LA BANDERA Y EL ZAPATO


Autor: Juan Martín Perkins (@JuanMPerkins)

La semana pasada, un amigo me envió un video con una nota al pié que decía: “esto te va a gustar”.
En una calle cualquiera de una remota ciudad americana, se corría una maratón. Una multitud de atletas corrían por la calle con la mirada fija al frente, concentrados en la meta. El vecindario, con grandes árboles y jardines floridos, estaba engalanado con banderas. ¡Lleno de banderas!
De pronto, la columna de corredores advierte que un señor, uniformado de gala, observa el paso de los atletas. Ayudado por un bastón, el veterano participaba de la fiesta honrando a su bandera y a su antiguo uniforme, que lucía con orgullo. Era 4 de Julio, Día de la Independencia, y cuando los atletas advirtieron la presencia del soldado, empezaron a vivarlo, algunos levantaron su mano, otros le dieron una palmada, pero muchos, se detuvieron y lo rodearon para rendirle honores.

No tengo ningún dato sobre el video. No sé el origen ni el autor, ni el ámbito. Ni quiero saberlo. Prefiero quedarme con la imagen pura y creerla sin cuestionamientos.



El 9 de julio fue nuestro cumpleaños y el contraste con el video yanqui fue por demás notorio. Vi en Buenos Aires más banderas de Croacia que la celeste y blanca, pero no me sorprendió. Así somos cuando estamos fuori de la copa.
Se que esto es algo que no se le puede echar en cara a un gobierno o a otro. En esto, “todos” fueron iguales, pero quiero resaltar que esta característica nuestra viene de cuna como si fuera hereditaria.

Mi hija, que trabaja en un colegio, me contó que el día que festejaron la fiesta patria, un grupo de alumnos, arrió la bandera a escondidas, le ató un zapato y la volvió a izar. La bandera flameó junto a una zapato y las autoridades no hicieron nada. No supieron que hacer, atemorizados por la reacción de los padres (que tampoco saben que hacer y siempre apañan a los hijos). El protocolo de la era del “cambio” no tiene contemplado qué se debe hacer en estos casos, aparte de hablar en idioma “inclusivo”.

Mi hija, desde su cargo de “recepcionista”, fue la única que aportó una reacción para inducir a las autoridades a prometer una sanción. Ya lo evaluará una comisión que, seguramente, determinará que hay que expulsar a mi hija por fascista….
Sé que no seremos mejores súbitamente por vestirnos de celeste y blanco, pero creo que es hora de darnos cuenta de hacia donde vamos con este cambio de valores. Adonde nos lleva el olvido de las tradiciones y la historia. Adonde nos lleva el olvido y la ingratitud.
Cuando mi hija me contó su furiosa reacción al ver el “chiste” del zapato y la bandera, sentí mucho orgullo de haberle enseñado que eso es un agravio y el que lo hace es, al menos, un idiota que merece y “necesita” una sanción. ¡TENEMOS QUE RESCATARNOS!

Juana, desde su cargo de “recepcionista”, propuso a las autoridades del colegio convocar a Germán Estrada, un veterano de Malvinas que escuchamos juntos en el colegio Santa María.
Nunca olvidó esa charla del soldado Germán y quiere que lo escuchen esos chicos mal educados que ofendieron la bandera. Sabe que si escuchan a alguien que ofrendó su vida ya no podrán ser tan tontos e ignorantes.

Tontos, ingratos y tilingos como una gran parte de argentinos que nos ponen a merced de modas idiotizantes y nos dejan servidos a la decadencia y la disgregación.
Lo único que cada tanto nos da un poco de fervor y nos enciende el pecho, es el fútbol. Ahí sí que nos embanderamos y gritamos el himno de mudos… y sordos que ni siquiera saben la letra.

Desde acá, vaya mi saludo en su aniversario, a la Patria y a todos los soldados que arriesgaron su vida defendiéndola. Desde las guerras por la independencia, incluyendo a todos los soldados de la Patria.

A TODOS y especialmente a los injustamente presos, a los muertos sin homenaje, a los héroes anónimos, a los que sufren la falta de reconocimiento, a los que fueron barridos bajo la alfombra del relato…

No desesperen. Tendrán justicia.


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