INTRIGA EN WUHAN

https://www.ecohealthalliance.org/

El laboratorio chino era financiado y supervisado por una ONG de los EE.UU., y asesorado en seguridad por la Universidad de Texas



Autor: Santiago González (@gauchomalo140)


Nota original: https://gauchomalo.com.ar/intriga-en-wuhan/

El Instituto de Virología de Wuhan, en el ojo de la tormenta como presunta cuna del virus corona que atemoriza al mundo, nació en 1956 y fue mudando de nombre y de lugar en el sistema científico chino. Su transformación más importante ocurrió en 2015 cuando, tras casi una década de trabajos, logró alcanzar la categoría BSL-4 1 que distingue a los laboratorios con el mayor nivel de seguridad en el manejo de sustancias biológicas, especialmente virus. En ese año Taiwan contaba ya con cuatro laboratorios de esas características, de modo que el instituto, dependiente ahora de la Academia China de Ciencias, representa un motivo de orgullo para el país. Su modernización requirió una inversión de casi 50 millones de dólares, y fue posible gracias al apoyo de Francia y los Estados Unidos. El Centro Internacional de Investigación en Infectología (CIRI), una entidad francesa asistida por fundaciones locales, le aportó un apoyo “significativo y sustancial” –dicen ellos mismos– en términos de proyecto, ingeniería y logística. El Laboratorio Nacional de Galveston, en la Universidad de Texas, asiste al de Wuhan desde 2013 en cuestiones de seguridad biológica. 2

En 2014, poco antes de alcanzar el nivel 4, el laboratorio de Wuhan obtuvo un nuevo espaldarazo internacional. A sugerencia del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas que desde 1984 conduce el doctor Anthony Fauci, el gobierno estadounidense aceptó su inclusión en un proyecto de 3,7 millones de dólares para estudiar los riesgos planteados por la presencia habitual de virus corona en los murciélagos, un tema que venía ocupando a los científicos de Wuhan desde hacía una década. Tras extenuantes expediciones en busca de muestras en cuevas del sudoeste de China y de una serie de manipulaciones genéticas, en 2007 pudieron afirmar en un estudio que el murciélago constituye una especie de vaso mezclador natural para que el virus mute, salte la barrera de las especies y se aloje en mamíferos y humanos. Lo firmaba entre otros Shi Zhengli, una viróloga que más tarde colaboraría con Ralph Baric, investigador de la Universidad de Carolina del Norte y practicante de manipulaciones genéticas por lo menos desde 2003.

Según la descripción publicada por los Institutos Nacionales de Salud, el proyecto confiado a Wuhan tenía tres propósitos principales: 1) Caracterizar la diversidad y distribución de virus corona con alto riesgo de saltar de especie en murciélagos del sur de China. 2) Identificar esos saltos en la naturaleza y en el laboratorio, sus rutas y sus riesgos potenciales para la salud pública. 3) Caracterizar in vivo e in vitro el riesgo de salto, empleando entre otras cosas tecnologías de clonación infecciosa y experimentos de infección in vivo e in vitro. A juicio de Richard Ebright, experto en enfermedades infecciosas de la Universidad Rutgers, esa descripción implica ampliar las habilidades del virus corona del murciélago, usando técnicas de ingeniería genética, para volverlo capaz de infectar células humanas y animales de laboratorio. Esas técnicas han sido rechazadas por Ebright y muchos otros científicos porque acarrean el riesgo de crear una pandemia si ocurre la liberación accidental de un virus así modificado.



Esos riesgos, algunos accidentes registrados en laboratorios de alta y media seguridad, y sospechas instaladas aunque no comprobadas acerca del origen de otras pandemias (SARS 2003-2004, ébola 2008), impulsaron en 2014 al gobierno de Barack Obama a imponer una moratoria sobre semejantes investigaciones. La decisión alcanzaba al proyecto de Wuhan, porque según los documentos oficiales la subvención no le fue otorgada directamente al laboratorio sino a EcoHealth Alliance, una ONG con sede en Nueva York que distribuyó los fondos entre varios recipientes, entre ellos una universidad de Shangai y el Instituto de Biología Patógena de Beiyín. Ninguno aparece mencionado en la documentación del subsidio, de modo que toda la responsabilidad sobre la ejecución del proyecto, incluso, queremos creer, sobre sus fallas y accidentes, debería recaer en principio sobre la EcoHealth Alliance.

Podemos suponer que EcoHealth eligió el laboratorio de Wuhan para la ejecución del proyecto tanto por su especialización en el estudio del virus corona en los murciélagos como por la experiencia de sus virólogos, especialmente Shi, en el terreno de la manipulación genética de los virus. Pero, ¿por qué Fauci eligió a EcoHealth para dirigir el proyecto que nos ocupa? La ONG liderada por Peter Daszak, un experto en zoonosis, venía colaborando desde 2009 en un programa de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) llamado Predict consagrado a trabajos de campo para identificar eventuales enfermedades provenientes de especies como roedores, murciélagos y primates; esa misión lo vinculó con Shi y sus exploraciones en las cuevas chinas. EcoHealth es parte de la One Health Platform, una iniciativa respaldada por gobiernos, laboratorios y entidades como la Fundación Gates. Daszak comparte la obsesión de Bill Gates por los virus y las vacunas, e incluso tiene su propio Global Virome Project, modelado, según dijo, a partir de iniciativas similares del fundador de Microsoft.

“Los virus que implican grandes riesgos para la salud pública no están en los Estados Unidos, están en China. Si queremos saber algo sobre la próxima pandemia, tenemos que trabajar en los países donde están esos virus”, le dijo Daszak al diario USA Today. “El gobierno federal de los EE.UU. decide si está bien trabajar con lugares como el Instituto de Virología de Wuhan. Nunca trabajamos con ningún laboratorio ni organización que no haya sido aprobada previamente por el gobierno estadounidense o sus organismos.”

La moratoria de Obama no afectó en los hechos las tareas de Wuhan porque la primera parte de su cometido, que cumplió en el quinquenio 2015-2019, consistía principalmente en la recolección y análisis de muestras del virus corona obtenidas de murciélagos de la zona. Cuando Donald Trump asumió en 2017 la moratoria fue levantada, pero con determinadas condiciones. El proyecto que involucraba a Wuhan, y otros igualmente interdictos, fueron revisados por las autoridades sanitarias estadounidenses siguiendo un procedimiento secreto que enfureció a parte de la comunidad científica. Seguramente recibió luz verde, porque estudios posteriores producidos por los virólogos de Wuhan dieron cuenta de la aplicación de procedimientos de ingeniería genética. A fines de 2019, la subvención administrada por EcoHealth fue renovada por otros cinco años y otros 3,7 millones para que completara la parte faltante y más arriesgada de sus tres objetivos.

Cuando por la misma época personas afectadas por una variante hasta entonces desconocida del virus corona comenzaron a morir en Wuhan, el gobierno chino reaccionó como lo hacen todos los regímenes autoritarios: tratando de imponer el silencio y sofocar las denuncias mientras procuraba entender qué ocurría en los alrededores de su laboratorio insignia. Como nadie se lo pudo explicar, comenzó a arriesgar argumentos que duraban lo que un suspiro, como el de los murciélagos ofrecidos en un mercado de mariscos de la ciudad. El laboratorio de Wuhan insistió hasta el cansancio en que ningún virus había escapado de sus instalaciones; James Le Duc, director del laboratorio de Galveston que asesora a Wuhan en materia de seguridad, respaldó a sus responsables, y destacó que, tras un primer momento de reserva y confusión, China ofreció al mundo toda la información disponible, incluido el genoma del nuevo virus para que pudieran ensayarse a partir de él procedimientos de diagnóstico y tratamiento.


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Mientras EcoHealth y Peter Daszak lograban mantenerse al margen de los titulares y de las críticas y las responsabilidades, estalló una campaña de ataques contra China, apoyados en la confusión y las excusas del primer momento. Una andanada de teorías conspirativas mencionaban un virus diseñado para dañar a Occidente, una guerra bacteriológica, engaños deliberados. Otra vez como en los lejanos 70 la amenaza roja, el peligro amarillo, La Cina è vicina. Pero la campaña no tuvo gran impacto porque las teorías conspirativas para ser eficaces deben captar la imaginación, apelar a lo rocambolesco, y la retórica de la guerra fría, de comunistas malos contra capitalistas buenos, nunca gozó de ese atractivo. Para encontrarle la gracia había que leer a Ian Fleming o a John LeCarré, según el estado de ánimo. Sopa de murciélagos y cazuela de pangolines son manjares más propios de Indiana Jones que del MI6 o la KGB, pero al arqueólogo aventurero siempre le preocuparon los nazis, nunca los comunistas.

Las teorías conspirativas, además de aburridas, violentaban la lógica. ¿Cómo acusar de secreto, ocultamiento o engaño a un laboratorio que operaba bajo la guía y supervisión de instituciones extranjeras, especialmente estadounidenses? ¿Cómo suponer que no hubo comunicación entre los científicos chinos y sus colegas del resto del mundo, con los que durante décadas compartieron trabajos y laboratorios, congresos y subsidios, y con los que estaban permanentemente en contacto? ¿Cómo acusar a la OMS de connivencia con el gobierno comunista chino cuando el laboratorio de Wuhan trabajaba por encargo de una ONG estadounidense y vigilada por las autoridades sanitarias estadounidenses, que apenas en diciembre le habían renovado el contrato? ¿Por qué a fines de abril Trump decidió cancelar el proyecto de investigación sobre virus y murciélagos y su financiación, y le advirtió a EcoHealth y a Daszak que sus actividades en Wuhan iban a ser investigadas?

Nadie inicia una cadena de atentados poniendo una bomba en su propia casa, ni siquiera para disimular. Nadie altera abruptamente el estado de cosas que lo favorece. China podía imaginarse en camino de ser una superpotencia mientras siguiera navegando apaciblemente y sin pausa por las aguas del mundo que existía antes del CoV2. Esa nave recibió una andanada por debajo de la línea de flotación, y el mundo cuyas aguas favorables surcaba airosamente ya no existe más. Imagino al comité central del partido chino abocado a urgentes trabajos de calafateo mientras examina el mapa para redefinir el rumbo.

Como vimos, el laboratorio de Wuham trabajaba activamente en procedimientos arriesgados de manipulación genética, y sus propios estudios muestran que lo hizo durante más de una década sin incidentes. Hubo versiones acerca de fallas de seguridad, pero hasta ahora no hay pruebas de que el virus haya salido del laboratorio. Su viróloga emblema, la “mujer murciélago” Shi Zhengli, juró por su vida que el virus no había escapado del instituto e insistió en que el genoma del CoV2 no se corresponde con ninguno de los miles de virus recogidos durante cinco años en las cuevas de Yunnan ni con los que estaban en la platina de sus microscopios, aunque se parece a varios. No es la primera vez en su larga y destaca carrera que se ve asaltada por esa misma perplejidad. Según reconoció en un estudio publicado en 2017, tampoco entre esos miles de virus pudo encontrar alguno cuya cepa fuera idéntica a la del virus corona que causó la epidemia SARS de 2002-2004.

Esta historia no es nueva. Desde que el virus del SIDA hiciera su aparición a fines de los ochenta, hasta el CoV2 de estos días, la humanidad se ha visto estremecida por una seguidilla inusual de epidemias, pandemias y pestes, incluida la del ébola. En todos los casos se habló de zoonosis, un salto del virus desde los animales a los hombres, pero nunca apareció el pangolín que sirviera de intermediario, el eslabón perdido que permitiera determinar con certeza la trayectoria de ese salto de una especie a otra. En todos los casos, también, hubo versiones, nunca confirmadas, siempre desmentidas, como ahora en Wuhan, sobre virus manipulados genéticamente en el laboratorio para darles mayor peligrosidad y liberados por alguna imprudencia.




Las preguntas que la situación generada en Wuhan plantea son por lo menos inquietantes. Con la información disponible hasta ahora no es posible saber si el CoV2 efectivamente pasó de un animal a un humano o si pasó de un laboratorio a un humano. Y en este caso, si salió accidentalmente del laboratorio de Wuhan o si provino de algún otro laboratorio y fue colocado intencionalmente en Wuhan. 3  Si la liberación del virus fue accidental, y el orgullo nacional chino está en juego, entonces el “juro por mi vida” de la doctora Shi debe ser leído en otra clave. Descartada la opción de que los chinos hayan atentado contra sí mismos, si la liberación del virus fue intencional, no sabemos si estuvo dirigida a arruinar sólo a China, o a China y también a Occidente. Las implicaciones de la última opción son estremecedoras. En aras de la salud mental de todos nosotros, preferiría creer que China fue el objetivo y el atentado se les fue de las manos a sus perpetradores. Al fin y al cabo, a Occidente lo está destrozando el otro virus, el virus ideológico que se montó sobre el biológico, la reacción extravagante causada por una gripe, por cierto más agresiva y contagiosa que la de todos los años, pero no mucho más.

–Santiago González
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Agradecemos la difusión del presente artículo:  


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Notas:

1. BioSafety Laboratory–Level 4. [↩]

2. El Instituto de Virología de Wuhan mantiene múltiples relaciones internacionales, entre otras con el Laboratorio Nacional de Microbiología de Canadá. Dos investigadores del IVW, que trabajaban allí y eran docentes adjuntos en la Universidad de Winnipeg, fueron separados de ambas funciones y expulsados del país a mediados del año pasado por razones que ni Canadá ni China quisieron comentar. Aparentemente se trató de un caso de espionaje ajeno a los acontecimientos vinculados con el CoV2. [↩]

3. En 2015, el laboratorio de Carolina del Norte conducido por Ralph Baric logró alterar un virus corona de murciélago y darle la capacidad de infectar las vías respiratorias humanas. “Si este virus se escapaba, nadie habría podido prever su trayectoria”, comentó por entonces Simon Wain-Hobson, virólogo del Instituto Pasteur de París. Sin pretender implicar a Ralph Baric en absoluto, incluyo esta referencia para subrayar que el laboratorio de Wuhan no es el único en condiciones de modificar un virus corona. Es más, hay expertos que dicen que hasta un virólogo novato estaría en condiciones de hacerlo. [↩]
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