ARGENTUM


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/argentum/

Si lo expuesto en el escenario del Teatro Colón a los dignatarios y delegaciones participantes del encuentro del G-20 hubiese sido genuino, habría tenido el poder arrollador de la insolencia: esto es lo que somos, estamos orgullosos de serlo y no pedimos permiso. Se optó en cambio por tomar materiales genuinos y pasarlos por la mezcladora de una estética global de matriz publicitaria que diluyó sus significados en un pastiche de sabor impreciso. Como esos alimentos que se procesan para ser colocados en cualquier góndola del mundo, y que en todas partes dejan la misma sensación de no haber comido. Tuvimos unos inesperados pandilleros puertorriqueños bailando el malambo con camperas brillantes y botas de tacón texano, feroces orilleros entregados a las alegrías del carnavalito, y el ingreso a escena, para sorpresa de propios y extraños, del “rap nacional” envuelto en una (muy bien lograda, tengo que decirlo) estilización visual de la Villa 31. Mujeres diestras en el manejo de boleadoras y en el batir de bombos, y una exagerada insistencia en el indigenismo reforzaron el llamamiento a la igualdad de género y la diversidad que el presidente había hecho horas antes al inaugurar el encuentro internacional. A pesar de la energía desplegada por los bailarines, la sucesión de cuadros que para el espectador ajeno apenas se diferenciaban unos de otros se volvió rápidamente tediosa. Hubo sin embargo dos momentos que notoriamente atrajeron la atención del público: el tango bailado por Mora Godoy, y el chamamé conducido por el acordeón de Javier Acevedo. Fueron dos momentos genuinos que milagrosamente lograron recortarse y emerger de un magma indiferenciado e industrial. Creo que desde los festejos del Centenario nunca coincidieron en Buenos Aires tantos líderes mundiales. Aquella vez llegaron espontáneamente a celebrar nuestro triunfo en el concierto de las naciones, esta vez vinieron a discutir sus asuntos sin necesitar mayormente de nuestra opinión. Aquella vez aprovechamos la ocasión para exhibir nuestros logros; con un impresionante despliegue audiovisual exhibimos esta vez en el Colón los mismos logros que hace 108 años –la oda a los ganados y las mieses recitada con tecnología digital– y los mismos paisajes que Dios cedió desde siempre a esta zona del planeta de la que nos hicimos cargo. Naturalmente, cada uno de los que nos interesamos por estas cosas imaginamos un espectáculo ideal para ofrecer a nuestros huéspedes. El recinto elegido de alguna manera condiciona las opciones: lo que se mostró en el Colón habría tenido, me parece, su lugar adecuado en el Luna Park. El Teatro Colón fue concebido para la música, y la originalidad y riqueza de la música argentina, popular y culta, en América sólo comparable a la de los Estados Unidos, habría permitido ofrecer un producto genuino y de alta calidad. Y además atractivo. Muchos de sus acordes más notables se escucharon en la noche del G-20, pero extraviados en la banda sonora de una pieza de publicidad institucional. Esta pieza, sumada al grito tribunero de “¡Argentina! ¡Argentina!” encendido desde el escenario, tuvo el imprevisto efecto de provocar el primer desborde emocional público de la persona que rige los destinos del país, cuya presunta ausencia de empatía con los avatares nacionales ya había sido motivo de comentarios. Tal vez, como algunos creemos, el espectáculo ofrecido en el Teatro Colón con el título de “Argentum” no haya representado adecuadamente a la Argentina, pero parece que al menos expresó estética y sentimentalmente la manera como el gobierno concibe a la Argentina. –S.G.

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