DOCENTES VIRTUALES
Confieso que entre el enojo por la cuarentena estúpida y sin propósito que nos vemos forzados a hacer bajo amenaza de sanciones que aún es discutible hasta dónde se puede aplicar y el agotamiento de estar encerrada entre cuatro paredes me siento cada vez más dada a “rantear” o reflexionar a pluma alzada (considérese advertido el lector de que este texto sólo tuvo una revisión personal).
En este caso, a raíz de un par de intecambios en twitter (por algo es mi red favorita) me decidí a volcar algunas cuestiones que vengo reflexionando sobre la “docencia en tiempos de pandemia”.
Entre otras cosas soy, o quizás fui, no estoy segura cuál será mi destino después de este tiempo, profesora universitaria. Este año a partir de la pandemia Covid-19 me notificaron que debía convertir mis clases de “presencial” a “virtual”. Así, sin preparación ni advertencia, había que convertir programas, estructuras y modos de enseñanza todo “para el lunes”.
La mayor parte de los establecimientos educativos, además, entendió que era “casi lo mismo” subir contenidos a una plataforma que dar clases y que todo podía resolverse con la buena predisposición de los docentes para dar sus clases por vía “zoom” o “meet”. Eligieron masivamente estas plataformas porque “todo el mundo las estaba usando” y más aún porque son gratis. ¿La seguridad de alumnos y docentes? Eso no es tan importante, ¡vamos!
No siempre lo viejo es malo por el hecho de serlo.
Nadie está pensando además en el desgaste físico, sobre todo en cuanto al costo para la vista ni de los alumnos ni de los docentes, especialmente si tienen más de un curso. Las pantallas agotan la vista y lo sabemos. He sabido de padres que pretenden que sus niños de 4 tengan “clases virtuales” y que se cubra con ellas el mismo tiempo que el del colegio. Para eso pagan la cuota. Si se quedan casi ciegos antes de los 15, ¡no es tan grave!
Entiendo, no tiene sentido negarlo, que hay padres que necesitan tener al menos un par de horas para poder hacer homeoffice o atender otras cuestiones igualmente importantes y necesarias. Lo que critico es que se está perdiendo de vista las consecuencias a no tan largo plazo para esos chicos.
Los docentes además, terminamos teniendo que dedicar aún más horas de las habituales por fuera de nuestro tiempo de trabajo sin ningún tipo de beneficio. Igual que la mayoría de quienes trabajan tenemos nuestras obligaciones y otras cosas de las que encargarnos. Pero parece que no contestar un mail a las 3 de la mañana es poco menos que un pecado. Especialmente si uno trabaja en el ámbito privado. Hay que estar para contener… nos dicen quienes se olvidan que tenemos derecho a negarnos.
Al igual que con los médicos, se les pide a los docentes que “no sean egoístas” porque los nuestros son “trabajos de vocación”. Bueno, les cuento algo, nadie come ni paga las compras con vocación, ni con aplausos. Trabajo para ganar dinero para mantenerme a mí, ayudar a mi familia y darle una buena vida a Tut (sí, mi gato). Sí, me gusta enseñar, amo dar clases en un aula, frente a un pizarrón, bien decimonónico todo. Me gusta acompañar en la formación de mis alumnos. Pero eso no quita que necesito dinero para vivir.
Estoy harta del argumento de que hay que malvivir porque elegiste una carrera vinculada a los servicios. Después son todos rápidos para quejarse porque los chicos no aprenden nada o porque los docentes universitarios no tienen el nivel que esperan. Bueno, les voy a contar algo: muchos de los docentes actuales entran al sistema educativo como podrían entrar a la policía, porque es “fácil”. ¿No les gusta la comparación? Lo siento mucho, es la verdad. Son carreras malpagas pero donde siempre hay salida laboral. La ventaja de la docencia es que hay mucha más estabilidad laboral así no hagas nada en todo el año o saques mil millones de licencias.
La docencia no paga bien pero es un sueldo “seguro”
Quieren docentes comprometidos y dedicados pero pagándoles lo menos posible, y como todos sabemos hay cosas en las que ahorrar o reducir costos redunda simple y sencillamente en el desastre. Lo mismo pasa con los médicos, hoy puestos en el rol de héroes mientras no vivan al lado de uno y no protesten demasiado por no tener con qué protegerse. También pasa con la policía y con los penitenciarios.
Hoy a toda esta cuestión se suma una que no tiene que ver ya con los docentes sino con los alumnos.
Hay una realidad que nadie quiere nombrar porque quien lo hace es visto como un monstruo: nuestras universidades son la mejor muestra de cómo funciona el darwinismo social.
La gratuidad de la educación superior no quiere decir para nada que todos lleguemos a ella en las mismas condiciones ni mucho menos. Tampoco, la gratuidad nominal, implica que no existan costos, y muchos, que una enorme porción de estudiantes no podrá afrontar.
Esto no quiere decir que no haya alumnos pobres que logren tener su título con esfuerzo y sean excelentes profesionales, vamos a entendernos, o al menos a tener honestidad intelectual. También hay universidades que son simplemente dispensadoras de títulos, no sea cosa que el futuro profesional se frustre o que sientan que ellos no pueden, muchos profesores progres deciden poner notas altísimas o aprobar porque “es una ama de casa que se esfuerza mucho, no la vas a desaprobar”, o simplemente porque la orden es que todo el mundo se vaya con su grado, como si después a la hora de buscar trabajo eso no fuera un factor que los empleadores consideran.
Tampoco, la gratuidad nominal, implica que no existan costos, y muchos, que una enorme porción de estudiantes no podrá afrontar
La mentira de la educación universitaria “para todos” debería ser puesta en debate.
Vamos a dedicarle un ratito a esto, porque estoy enojada y porque tengo tiempo:
1) La formación previa sí importa. Muchos alumnos llegan a la universidad y se dan cuenta que no entienden, que les cuesta, que les falta vocabulario y herramientas. Los docentes podemos hacer algunas cosas por ayudarlos, pero no podemos volver para atrás y ponernos a enseñarles a leer.
2) La Universidad tiene muchísimos costos “ocultos”: costos de transporte hasta la sede donde se curse, fotocopias, apuntes, libros (no, el pdf no resuelve todo), útiles sean papel y lapiceras o tecnológicos, hay que pagar internet si se van a mandar mails o textos digitalizados.
3) Tiempo. Trabajar y estudiar es posible, también hace que sea más difícil. La UNLP por ejemplo es especialmente complicada para los alumnos que deben trabajar, ya que los horarios de cursada pueden ser un día a las 12, otro día a las 20 y un tercer día a las 16. Difícil para alguien que tenga un horario fijo. A veces se logra cambiar o negociar por otro día y hora, pero sólo si la cátedra tuviera franja horaria que lo permita. En derecho la norma es ni siquiera cursar. ¿Cómo se forman nuestros abogados ante la completa ausencia de guías reales y docentes que ejerzan su rol? Depende de los recursos extra universitarios que el alumno trae consigo. Darwinismo social en su máxima expresión.
La formación previa sí importa
También deberíamos afrontar el mito de que todo el mundo tiene que hacer una carrera universitaria y que se es menos si no se tiene un título.
Lamento decirles que la realidad muestra que la universidad no es para todos y no tiene que ver sólo con los aspectos económicos de la cuestión. También tiene que ver con las realidades de vida y con las ambiciones personales. La educación universitaria como un seguro de movilidad ascendente hace tiempo que es pasado.
Hoy, con una educación más centrada en que el alumno no se frustre que en enseñarle los contenidos básicos para que pueda avanzar en sus conocimientos y darle las herramientas necesarias para desenvolverse en la vida, tenemos un panorama muchísimo más desolador que hace 200 años.
La lógica de pago para que apruebe vs pago para que aprenda se vuelve una pelea difícil de dar para quienes queremos que nuestros alumnos aprendan y para los que sostenemos la necesidad de poner notas altas, regulares y bajas. Creo que es necesario dar mensajes a todos los alumnos, y especialmente a los que se esfuerzan, es necesario hacerles entender que no da todo lo mismo.
Si queremos dejar de tener una sociedad de anomia boba, como la bautizó el jurista Nino, es preciso que empecemos por casa y sigamos por la escuela
En estos días en que se nos presiona para que bajemos la exigencia, que evaluemos pero no califiquemos, que seamos acompañantes en desmedro del rol de docentes es que decidí decir “¡basta!”. Ojalá no sea permanentemente.