BUENA CRÍA Y MALA LECHE

Los ataques contra Carrillo parecen un ensayo de descalificación contra cualquier médico nacionalista que se oponga a los dictados de la OMS


Los ataques lanzados por una banda de fundamentalistas apoyados por dos embajadores contra el sanitarista argentino Ramón Carrillo, tan pronto se ventiló la posibilidad de que su retrato ilustrara un billete de banco, lo acusaban entre otras cosas de haber contraído durante su estancia en Alemania el virus de la eugenesia. Esos ataques sólo pudieron tener dos causas: ignorancia o mala leche. A continuación voy a ocuparme del problema de la ignorancia, para la mala leche no tengo remedio. 

En las primeras décadas del siglo pasado en los ambientes médicos, especialmente los relacionados con la salud pública, se hablaba de la eugenesia (buena cría) con la misma liberalidad con la que hoy se habla de aborto, alquiler de vientres o tratamientos hormonales para el cambio de sexo. Aunque la idea de eugenesia nació en Inglaterra en el marco de ideas asociado al darwinismo, fueron los norteamericanos los que la convirtieron en política de higiene social. En 1907, en Indiana, se autorizó legalmente la esterilización de mujeres “con debilidad mental”, y California dos años después dictó leyes todavía más brutales que permitían la “asexualización” (vasectomías, atadura de trompas, castración, remoción de ovarios) de los débiles mentales, los presos con perversiones sexuales o morales, y cualquier detenido con más de tres condenas. 

Por el lado de la iniciativa privada, en Kansas y otros lugares se abrieron centros de eugenesia que funcionaban como un Kennel club humano, y donde cada familia podía certificar su aptitud como miembro de la especie. La teoría, por su lado, contó con los decisivos aportes de Charles Davenport, un estadounidense autor de varios tratados sobre el tema y fundador en 1925, cinco años antes de que Carrillo llegara a Alemania, de la Federación Internacional de Organizaciones Eugenésicas. 



Por supuesto, Adolf Hitler se entusiasmó con la experiencia estadounidense, que se acomodaba muy bien a su idea de cómo poner orden en un mundo despatarrado; en su libro Mi lucha reconoció expresamente la ventaja de los norteamericanos en materia de prolijidad demográfica. Les copió las leyes y las puso en práctica con singular empeño: mientras en un año bueno California esterilizaba a no más de 4.000 personas, los alemanes mejoraron esa marca hasta las 50.000-70.000 anuales. 

Por supuesto, supieron conseguir y aprovecharon la fervorosa colaboración y asesoramiento del doctor Davenport. Más allá de estas anécdotas, lo cierto es que la noción de la eugenesia seguiría presente en los programas de salud pública de varios lugares del mundo durante mucho tiempo. Su rechazo es relativamente reciente, como lo prueba el hecho de que sólo en los últimos años algunos estados de la Unión aprobaron compensaciones monetarias para las víctimas de esa clase de prácticas. 

Carrillo no volvió de Alemania entusiasmado con una novedad nazi, como dicen sus críticos. La cuestión formaba parte de la cultura médica y de la práctica sanitaria universalmente aceptadas desde principios del siglo pasado. Dedicó al asunto algún apartado de sus escritos sobre teoría hospitalaria, pero nunca llevó nada a la práctica -su condición de católico le imponía seguramente serios reparos-  y se limitó a dar recomendaciones sobre la selección de personal apto para las fuerzas armadas. 



A diferencia de nuestro vecino Brasil, por ejemplo, que desde comienzos del siglo XX conducía con el apoyo de la Fundación Rockefeller una llamada “política de blanqueamiento” bajo el lema “sanidad es eugenesia”. No había necesidad de viajar a Alemania en 1930 para enterarse de algo que pasaba desde hacía décadas en la casa de al lado.



Me quedó el tema de la mala leche, que no puedo resolver pero sí tratar de entender

Carrillo fue objeto de una campaña de odio, de eso no cabe duda; esto es de una campaña motivada, entre otras cosas, por la adhesión o pertenencia real o percibida de su objeto a determinada ideología, raza o grupo. De esa campaña participaron, concertada y simultaneamente, una entidad judía, dos o tres columnistas, y los embajadores de Gran Bretaña e Israel,[1] todos al parecer súbitamente al tanto de la vida y trabajos de Ramón Carrillo, una figura totalmente ajena al debate público. 

Cuando, como respuesta al ataque, la historia y las obras de Carrillo recibieron el reconocimiento incluso de quienes no compartían sus simpatías políticas peronistas, entonces la calumnia cambió de estrategia y pasó a postular la existencia de “dos Carrillos”, uno el benemérito sanitarista que expandió como ninguno las fronteras de la salud pública en la Argentina, y otro el vergonzoso discípulo del nazismo que postulaba cosas tan aberrantes como que para ser soldado hay que tener determinadas cualidades físicas (lo mismo que toman en cuenta las profesoras de ballet para admitir alumnas), o que la psicología forma parte del arsenal bélico de un ejército (algo tan anterior a los nazis que puede rastrearse hasta la Biblia). 

Pero, mal que les pese a sus detractores, no hubo dos Carrillos. Hubo uno solo: argentino, médico y nacionalista

Y opuesto al aborto, de yapa. 

Aquí me parece está la razón de la campaña. ¿No creen ustedes que la virulencia del ataque que sufrió, justamente ahora cuando las cuestiones médicas y sanitarias están en el tapete, tuvo que ver con eso ? 

Al calificar sin razón alguna de nazi a un médico argentino nacionalista, ¿no se está preparando el terreno para descalificar por asociación a cualquier médico argentino nacionalista que cuestione las recomendaciones de los globalistas agazapados tras la sigla de la Organización Mundial de la Salud? 

¿Que se oponga a su anunciado programa de vacunación universal, obligatoria y sospechosa contra el virus corona? ¿Que reivindique la soberanía sanitaria? No tengo una respuesta. Pero les dejo las preguntas para que las piensen. –S.G.

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[1] Los diplomáticos mencionados debieron por lo menos haber sido convocados por la Cancillería, y notificados de que una nueva intromisión en los asuntos internos del país no sería aceptada.



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