DONALD TRUMP Y EL VOTO DE LOS OBREROS

Donald Trump puede dar una nueva victoria sorpresa con el apoyo del voto obrero.

Por Gerald Malone

Nota original: https://reaction.life/donald-trump-may-yet-pull-off-a-surprise-win-with-the-support-of-blue-collar-votes/

Traducción: Hyspasia

Pequeño comentario de la traductora: puede llamar la atención la insistencia en traducir los pormenores de la campaña electoral de Trump. El interés en Trump no nace de una genuflexión a los EEUU. Sí creo, fervientemente, que tenemos mucho que aprender de él. Tanto en estrategia electoral como en capacidad de comunicación como en identificar al potencial votante (la canasta de los despreciables: "basket of deplorables"), como en la elección de un discurso que tiene una mezcla de varios componentes: 1. ser un discurso de larga instalación en la cultura popular, sólo despertó algo dormido; 2. identificar a los derrotados y darles esperanzas de dar vuelta la tortilla; 3. mejorarles la vida con rapidez luego de ganar las elecciones; 4. luego de ganar no creer que "ganó"; 5. identificar nuevos potenciales votantes, como por ejemplo la policía. Todo, todo lo que señalé sirve en nuestro caso. Si hay un país que nos puede servir de ejemplo para entender cómo hay que hacer las cosas es EEUU. No Canadá, no Australia. Porque tienen historias totalmente distintas, empezando porque nunca lucharon contra mamá Inglaterra. Quien identificó a EEUU como nuestro real competidor es una larga serie de gente con nombres como Roca, Quintana, Rodríguez Peña o Perón. Todos los aciertos y errores de Trump nos sirven: a. despertar "nuestro" discurso; b. identificar los potenciales aliados entre los perdedores; c. identificar las formas de dar vuelta la mala situación económica; d. explicarla; e. robarle la base electoral a los otros. Es un momento de quiebre. Las oportunidades están en nuestras manos.


Autor: Gerald Malone

En el año 2016, Donald Trump en Ohiao ganó el 54% del voto de los trabajadores sindicalizados, tradicionalmente demócratas. Un margen que eclipsó a las encuestras nacionale spor 12%. No fue pasado por alto por los directores de campaña en ese entonces que muchos municipios que habitualmente poseían su algodón teñido de azul demócrata sufrieron los cierres de las fábricas durante las administraciones anteriores y desecharon a Hilaria y votaron por Trump. Desde entonces los jefes de campaña han trabajado sin pasua para consolidar ese cambio en todo el territorio de los EEUU.

Un memo entregado al Presidente Trump en el Air Force One en septiembre le informó sobre el progreso de sus planes para llevar adelante una campaña exitosa desde Ohio hasta el resto de los campos de batalla por todo el país. En una elección ajustada, conseguir los votos de los swing states (los votos de los estados que en cada elección cambian de parecer), la estrategia de la campaña de Biden lo ignora a su propio riesgo.

Los republicanos huelen sangre. Llama la atención que durante los cuatro días que duró la Convención Demócrata ni uno solo de los disertantes se refirió a los desafíos que los EEUU enfrentan gracias a las prácticas comerciales desleales de China, el robo de la propiedad intelectual, manipulación del tipo de cambio y las agresivas usurpaciones regionales de territorio. El votante obrero [blue-collar] fue ignorado una vez más.

Si continúan negándose a tratar este tema les costará caro con sus votantes sindicalizados. El candidato Biden no llega a los trabajadores pero si se contacta con los líderes sindicales. Lo rodean y se sacan fotos - pero los líderes sindicales hoy no siempre llevan votos.

Biden tiene una mochila anti-trabajadores más pesada que la de Hilaria. En el 2016 imperativamente les dijo a los mineros de carbón de West Virginia que por ella se fueran a freír espárragos. Sin embargo viene peor. Biden tiene un voto anti-trabajadores sindicalizados consistente. Votó a favor del NAFTA, apoyó el Acuerdo Transpacífico, lo que destruye su credibilidad frente a los obreros. Su llamado a una energía libre de carbón, su apoyo vacilante al Nuevo Deal Verde [Green New Deal] y el legado regulatorio de Obama-Biden, amenaza la cantinuidad de millones de trabajos sindicalizados. Los trabajadores del sector energético no son tontos. Saben que todas esas políticas los pondrán a hacer la cola para pedir seguro de desempleo.

Y Biden es suave con China. Su pasado apoyo a la inclusión de China en la Organización Mundial de Comercio, OMC, [World Trade Organisation, WTO] y la asignación de China en el status comercial de Nación Más Favorecida no son muy populares entre los obreros de over-all. Como vicepresidente, él fue nexo con China, nombrado por Obama. Y en tal función se desentendió del daño a la economía de los EEUU y el potención deterioro de los niveles de empleo. Ahora, está tratando de subirse al colectivo antiChina, pero ya pasó de largo.

El ataque del presidente Trump a China puede parecer lleno de teatralidades, pero es simple: el mantra "América [EEUU] primero" resuena como una verdad sólida que los demócratas todavía tienen que reconocer. Su giro, donde a regañadientes conceden que existe una amenaza real en China deja a los candidatos varados en la playa gracias a su historial de votaciones. La marea pro China ya pasó.

Luego, está el Fuzz. El memo entregado a Trump en septiembre donde se focaliza en la importancia de consolidar el apoyo de los muchachos y chicas de azul [fuerzas de seguridad], despreciados recientemente por los demócratas, al igual que los blue-collar workers [trabajadores]. Los sindicatos de los policías han emitido apoyos públicos a la campaña republicana. El slogan de Bill de Blasio, intendente de Nueva York, y nuevo jefe de campaña de los republicanos: "saquémosles fondos a la policía", ha calado profundo.

La Orden Fraternal de la Policía (FOP) está piel con piel con los republicanos. Sus 355.000 miembros, junto a la NAPO (Asociación Nacional de las Organizaciones Policiales) con sus 352.000 miembros, en total 700.000 de los 800.000 miembros registrados de las fuerzas de seguridad en los EEUU. Casi casi un apoyo cerrado a Donald.

Estos están lejos de ser apoyos automáticos. En el pasado han apoyado demócratas - y Joe Biden, de todos los candidatos, debió ser una apuesta segura. Ha establecido lazos profundos con las fuerzas de seguridad cuando era mientras era el presidente de la Comisión Judicial del Senado al final de la década del '80 y principios de los 90, cuando era senador por Delaware.

La deserción es una cachetada en la cara. Biden también había trabajado con los miembros de las fuerzas de seguridad para proveer financiación y beneficios educativos para las familias de los policías que cayeron en cumplimiento del deber. Cuando era vicepresidente del 2009 al 2017, Biden fue el emisario de Obama con las fuerzas de seguridad. En el 2009, Biden donó el dinero sobrante de lo recaudado para su campaña electoral (U$D 26.000) con el fin de colaborar en crear un Memorial para las Fuerzas de Seguridad de Delaware, honrando a los oficiales caído en cumplimiento del deber.

Toda esa buena voluntad política fue derrochada.

Esto es importante únicamente si hay una lucha pareja. Se vuelve absolutamente irrelevante si como dice la encuesta de la CNN, Joe Biden salió del debate presidencial liderando una diferencia de 16%. Es irrelevante si eso es reflejado en el voto del 3 de noviembre, o con los votos postales que ya están siendo enviados a los centros de conteo.

Los políticos tienen una fórmula para manejar malas noticias de las encuestas. Los sinvergüenzas tratan de justificar el tsunami que los va a deborar con racionalizaciones esperanzadas. Lo sé, porque he sido uno de esos sinvergüenzas en algún momento.

Si tratas de explicar las encuestas cuando todo alrededor tuyo,

Son números que debieron ponerte a transpirar,

Si te puedes juntar con ICM y Mori,

Y puedes tratar a esos fake-new cronistas de todas formas,

Si puedes extraer un centavo de esperanza de todos esos números,

Puedes aguantar y conservar esa banca,

Y, lo que es más importante, serás un político, mi hijo. 

(apol. R. Kipling)

 

Enfrentado a un desangrante y obvio desinterés, las respuestas a los periodistas son cosas como: "Las encuestas ya se han equivocado"; "Nuestros votantes son menos proponsos a responder a los encuestuestadores"; o, ya más desesperados, "Los votantes tienen vergüenza de decir que nos votan, pero ellos sí nos va a votar realmente"; y por último, en la línea final del autoengaño, "No se preocupe por las encuestas de opinión, es la encuesta del día de las elecciones la única que importa". Claro que lo es. Apague la luz cuando salga.

Todo análisis racional nos lleva a una victoria de Biden en noviembre. pero desde el 2015, cuando Donald Trump lanzaba su campaña para la nominación republicana, la política en EEUU ha sido cualquier cosa menos racional.

Debajo de la superficie de guerra total en todos los frentes que lleva a los comentadores del Washington Post y el New York Times a una mueca con espuma rabiosa, la máquina republicana de Trump - ahora sí su máquina, como no lo fue en el 2016 - ha estado labrando el fértil suelo de los desilucionados demócratas promedio, horrorizados por el giro de su partido hacia la izquierda liberal de la Costa Este.

Mirabile dictu! Resulta también que esta administración tuitera tiene un récord que puede defender. El debate vicepresidencial - probablemente el único evento político normal que tomará lugar en los EEUU en esta campaña - no fue un atropello de la filosa lengua de la fiscal Kamala Harris contra el denso Mike Pence que los demócratas esperaban.

¡Oh! ¿Era verdaderos logros los que Pence ensartaba? Reforma impositiva, reducción regulatoria, el NAFTA reemplazado por el USCMA, endurecerse con China, reforma criminal. Algunos votantes deben de haberse dado cuenta.

Harris trató de distraer con el Covid, esperanzada de evitar preguntas sobre nuevos impuestos para financiar el derroche prometido en la campaña demócrata. Podría directamente haber confesado "Lean mis labios: muchos más impuestos". Tratar de minimizar o directamente lavar el colapso de la ley y el orden en ciudades como Portland, Oregon, no sirvió para mucho.

Todos saben que los demócratas no están seguros de su triunfo. Ellos tampoco creen en las encuestas. No hay una marcha triunfal hacia la victoria por parte de Biden. Ellos saben que eligieron un candidato débil y que el partido republicano de Trump les ha comido - tal vez para siempre - su gurpo de apoyo tradicional, como se los hizo Ronald Reagan en los '80. ¿Recuerdan los estados del sur con Reagan, señores demócratas?

Si el 4 de noviembre 2020, la mañana luego del día de las elecciones es una repetición del 4 de noviembre del 2016, los demócratas sólo pueden echarse la culpa a sí mismos. Al mismo tiempo que Trump trabajó para consolidar su base, ellos contribuyeron en vaciar la de ellos. Ese simple memo entregado a Donald Trump en el Air Force One lo dice todo.


* * *


Donald Trump may yet pull off a surprise win with the support of blue-collar votes

BY GERALD MALONE   /  9 OCTOBER 2020

In 2016, Donald Trump won 54% of the traditionally Democrat trade union vote in Ohio, a margin that eclipsed national exit polls by 12%. Nor was it lost on campaign managers then that several dyed in blue Democrat wool NE Ohio counties that had suffered manufacturing losses under previous administrations dumped Hillary and voted for Trump. The work has gone on relentlessly since to consolidate that switch all over the nation.

A memo handed to the President on Air Force One in September briefed him on the progress of plans to carry that successful Ohio campaign to battleground states across the country. In a tight election scrap for electoral college votes in swing states, this is a strategy the Biden campaign ignores at its peril.

Republicans smell blood.  It was remarkable that during the four-day Democrat convention not a single speaker mentioned the challenges the US faces from China’s unfair trading practices, intellectual property theft, currency manipulation and aggressive regional encroachments. The blue-collar constituency was being ignored again.

If they continue to self-deny this issue it will cost them dearly with union voters. Candidate Biden reaches out not to workers, but to union bosses. They throng around him in set piece appearances – but today bosses don’t always deliver votes.

Biden carries more anti-worker baggage than Hillary. In 2016 she imperiously told West Virginian coal miners that they could go hang. Yet Biden is burdened with a comprehensive anti-union voting record. His vote for NAFTA and support for the Transpacific Partnership Agreement undermine his credibility with union members. His call for carbon free energy, vacillating support for the Green New Deal, and the Obama-Biden regulatory legacy, threaten millions of union jobs. Energy workers aren’t dafties. They know these policies will put them on the dole queue.

And Biden is soft on China. His past support for China’s admission to the World Trade Organisation and assignment of Most Favoured Nation trading status are not popular among blue-collar workers. As Vice President, he was President Obama’s point man on China, happily oblivious to the steady undermining of the American economy and potentially lengthening job lines. Now, he is trying to hop on the anti-China bus, but it’s gone past his stop.

President Trump’s China bashing may have seemed high level theatricals, but his simplistic “America First” mantra resonates a solid truth that Democrats have been forced to acknowledge. Their pivot, grudgingly conceding the China threat is real, leaves their candidate’s voting record stranded on the political beach. The pro-China tide is well and truly out.


Then, there’s the Fuzz. That September memo handed to Trump focused on the importance of consolidating support with the boys and girls in blue, so recently roundly dissed by Democrats, as well as blue-collar workers. Police unions have been signed up by the Republican campaign. The “Defund the Police” sloganising of Bill de Blasio, Democrat Mayor of New York, the Republicans’ new recruiter-in-chief, has struck deep.

The Fraternal Order of Police (FOP) is onside with the Republicans. Its 355,000 members, alongside the National Association of Police Organisations’ (NAPO) 352,000 members, total 700,000 out of 800,000 registered law enforcement officers in the USA. Almost a clean sweep for the Donald.

These are far from knee-jerk Republican supporters. In the past they have supported the Democrats – and Joe Biden, of all candidates, should have been a sure thing. He forged deep ties to law enforcement while serving as the chairman of the Senate Judiciary Committee in the late 1980s and early 1990s, when he was a senator from Delaware.

Desertion is a slap in the face. Biden also worked with law enforcement to help provide financial and educational benefits for police families who died in the line of duty. When he was Vice President from 2009 – 2017, Biden was President Barack Obama’s emissary to law enforcement. In 2009, Mr Biden donated $26,000 in leftover funds from his senate campaign to help create the Delaware Law Enforcement Memorial, honouring officers who died in the line of duty.

All that political goodwill has now been squandered.

This adds up to a hill of beans only in a tight fight, so may be completely irrelevant if the CNN poll showing Joe Biden coming out of the presidential debate 16% ahead is reflected in the vote on 3 November, and postal ballots already winging their way to counting centres.

Politicians have a formula for handling bad polling news. The scoundrels try to explain away the tsunami clearly about to engulf them with hopeful rationalisations. I know this, for I was such a scoundrel once.


“If you can explain the polls when all about you,

Are numbers that should have you in a stew,

If you can meet with ICM and Mori,

And treat those two fake-newsers just the same,

If you can twist one heap of hope from all those numbers,

You may hold on, and keep that seat,

And, which is more, you will be a politician, my son”.

(apol. R. Kipling)


Faced with bleedingly obvious oblivion, interview ripostes to reporters go something like this: “Polls have been wrong before”; “Our supporters are less likely to respond to pollsters”; then, more desperately, “Voters are embarrassed to admit they support us – but they really do”; and the final flop over the finishing line of self-delusion, “Never mind the opinion polls, it’s the poll on election day that counts.” Too right it is. Turn off the lights on your way out.

All rational analysis leads to a Biden victory in November, but since 2015, when Donald Trump launched his campaign for the Republican nomination, politics in the US have been anything but rational.

Beneath the surface of total war on all fronts which drives Washington Post and New York Times commentators into a perma-froth, Trump’s Republican machine – now truly his machine as it was not in 2016 – has been quietly tilling the fertile ground of those disillusioned middle America Democrats appalled by their party’s lurch to the East-Coast liberal left.

Mirabile dictu! It turns out this tweeting administration actually has a record it can defend, too. The Vice-Presidential debate – possibly the only normal political event to have taken place in the US in this campaign – was not the roll-over for sharp-shooting prosecutor Kamala Harris against stodgy Mike Pence that Democrats expected.

Whoa! Were these actual achievements Pence was reeling off?  Tax reform, regulatory rollback, NAFTA replaced by USCMA, getting tough on China, criminal law reform. Some voters will have noticed.

Harris launched a Covid distraction flare, hoping to dodge the question of what new taxes would be raised to meet the Democrats’ promised spending splurge. She might as well have fessed up, “Read my lips, plenty more taxes.” Whitewashing the collapse of law and order in cities like Portland, Oregon, cut no mustard.

It is telling that Democrats are not certain they are going to win. They don’t believe the polls either. There is no Biden camp triumphal march to victory. They know they have chosen a weak candidate and that Trump’s Republican party has eaten – maybe fatally – into their traditional support, as did Ronald Reagan in the 1980s. Remember the southern state Reagan Democrats?

If 4 November 2020, the morning after election day, is a rerun of 4 November 2016 the Democrats will have only themselves to blame. As Donald Trump has worked to consolidate his base, they have contrived to hollow out theirs. That simple memo delivered to Donald Trump on Air Force One says it all.

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