CEBOLLA


Autor: Marcelo Posada (@mgposada)


Junto con la papa, la cebolla es considerada uno de los cultivos hortícolas más relevantes de la Argentina, y el que tiene mayor peso exportador dentro de esa actividad. Se trata de un cultivo de larga trayectoria en la horticultura nacional, estando presente en todos los cinturones verdes para la obtención de la llamada cebolla de verdeo, mientras que el grueso de la producción nacional, básicamente para consumo en fresco y para exportación, se concentra en zonas donde las condiciones agroclimáticas son las más adecuadas.

En la Argentina se ubican tres grandes zonas productoras:
a) la zona Norte, con epicentro en Santiago del Estero, pero extendiéndose a determinadas localizaciones de Salta, Catamarca y Córdoba.
b) la zona Oeste, asentada en el Centro de San Juan y el Este de Mendoza.
c) la zona Sur, donde el nodo más importante es el Sur de la provincia de Buenos Aires y algunas localizaciones del valle medio e inferior del río Negro, en la provincia de Río Negro.

Particularmente en las dos últimas regiones, la producción cebollera se estructura en torno a una forma de asociación entre el propietario de la tierra y un productor (generalmente de origen boliviano) que cultiva cebolla y paga el arriendo en bolsas del producto obtenido. En las zonas con riego (como en el Sur de Buenos Aires y el valle del río Negro, por ejemplo), el propietario de la tierra es quien debe abonar el canon de riego, esencial para el desarrollo del cultivo en esas áreas.[1]

Los productores aportan el trabajo (familiar y asalariado), desarrollando el cultivo en superficie de entre 5 y 40 ha., según la zona, apelando a un estándar tecnológico que básicamente se compone de:
a) siembra mecánica (mayormente a chorrillo y más incipientemente, neumática)
b) variedades de polinización abierta, principalmente provistas por el INTA (como la muy difundida Val 14)
c) riego gravitacional, con incipiente desarrollo del riego por aspersión y por goteo
d) cosecha mecánica y manual (con diferencias de distribución según la zona productiva).


El último punto adquiere un carácter central, puesto que la fuerte presencia aún de la cosecha manual requiere de la contratación temporaria de grandes cantidades de trabajadores –en general provenientes del Norte del país, en incluso de Bolivia y de Paraguay-, lo cual apareja un costo elevado, a la par de recurrentes problemas y conflictos de los productores con los organismos de policía del trabajo y fiscal.[2]

La producción cebollera argentina representa menos del 1% del total mundial (el 0,7% en 2017, último dato disponible en el repositorio de FAO). El volumen de producción anual promedio fue, en la última década, de algo más de 660.000 tn, obtenidas en una superficie anual promedio de 24.500 ha., alcanzando un rinde que, en 2017, fue el 40% más elevado que el rinde medio mundial. Más del 90% de la producción nacional se obtiene en Buenos Aires, Mendoza, San Juan y Santiago del Estero.

El mercado interno de la cebolla para consumo en fresco concentra algo más del 60% de la producción total, industrializándose un poco menos del 3% y exportándose casi el 37%, pero con variaciones de campaña en campaña.

El mencionado abasto interno, que implica un consumo aparente de casi 10 kg/hab./año, está plenamente provisto y no parecen existir visos de incrementarlo. La industrialización de la cebolla, por su parte, está prácticamente estancada desde hace muchos años, limitándose al deshidratado, produciéndose un volumen que no llega a satisfacer completamente la demanda interna, por lo cual debe importarse cebolla en polvo (utilizada, particularmente, para la fabricación de salsas comerciales y sopas instantáneas). La cebolla destinada a industrialización es la que se produce, principalmente, en la provincia de Mendoza, donde se encuentran instaladas también las plantas deshidratadoras más importantes.


El mercado interno de cebolla fresca es abastecido a lo largo del año por las cosechas que se van escalonando de Norte a Sur, pasándose de las variedades de ciclo corto o tempranas, que son las primeras en llegar al mercado, a las variedades de ciclo largo que se destinan tanto al abasto interno como a la exportación (por su elevada capacidad de conservación).

La comercialización de la cebolla en el mercado interno guarda las mismas características de la comercialización hortícola en general: participación de diversos agentes como consignatario y acopiadores/intermediarios, importancia de los mercados concentradores, opacidad en las negociaciones, etc. El precio obtenido fluctúa según la oferta disponible, la cual, a su vez, depende del volumen de producción obtenido y de la cantidad de cebolla que se destine a exportación. Esta, a la vez, depende de la producción y demanda brasileña, en tanto que la amplia mayor parte de la exportación argentina de cebolla se destina a Brasil (más del 80% del total).

Las exportaciones se originan en su mayor parte de la producción bonaerense y, en menor medida (pero creciendo en los últimos años) de Mendoza y San Juan. Empresas exportadoras (algunas de ellas de capitales brasileños) están asentadas en las zonas productivas (particularmente el Sur de Buenos Aires) y desde allí organizan la compra de la cebolla, su acondicionamiento, revisión sanitaria pre-exportación y su remisión al exterior.


El mercado brasileño de cebolla es abastecido por producción propia y, en la ventana de tiempo en que carecen de producto nacional, por la importación, principalmente argentina, pero también –en los últimos años- por cebolla producida en Holanda, España y Egipto. Cuando la producción interna del Brasil es importante y/o cuando las variaciones en el tipo de cambio facilitan que la cebolla europea o africana sea más barata que la argentina, entonces Brasil adquiere menos cebolla de nuestro país, y eso repercute de inmediato en los precios obtenidos en el mercado interno, haciéndolos descender.

Más allá de concentrar sus colocaciones externas en Brasil, Argentina llegó a ocupar el noveno lugar en el ranking mundial de exportadores de cebolla, sin embargo en la última década su participación en el mercado mundial ha mostrado una evolución claramente descendente: en 2006, esas exportaciones llegaron a ser el 4,2% del total mundial, y en 2017 fueron solamente el 1,1% de ese total.

Este decrecimiento es más evidente cuando se contempla que el comercio internacional de cebolla se incrementó un 20% entre ambos años. Resulta claro, entonces, que existen razones internas que restan competitividad a la producción argentina en el mercado mundial, máxime cuando el volumen producido se mantuvo todo ese lapso relativamente estable, disminuyendo solo un 3%.

Históricamente, Argentina fue el segundo productor de cebollas de América del Sur, después de Brasil. Sin embargo, en lo que va del siglo, fue paulatinamente desplazado de ese lugar por Perú, que incrementó el área implantada, pero sobre todo aumentó los rendimientos obtenidos por unidad de superficie, a la par que expandió fuertemente su exportación de cebolla.

Según datos de FAO, entre los años 2000 y 2017, Argentina incrementó el área sembrada con cebolla casi un 28%, si bien a lo largo de la última década prácticamente no tuvo variaciones, manteniéndose en torno a las 25.000 ha. ya mencionadas. Por su parte, Perú, a lo largo del siglo ha aumentado la superficie cebollera en casi un 19%, estabilizándose en torno a algo menos de 19.000 ha. en el último lustro.

Pese a esa diferencia a favor de Argentina a nivel de superficie, la producción peruana se incrementó a lo largo del lapso mencionado un 88% (alcanzando algo más de 700.000 tn), mientras que la argentina lo hizo solamente en algo menos del 25%. Y esa diferencia se explica, en primer término, por el fuerte incremento de productividad que logró Perú entre 2000 y 2017: elevó sus rendimientos promedios un 65%, mientras que Argentina los redujo casi un 2,5%.

Si bien este es un dato importante para observar la diferente evolución de uno y otro país a nivel de la producción cebollera, aún más relevante es observar su perfomance exportadora. Entre ambos años, la exportación de cebolla de Argentina mostró un comportamiento muy irregular con picos de volúmenes exportados hacia mitad de la primera década del siglo, y con un declive pronunciado desde 2010, agudizado desde 2015. Por su parte, Perú exhibe un ritmo exportador de crecimiento constante a lo largo del siglo. Así, respecto del año 2000, en 2017 Perú había incrementado su exportación de cebollas un 849%, mientras que para el mismo lapso Argentina la había reducido un 16%.


Perú exporta sus cebollas fundamentalmente a Estados Unidos (que es el segundo destino en importancia de la cebolla argentina, aunque insignificante frente a lo remitido a Brasil), con casi el 60% del total exportado, a la vez que también efectúa importantes remesas a Colombia y a Chile, como así también se destacan envíos a otra veintena de países, incluyendo a los de la Unión Europea.[3]

El impulso exportador cebollero de Perú se correlaciona estrechamente con dos factores: por un lado, que el sector detectó a mitad de la década de 1990 la existencia de una demanda insatisfecha en Estados Unidos por cebolla dulce, en una ventana de tiempo anual determinada (entre agosto y diciembre), en la cual no llega la producción de México, principal proveedor para el mercado estadounidense. Frente a eso, el sector cebollero peruano se orientó a una adecuación del esquema productivo hacia la difusión de variedades de cebolla dulce, según la demanda mencionada. Y por otro lado, al establecimiento de acuerdos comerciales país a país, entre Estados Unidos y Perú, iniciados en 1991 y que desembocaron en la firma de un tratado de libre comercio en 2006.[4]

Algunos estudios oficiales de Argentina de la primera parte de la década de 2000 señalaban la posibilidad que Perú se convirtiera en un productor de cebollas importante en América del Sur y que compitiera en los mercados con Argentina.[5] Sin embargo, en esos estudios no se logró prever la magnitud del crecimiento peruano y la profundidad del deterioro de las condiciones internas que determinan la capacidad competitiva de la producción argentina.

Desde el punto de vista exportador, Argentina se concentró en la oferta intra-Mercosur, exportando a Brasil y en muy menor medida, a Paraguay y Uruguay, sin desarrollar una política sectorial de búsqueda y apertura de nuevos mercados. En tanto que, como se señaló anteriormente, el mercado interno está plenamente abastecido y no muestra indicios de poder crecer, la salida exportadora es la única vía que encuentra el sector para dinamizarse. Sin embargo, al concentrarse en la venta al mercado brasileño, se perdió la oportunidad de trabajar en la detección de otros destinos potenciales, cosa que sí hicieron otros países, como Perú para la producción de cebolla, o Chile para otras producciones que también compiten con la argentina.

Al ser Brasil un país productor de cebolla, a la vez que importador, las variaciones en los volúmenes obtenidos internamente impactan en forma directa en los volúmenes importados, lo cual, en el caso argentino, genera un efecto inmediato en los precios de la cebolla: se elevan si la demanda brasileña es mayor, o se deprimen si es menor. Si a esto se suma que las variaciones en los costos de producción de la cebolla influyen directamente en los precios de oferta, se obtendrá un cuadro general de la debilidad del sector cebollero argentino. Y esa debilidad se expresó en los últimos años cuando la producción brasileña se incrementó y, a la vez, las importaciones de ese país comenzaron a provenir de Holanda, como ya se mencionó, cuyo precio era notoriamente más bajo que el argentino, producto del menor costo de producción allí alcanzado: US$ 3.600/ha contra los casi US$ 10.000/ha en Argentina (datos disponibles para 2016).[6]

Así, la cebolla holandesa no solo ingresó al mercado brasileño desplazando a la argentina, sino que también entró al Mercado Central de Buenos Aires, compitiendo favorablemente en precio con la cebolla nacional.[7]

La baja capacidad competitiva de la producción cebollera argentina se origina tanto en causas endógenas a la cadena productiva, como en factores contextuales, propios del funcionamiento global de las instituciones y la economía del país.

Desde el punto de vista productivo, este cultivo no ha podido expresar aún plenamente su potencial debido a falencias en el manejo de técnicas agronómicas (escasa difusión del riego por goteo, incompleta mecanización de la cosecha, etc.), a la subsistencia de problemas fitosanitarios (carbonilla, fusariosis, botrytis, raíz rosada, trips, etc.), y a la falta de difusión de variedades de cebolla más adecuadas a la demanda existente en el mercado (cebollas dulces para el mercado estadounidense, cebollas de ciclo corto de menor perecibilidad para poder ofertarlas en la Unión Europea, etc.).


En la formación del costo de producción de la cebolla argentina tienen especial importancia los elevados costos de empaque, tal como señala un documento oficial,[8] pero también el costo de la mano de obra temporaria empleada en la cosecha y, por supuesto, la incidencia de los impuestos que afectan a los distintos agentes de la cadena.

Desde la perspectiva de la fase del intercambio, la comercialización de la cebolla adolece de las mismas características que el grueso de la producción hortícola, con opacidad en las reglas de funcionamiento, escasa y fragmentaria información disponible por parte de los agentes, escenarios para la toma de decisiones con elevada incertidumbre y variabilidad, etc.

En este contexto, los integrantes de la cadena de la cebolla se desenvuelven desorganizadamente, de manera reactiva y no proactiva, subsistiendo en forma individual (por ejemplo, operando por fuera del marco regulatorio impositivo, cuando se da la oportunidad), pero generando debilidad al sector, que no logra estructurarse con una orientación definida, tal como hizo el sector cebollero peruano a mitad de la década de 1990.

Como se señaló más arriba, para crecer, la cadena de la cebolla argentina debe proyectarse al exterior, y para hacerlo debe definir un eje de actuación que implica mejoras tanto a nivel productivo y sanitario, como a nivel de la organización sectorial, de la comercialización y de la inteligencia de mercados. Acciones todas estas que se ven dificultadas cuando la incertidumbre macroeconómica interna y los vaivenes de mercado aparejados a ella son una constante. Mientras ese contexto no se estabilice, el sector continuará en una sucesión de crisis y de reflujos de las crisis, pero sin poder estabilizarse y, nuevamente, la Argentina de la economía real, la Argentina que produce habrá perdido otra oportunidad de inserción firme en los mercados internacionales.




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