PRESUPUESTO



Se lo llama la «ley de leyes», lo cual, sin duda, resulta exagerado. Sin embargo, no cabe duda de que estudiar el presupuesto de una Nación nos puede dar una clara muestra de adónde van sus objetivos.


Autor: Lohengrin

El Estado, como institución, tiene funciones y objetivos. Para poder llevarlos a cabo necesita recursos. La forma en que se asignan estos recursos da una clara muestra de cuáles son las preocupaciones y cuáles los objetivos que pretenden lograr los que dirigen el Estado.

El presupuesto es, en sí, un elemento de control de la actividad financiera del Estado y forma parte del lento avance del Parlamento en su atribución en el manejo de los fondos públicos, potestad que antaño era exclusiva de la Administración. Comenzó primero con un control sobre los recursos: «no taxation without representation», los impuestos deben ser aprobados por el pueblo sobre el que recaen. Esto luego se hizo extensivo sobre los recursos no tributarios, que son, fundamentalmente tres: el crédito (la emisión de deuda), los ingresos patrimoniales (venta de bienes, por ejemplo) y la emisión de moneda. En nuestro país todos estos aspectos están, sorprendentemente para muchos, bajo el control del Congreso:

Es el que impone tributos, con carácter de exclusividad (arts. 75 inc. 1º y 2º). Le está vedada al Poder ejecutivo esta función incluso por vía de delegación legislativa o por decreto de necesidad y urgencia.

Es el que contrae empréstitos (art. 75 inc. 4º). Cuando volvamos a atravesar otra crisis de deuda recordemos: es el Congreso el que autoriza al Ejecutivo a contraerla.

Dispone el uso y enajenación del patrimonio nacional. Toda venta de tierras o bienes estatales tiene que estar previamente autorizada por el Congreso (art. 75 inc. 5º).

Y, por último, debe «defender el valor de la moneda» (art. 75 inc. 19). No, no es un chiste.

Como se dijo anteriormente, en un primer momento los parlamentos buscaron controlar las contribuciones, pero luego hicieron extensivo este control a los gastos. Y no está demás decir que este control de los gastos no surgió de forma autónoma, sino como corolario de la defensa del contribuyente, es decir, como una vigilancia del destino de lo producido por los impuestos votados.

También se incluye dentro del presupuesto a la denominada cuenta de inversión, que es la revisión de las cuentas presentadas por el Gobierno del presupuesto pasado: si las previsiones de recursos fueron correctas y si las partidas ejecutadas lo fueron en forma correcta. Si mal no recuerdo, en toda la historia argentina (donde nunca jamás se cumplió un presupuesto) solo una vez se rechazó la cuenta de inversión, sin ninguna consecuencia.

En una economía donde un aplastante Estado tiene el tamaño de cerca el 50% de ella, el presupuesto no es solo un ejercicio contable, sino que es un instrumento de dirección de la economía: ahí se reparten subsidios, se deciden impuestos con fines parafiscales, se prioriza una actividad sobre otra. Prácticamente determina la actividad económica total de la Nación. Con un Estado tan grande y omnipresente, la función de control que debe tener el Presupuesto se agudiza y se hace más necesaria.

Cierro esta sección con un comentario del prof. José A. Terry: «Puede decirse que después de la Ley Fundamental de nuestro país, que es la Constitución, la más importante es la del presupuesto; porque sus partidas revelan el estado de cultura moral e intelectual del pueblo, sus adelantos o retrocesos materiales, su situación económica y financiera. Puede compararse el presupuesto al espejo donde se reproduce fielmente la vida de una Nación».


ARGENTINA

En nuestro país hay un problema fundamental, que es que la mayor parte de los presupuestos son lo que coloquialmente se llama un dibujo. En resumen:

Se subestiman los ingresos, principalmente subestimando la inflación, de forma tal que los ingresos «sobrantes» puedan ser manejados discrecionalmente.

Con leyes de emergencia o, incluso, en la propia Ley de Administración Financiera, se permite al Jefe de Gabinete redistribuir partidas sin pasar por el Congreso.

A diferencia de muchos otros países, donde la no sanción de un presupuesto implica que no hay autorización para realizar gastos y el Estado ingresa en un «shutdown», un cierre total; acá se puede prorrogar el presupuesto del año anterior, con plena discrecionalidad para realizar los cambios necesarios.

Y, por último pero no menos importante, no existe ninguna sanción al Gobierno ante el rechazo de la cuenta de inversión.

Por todas estas razones, ningún actor económico toma decisiones mirando el presupuesto, que se sabe que es mentiroso y falso. Lo más notorio es la abdicación por parte del Congreso de sus funciones de control y manejo financiero del Estado. Un Congreso con dignidad, que no esté formado por diputados barrabravas y senadores obsecuentes, cuya única ambición es ingresar al próximo armado de listas, tomaría de vuelta estas funciones. Controlaría, negociaría y sancionaría.


POLÍTICAS DE GÉNERO



No obstante lo dicho anteriormente, siempre es interesante mirar el presupuesto para poder observar cuáles son las prioridades de los gobiernos. No siempre es así, pero generalmente se le asignan más partidas a lo que se considera más importante. Así, el Ministerio de las Mujeres recibe más presupuesto que el Ministerio de Cultura, viendo muy aumentada su participación con respecto al órgano que lo precedió, el INAM. No solo eso, los distintos programas de género que existen en cada una de las jurisdicciones insumen más del 3% de los gastos, mucho más que Defensa o Seguridad, dos funciones básicas y fundamentales del Estado.


Todo régimen político necesita una ideología, un marco teórico sobre el cual justificarse, llámense el nacionalismo, la religión, la defensa de las libertades entre tantos otros. La llamada Democracia argentina, el régimen que gobierna sin intermitencias desde 1983, ha necesitado crear justificativos a su existencia, los cuales fueron eficaces. Le permitieron seguir vigente a pesar de sus pésimos resultados en todos los índices: la Argentina es un país mucho más miserable y mucho más insignificante ahora que lo que era en 1983. En un principio esa ideología justificativa fueron los llamados «Derechos Humanos», algo bastante difuso pero que se lo intenta confrontar con el período del Proceso y que permitió que algunas organizaciones llenasen sus bolsillos mientras el país entero se empobrecía. Se formaron cientos de profesionales en ese clero, se armó toda una mitología y se asignaron cuantiosas partidas presupuestarias a sostenerlo.


A mediados de la década de 2010 los DDHH empezaron a agotarse. Las denuncias de corrupción, el profundo desprestigio, la militancia política descarada hizo ver a los políticos que cada vez era más difícil continuar justificando el régimen y sus paupérrimos resultados con los DDHH. Justo en ese momento comenzó a surgir una nueva estrella: la ideología de género. Se permitieron justificar todos los malos resultados, las políticas más dañinas y la corrupción más escandalosa con la falta de «perspectiva de género». Cursos obligatorios, una nueva casta de profesionales especializados en el nuevo credo, cientos y miles de oficinas diseminadas por todo el Estado, actuando de comisarios políticos, capaces de arruinar una carrera con una simple denuncia. Sobreactuación por parte de los nuevos conversos. 


El mes pasado la UBA obligó a todos los estudiantes a atravesar un curso de género para poder tramitar el título. Esta semana nos enteramos que para sacar la licencia de conducir en la ciudad de Rosario no sólo hace falta saber manejar un vehículo, sino que hay que atravesar un curso de género. Y siguen los ejemplos.

El análisis del presupuesto puede ser un trabajo árido en cualquier país. Y puede ser un trabajo estéril en Argentina, por lo señalado al principio de este artículo. Pero nos puede enseñar algunas cosas, por ejemplo, cómo ante la desesperación por las consecuencias de todos los pésimos gobiernos que manejaron el país en la época más oscura de su historia, aquélla que va desde 1983 a la fecha, la respuesta es la justificación ideológica y el uso de comisarías políticas. Está en nuestras manos retomar la función principal del presupuesto, que es la de controlar. Controlar qué se hace con nuestro dinero. Exigirle a nuestros representantes y discutir en los foros públicos. Y siempre mirar con desconfianza a las ideologías que buscan justificar y tapar malos resultados. 

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