APROVECHAR LAS PASO
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/paso-2019/
Si eluden la trampa de la polarización, los argentinos pueden conocer y dar a conocer su verdadero temperamento político
Desde que el sistema democrático se restableció en 1983, la Argentina ha venido retrocediendo sin pausa en todos los frentes que definen la calidad de vida de una nación. Por el gobierno han pasado en uno u otro momento las principales expresiones políticas que participan del sistema y que tienen alcance nacional. Y todas fracasaron. Fracasaron incluso después de haberse procurado una reforma constitucional orientada a facilitarles las cosas. Las consecuencias de ese fracaso están a la vista: fuga incesante de capitales y de personas, casi medio país sumido en la pobreza y la indigencia, incompetencia administrativa, derrumbe de los servicios estatales básicos –educación, salud, justicia, defensa y seguridad–, destrucción o desnacionalización de la estructura productiva, especialmente la industrial, endeudamiento, parálisis económica, desempleo.
A esta altura, es evidente que aquí hay algo que no funciona, que las cosas no se arreglan solas con el tiempo, y que es urgente hacer algo. Ya sabemos con qué nos vamos a encontrar en las elecciones de octubre. Las impúdicas danzas y contradanzas de antiguos enemigos que ahora son socios y de viejos amigos que ahora se enfrentan nos ofrecieron un espectáculo que resulta tanto más obsceno cuando en la platea la gente la está pasando mal y abrumada de presagios que le advierten que todo puede ser todavía peor. Pero las cartas ya están echadas. Nunca hubo desde 1983 una oferta electoral de peor calidad, agravada por una polarización buscada e incentivada por las partes, que quiere obligarnos a optar entre dos fracasos, más parecidos entre sí de lo que se supone.
El kirchnerismo traicionó a las clases populares y los intereses nacionales que dijo representar: habiendo disfrutado de un período de bonanza económica sin precedentes, dilapidó el dinero que no se robó en subsidios a la clase media, y dejó un país arruinado, pésimamente administrado, con un tendal de pobres y excluidos. El macrismo traicionó a las clases medias y el espíritu republicano que dijo representar: pasado el viento de cola, optó por endeudarse y dilapidó el dinero en subsidios a las clases populares, y ahora nos deja un país más arruinado todavía, pésimamente administrado, con un tendal mayor de pobres y excluidos, alimentado por una clase media que se cae del mapa.
El kirchnerismo y el macrismo han sido en realidad pseudópodos emitidos respectivamente por el peronismo y el radicalismo luego de que la crisis del 2001 los hiciera trizas como partidos políticos. No fue la evolución normal e inteligente de un organismo que necesita adaptarse a un medio cambiante, sino la generación de una excrecencia camaleónica capaz de lucir exteriormente atractiva mientras preserva en el núcleo original las conductas de siempre. Las fuerzas vivas de la Argentina sólo saben sobrevivir al amparo del Estado, y a lo largo de los años han acumulado una larga experiencia en el trato con peronistas y radicales. Nadie diría que les resultó difícil adaptarse a los nuevos avatares de sus viejos socios. Los peronistas son más desprolijos, y se necesitó un remisero con admirable caligrafía para documentar esa facilidad; los radicales, respetuosos de las formas, dejaron todo anotado en el Boletín Oficial. Eso hay que reconocerlo.
Lo peor que puede hacer el ciudadano argentino preocupado por su futuro, el de sus hijos y el de su país, es dejarse atrapar en la encerrona política que le han tendido los poderes fácticos del país y optar por una u otra de las dos corrientes enfrentadas, cuyas máximas figuras lo ignoran, lo consideran sólo como parte de un rebaño, como la cifra insignificante que viene después de la coma en los porcentajes arrojados por las encuestas. El argumento de que hay que votar a unos para que no sigan/vuelvan los otros es falso, porque los unos y los otros ya han demostrado con creces que son lo mismo: el macrismo no hizo más que agravar los males causados por el kirchnerismo. Si hay alguna diferencia es apenas estética, o de modales. Los que se enriquecen gracias a su cercanía con el Estado siguieron haciéndolo en estos cuatro años como en todos los anteriores.
Llama la atención la simetría. Macri, acusado por sus detractores de debilidad de carácter, se muestra fuerte al imponerse un vicepresidente que hizo arquear las cejas a más de un cambiemita de paladar negro. Cristina, caracterizada siempre como una mujer de temperamento fuerte, se resigna voluntariamente a un segundo lugar, provocando la correspondiente perplejidad entre sus seguidores más acérrimos. El anuncio de Macri introduce además una nueva modificación en la geometría política argentina: la decisión de la ex corrió su propio espacio hacia el centro, la decisión del actual, desplazó el suyo hacia la derecha. Son todos amagues para recuperar el crédito perdido entre esa mayoría de argentinos que quieren otra cosa para sí y para su país, que aman a su patria y trabajan en ella y por ella, y que se resisten a los que creen que una nación es sólo un espacio jurídico para hacer negocios, o un arenero en el que ensayar nuevas versiones de filosofías políticas agotadas.
Esos argentinos, una vez más, se encuentran sin representación. Por lo menos sin una representación lo suficientemente amplia en sus propuestas y electoralmente competitiva como para superar la franja de lo testimonial. El macrismo y el kirchnerismo se encargaron de que así fuese mediante una serie de maniobras ruines y miserables, aunque celebradas como ejemplos de alta política por muchos que solían rasgarse las vestiduras por el gol de Maradona a los ingleses y ponerlo como ejemplo de “la Argentina que no queremos”. En el fondo, ésa es la Argentina que quieren y por eso apoyaron tales operaciones, tan legales en la letra como contrarias a la representación democrática en el espíritu, que uno a uno extrajeron los dientes justamente a quienes intentaron ofrecer una alternativa a la polarización. “Que [los anti-K o los anti-M] no tengan dónde ir”, fue la consigna más escuchada en los campamentos macrista y cristinista.
El país se apresta a derrochar una cifra imprecisa de entre 2.000 y 4.000 millones de pesos en la realización de unas primarias vacías de contenido en las que nadie compite contra nadie. Sin embargo, la clase política se resiste a anular ese paso inútil. Las PASO les ofrecen sin costo para ellos (pero sí para nosotros, los contribuyentes) una encuesta universal y compulsiva capaz de medir con la mayor exactitud posible el temperamento del electorado con vistas a las elecciones de octubre, y que les permitirá ajustar sus estrategias proselitistas a fin de maximizar los resultados. El único inconveniente es que el mercado también va a leer esos resultados y reaccionar en consecuencia. Inconveniente para nosotros, porque los grandes jugadores ya han tomado posiciones para extraer beneficios si es que el mercado se sobresalta exageradamente. El plan conducido por el establishment deja así a los ciudadanos en el peor lugar: los invita a declarar su intención de voto y a respaldar esa intención con su patrimonio.
Pero las cosas no necesariamente deben ser así: ya que debe pagarlas con su dinero, el ciudadano puede usar las PASO a su favor. Naturalmente, los kirchneristas furiosos y los macristas enragés van a votar en masa en apoyo de sus líderes. Pero el sesenta por ciento restante del electorado, ése que no se siente representado por ninguno de los dos polos, no tiene por qué caer en la trampa de la opción, al menos en esta instancia. El voto en las PASO no tiene otro efecto que el que ya señalamos, y no define nada para octubre. Pero brinda una oportunidad única para dejar testimonio del temperamento social. Los candidatos alternativos, desde Biondini a Del Caño, pasando por Gómez Centurión, Lavagna y Espert (si la justicia lo acepta), representan de punta a punta todo el espectro político. Si cada elector votara en estas PASO a conciencia, surgiría como resultado un mapa bastante adecuado de las preferencias políticas populares, que seguramente no son las que proyectan los medios. Y confundiría además al mercado, que lo pensaría dos veces antes de jugar a la timba con los ahorros de todos.
Imagínense ustedes: de aquí hasta octubre los ciudadanos tendrían a los poderes establecidos cortando clavos. La soberanía volvería efectivamente al pueblo, aunque sólo fuera por un par de meses. Ya que la plata hay que gastarla igual, ¿por qué no darse el gusto?
–Santiago González
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