PACTO DE OLIVOS II



Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/pacto-de-olivos-ii/

La elección de Miguel Pichetto como candidato a la vicepresidencia parece el resultado de un pacto entre cúpulas con efectos imprevisibles


La elección por parte de Mauricio Macri del senador peronista Miguel Pichetto para que lo acompañe en la fórmula presidencial con vistas a las elecciones nacionales de octubre corona un proceso más o menos informal de conversaciones con el gobernador de Córdoba Juan Schiaretti que cobró intensidad a partir de mayo cuando el gringo obtuvo un triunfo arrollador en los comicios provinciales y se convirtió en la figura de mayor peso en el campo del peronismo no kirchnerista. Todo parece indicar que, a partir de entonces, el presidente y el gobernador alcanzaron un entendimiento que por sus características y proyecciones se asimila al Pacto de Olivos sellado en 1994 entre el presidente Carlos Menem y el líder radical Raúl Alfonsín.

Como aquel famoso acuerdo alcanzado hace 25 años entre oficialismo y oposición, el entendimiento presente apunta a asegurar la reelección del presidente en ejercicio, e incluye un núcleo de coincidencias básicas cuyo cumplimiento justifica el apoyo político de una parte de la oposición para facilitar la continuidad del oficialismo. A diferencia del pacto alcanzado hace 25 años, no hubo esta vez, o suponemos que no hubo, un documento firmado, y todo quedó confiado a la palabra y el honor de los participantes, lo cual lo vuelve todavía más inestable. Mañero como buen cordobés, Schiaretti se ocupó, después de hablar con Macri en la Casa Rosada, y sin que aparentemente viniera mucho al caso, de divulgar por escrito los puntos básicos de sus condiciones para un acuerdo nacional. Por las dudas.

La buena relación de Pichetto con el macrismo no es nueva y representó un antecedente favorable para el entendimiento logrado. Como jefe de la bancada peronista no kirchnerista en el Senado desempeñó a lo largo de estos cuatro años un papel de negociador incansable entre el oficialismo y la oposición por él representada, de modo que el gobierno de Cambiemos pudo obtener la aprobación legislativa para prácticamente todas las normas que consideró necesarias a fin de adelantar su gestión. En abril, un banco extranjero lo paseó por Wall Street para apaciguar los ánimos alborotados del capital financiero, exhibiéndolo como ejemplo relevante de un peronismo racional. Días antes del sorpresivo anuncio, había dicho públicamente que en un eventual ballotage su voto sería para Cambiemos.


La elección del senador como compañero de fórmula por parte de Macri fue una jugada audaz y ajena a la estrategia original del oficialismo con vistas a las elecciones. Su primera apuesta se apoyó en la idea de polarizar con el kirchnerismo, contando con que el mal recuerdo dejado por el anterior gobierno, continuamente atizado por la prensa adicta, bastara para asegurarle el triunfo. Las encuestas se encargaron de refutar esa idea simplista. Su segundo enfoque persiguió alentar el desarrollo político del llamado “peronismo racional”, para socavar el respaldo a la ex presidente. Pero ésta recuperó rápidamente la iniciativa política al delegar el primer lugar de su fórmula en Alberto Fernández y reservarse la candidatura a la vicepresidencia.

Cristina Kirchner hizo su anuncio el sábado 18 de mayo. El lunes 20 Macri convocó a Pichetto a Olivos, donde mantuvieron un encuentro que sólo se haría público días más tarde. El martes 21 recibió en la Casa Rosada al cordobés Schiaretti, con quien conversó durante casi una hora. Posteriormente, el gobernador dijo vía Twitter que durante el encuentro había ratificado sus requisitos para un acuerdo nacional, y los enumeró: “1) Mantener el equilibrio fiscal. 2) Tomar deuda sólo para obras públicas. 3) Honrar las deudas que se contraen. 4) No aislarse del mundo. 5) Garantizar el federalismo en todo el territorio de nuestra patria, sin resignar los avances alcanzados hasta hoy por las provincias. 6) El Estado debe garantizar la justicia social, ya que no existe por el derrame del mercado”.


A partir de ese momento, las cosas comenzaron a moverse en direcciones imprevistas. Durante una reunión de gabinete mantenida el jueves de esa misma semana, Macri sorprendió a sus ministros con la afirmación de que “necesitamos cien Pichettos en la Argentina” y con un fuerte elogio a “la coherencia del gringo Schiaretti”; describió a ambos como dirigentes confiables que cumplen con lo que dicen, y, según la crónica periodística, los comparó desfavorablemente con las “idas y vueltas” de Roberto Lavagna. Pero el problema con Lavagna era otro que sus alegadas indecisiones: el problema con Lavagna era que su “tercera vía” socavaba el voto macrista, plagado de descontentos, y casi no hacía mella en los apoyos a la fórmula de los dos Fernández.

La llamada Alternativa Federal de peronistas no kirchneristas tenía dos columnas sobre las que apoyarse: la veteranía y la solvencia de Lavagna y el módico poder territorial de Sergio Massa. Luego de su reunión con Macri, Schiaretti, devenido “armador” del peronismo no kirchnerista, se empeñó en condicionar el “armado” a que Lavagna se sometiera a primarias con otros aspirantes de ese campo, cosa a la que el ex ministro se había opuesto clara y firmemente desde un principio, cuando le propusieron encabezar un espacio justicialista alternativo.

Lavagna se mantuvo en sus trece, y más tarde lograría sumar como candidato a vice al gobernador salteño Juan Manuel Urtubey pese a que el macrismo había hecho lo imposible para que siguiera el mismo camino que Pichetto. Pero la suerte de Alternativa Federal, tal como había sido concebida en un principio ya estaba sellada. Los kirchneristas, necesitados de ampliar su base de votantes para lograr una victoria en la primera vuelta, suponiendo con razón que la segunda les será adversa, se dedicaron enseguida a atraer un Sergio Massa que, como Pichetto, ya había dado muestras de predisposición a dejarse seducir. Convencido de que sin Lavagna y Massa juntos Alternativa Federal perdía sus dientes, Schiaretti se fue tranquilamente de vacaciones. Misión cumplida.

La incorporación de un peronista al elenco gobernante fue decisión personal del presidente, contraria al consejo de sus asesores tradicionales, y destinada a provocar un impacto como el que causó Cristina al anunciar su segundo lugar en la fórmula. Pero cuando se le echa una segunda mirada, se revela como un gesto más bien tardío y meramente simbólico, para consumo de los comentaristas de prensa y el establishment en general, como lo prueba la positiva reacción de los mercados y de los medios. Pichetto no trae consigo otra cosa que su condición de peronista, atributo que puede quedar rápidamente olvidado como ha ocurrido con Santilli o con Ritondo, y su reconocida capacidad negociadora, que sólo puede ser útil si el gobierno logra la reelección. Pero para eso tiene que ganar la calle, y resulta difícil discernir en qué lo puede ayudar Pichetto en ese empeño.

El descontento con la gestión de Macri tiene que ver con su probada incompetencia para gobernar, complicada con una soberbia digna de mejor causa, y con la pésima situación económica y social a la que condujo esa misma incompetencia. El descontento tiene que ver también con su adhesión inconsulta a la agenda del progresismo en materia de derechos humanos, de ideología de género y de política cultural. Y tiene que ver además con su matizada adhesión a los principios republicanos que prometió sostener: el presidente se fotografió junto a un empresario procesado por corrupción, y cometió la misma imprudencia al presentarse públicamente junto a un fiscal en rebeldía contra un juez que lo citó en vano en cinco oportunidades. No se ve cómo puede ayudar Pichetto a aplacar ese descontento.

Como quiera que sea, el gobierno decidió por propia voluntad regresar a su primera opción y apostar todo su capital a una polarización con el kirchnerismo, polarización en la que, conviene recordar, todavía se encuentra entre siete y nueve puntos por detrás de su rival. Y que comporta para el oficialismo un riesgo adicional: casi todas las opciones alternativas que puedan quedar en pie –Lavagna, Espert, Gómez Centurión o el voto en blanco– abrevan en su propia base electoral, y amenazan su desempeño en la crítica primera vuelta.

El gobernador cordobés va a tener que hacer algo más que bendecir la candidatura de Pichetto. Casi podría decirse que todo dependerá de su capacidad para volcar al peronismo alternativo detrás de la figura de Macri. Entiéndase: los votos del peronismo alternativo. Ahora bien, los peronistas alternativos podrán ser muy alternativos, pero antes son peronistas. Y los peronistas no hacen favores políticos gratis. Y el votante peronista no es un borrego.

Los pactos entre cúpulas, incluidas las cúpulas peronistas, suelen generar resultados impensados: el Pacto de Olivos I produjo la Constitución del 94, la reelección de Menem , el despilfarro de la convertibilidad, la crisis del 2001, y el kirchnerismo. El kirchnerismo.

–Santiago González


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