GLOBALISMO: UN MUNDO ENCADENADO - I

El mayor miedo de los globalistas no es el Estado: son los pueblos.


Nota de Hyspasia: presentamos la primera parte del artículo “Globalism: a world in chains”, editado por SPIKED.

Nota original:  https://www.spiked-online.com/2019/03/15/globalism-a-world-in-chains

Autor: Phil Mullan (@Phil_Mullan)

Traducido por @Hyspasia

Hemos entrado en una era inestable dentro del orden mundial. Algunos anticipan un “Momento Tucídico” (por Tucídides), una referencia a su historia sobre las guerras del Peloponeso, hace 2.500 años, cuando escribió: “Lo que hizo inevitables la guerra fue el crecimiento del poder de Atenas, y el miedo que esto le causa a Esparta”. Hoy podemos estar sobre la misma senda, donde el viejo y el nuevo poder se enfrentan. Una China en crecimiento incrementa ansiedades en los decadentes Europa y EEUU. Mientras tanto las tensiones escalarán dentro del “viejo” mundo Occidental, lo que agrega leña al fuego de esta mezcla disruptiva.

El enfoque racional a un mundo en cambios sería que las naciones libres e independientes trabajaran colectivamente en un nuevo orden apropiado para nuestra era. Sin embargo, la perspectiva globalista dominante, en cambio, ha insistido en su adhesión a las “reglas basadas en el orden internacional” como fueron establecidas luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero perpetuar los actuales acuerdos legales internacionales arriesga que se acelere la olla a presión.

Cuando los viejos poderes se apoyan en preservar las reglas existentes, es tan peligroso para el mundo, si no más, que las acciones que terceros que tratan de evadir o reescribir dichas reglas. Es por eso que los actuales globalistas son hoy mucho más una amenaza para la paz mundial que aquellos que ellos condenan como nacionalistas a la vieja usanza. Cuando los beneficiados usan sus posiciones de privilegio para tratar de preservar el status quo a costa de provocar mayor frustración por parte de sus adversarios, producen un medio internacional potencialmente explosivo.

Esta postura tan poco inteligente parece popular dentro de las élites porque refleja su profundo vínculo con el status quo. Las élites políticas han dejado de promover visiones alternativas del futuro. Esto no sólo representa una pérdida de imaginación; también revela una desafortunada pérdida de fe en la capacidad de los pueblos, y de las naciones democráticas libres, de actuar responsablemente. Habiendo abandonado la deliberación política, atenerse a las reglas se ha convertido en un substituto de la prudencia y de la innovación creativa.

Esta elección de la élite se halla muy lejos del camino de un orden mundial delineado por Immanuel Kant en su influyente ensayo sobre paz perpetua. Al escribir al final del SXVIII, Kant explicaba que él rechazaba apoyarse en las leyes internacionales, argumentando que la ley es una apología del poder. En cambio, proponía que la causa de la paz mundial sólo podía estar basada en la libertad y la razón. Kant confiaba que la humanidad no sólo poseía razón sino también que nos guiábamos por ella.

Los globalistas actuales perdieron la fe en la razón que guía las acciones de las personas. Su desprecio por la democracia se reveló con claridad en el 2016, cuando mostraron abierto desprecio por el pueblo británico que votó irse de la Unión Europea y por el pueblo norteamericano que eligió a Donald Trump. La indiferencia globalista al debido respeto al proceso de toma de decisiones democrático se basa en la negación de la eficacia de la razón humana.

Esto también nos da la pauta del fatalismo que hay detrás de esta perspectiva moderna de globalización.  Dicen que habitamos un mundo determinado por las fuerzas del mercado global sobre las cuales tenemos muy poca influencia. Esto es ver  la globalización como una fuerza objetiva que es impermeable a toda acción o voluntad humana. y que demuestra el dogma más crítico y de más largo alcance: que las políticas nacionales se han convertido en inefectivas, casi redundantes. En cambio, estamos cada vez más al arbitrio de fuerzas globales autónomas e impersonales.

El fatalismo globalista se retroalimenta. Aparentemente determina que la democracia no sirve, por lo tanto determinando que los pueblos no tienen ninguna forma de ejercer control sobre la globalización.

Tomen, por ejemplo, esta afirmación de Alan Greenspan en el 2007. El entonces recientemente retirado presidente de la Reserva Federal de EEUU, cuando un periódico suizo le preguntó quién sería el próximo presidente de EEUU, contestó: “Somos afortunados” y agregó “porque, gracias a la globalización, las decisiones políticas de los EEUU han sido en gran parte reemplazadas por las fuerzas globales de mercado...por lo que no hace casi diferencia quien pueda ser el próximo presidente. El mundo está gobernado por las fuerzas de mercado”. [1]

Esto resume uno de los más importantes corolarios del credo en una globalización ascendente: que la teoría y práctica de la soberanía nacional y del estado nacional está socavada por un mundo en proceso de un cambio acelerado. Pero sin el estado-nación, no tenemos ningún vehículo que funcione para ejercer la soberanía popular. El fatalismo globalista se convierte en autojustificado [N. de T.: razonamiento circular].  La globalización determina que la democracia es inoperante para actuar, por lo tanto determina que los pueblos no tienen forma de ejercer control sobre la globalización que se extiende.



Un globalista como Greenspan despreciando a la democracia no es incidental. Una antipatía a los políticos y especialmente a los políticos de masas, ha sido un rasgo siempre presente desde los orígenes intelectuales del globalismo en los ‘20 y ‘3o del SXX. Es conmovedor ver como desde ese período histórico hasta la actualidad presenta numerosas ilustraciones de que la globalización no es un proceso natural. El mundo interconectado actual ha sido conformado durante décadas,  y en particular desde  la segunda guerra mundial, por una alianza de políticos, otras élites y expertos, incluidos los individuos como Greenspan mismo. La globalización no puede ser presentada - legítimamente - como un fenómeno espontáneo divorciado de la política.

[Continuará]

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[1] Cita de"Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism", de Wolfgang Streeck, Verso, 2014, pág. 213.

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