durante su período como Jefe de Gabinete durante la Administración Macri. Y pretendió llevar su estilo de gestión a decisiones políticas de alto nivel. La gestión puede ser beneficiosa a la hora de llevar a cabo un gobierno de tipo municipal: obra pública, bacheo, iluminación y recoger la basura a hora. Pero a la hora de elegir qué tipo de policía se busca, y, por ende, elegir si vamos a brindar un mero servicio público de seguridad o si la policía va a ser el órgano cuya misión es tener el monopolio de la fuerza.
Las reformas desde 1983 se han centrado en dos principios fundamentales: que la policía era demasiado autónoma, por lo cual era necesario recuperar el “control civil” sobre ella; y los intentos de instalar policías de convivencia, cuyo único objeto sea el de estar parados cual espantapájaros en una esquina, sin realizar prevención y sin inteligencia. Se les han quitado posibilidades de prevención (con la eliminación de los edictos) y de persecución criminal (con la imposibilidad de realizar investigaciones de ningún tipo por fuera de lo ordenado por jueces y fiscales). Se la ha “desmilitarizado” imponiéndoles uniformes ridículos con el objeto de hacerlas más “amigables”. Y, finalmente, se ha quitado el poder del Estado de controlar el espacio público, que se ve depredado por manifestantes, drogadictos y merodeadores.
Es de esperar que, vistos los continuos fracasos de estos modelos, se vuelva al profesionalismo y al control del orden público. Los Estados Unidos han dado lecciones sobre el tema (principalmente con la aplicación de la teoría de la ventana rota). Espero que se tome nota y que el humillante fracaso del Superclásico (y el éxito que significó tener una Cumbre del G-20 en paz con la presencia disuasiva delas Fuerzas de Seguridad y Policiales) sea el hito que permita cambiar estos paradigmas.
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