SOBERBIA


La característica común de todas las reformas de la policía en las últimas décadas ha sido la soberbia

Autor: Dr. Antonio Bermejo (@JuezBermejo)

Este principio de año, entre un mar de noticias banales, generadas por medios ávidos de pauta oficial, nos encontramos con una ola de homicidios que sacude la ciudad de Rosario. 

Hace años que observamos, pasivamente, la instalación de bandas de narcotraficantes en esa ciudad, bandas que con el tiempo pueden mutar en cárteles, con todo lo que ello implicaría. 



Hemos visto también la connivencia de autoridades políticas y policiales con esas bandas y cómo el narcotráfico ha carcomido toda la institucionalidad de la provincia durante los 12 años de gobierno socialista. 

En sí, la victoria de Perotti (alguien que aparecía como un peronista conservador) en las elecciones fue el resultado de prometer “Paz y orden”, pragmatismo en lugar de ideologismo para enfrentar a este flagelo.

Durante el período socialista la política de seguridad, y más específicamente la policial, estuvo basada en ciertos axiomas que fueron comunes durante casi todo el kirchnerismo:

1. La idea de que el delito es consecuencia casi exclusivamente de las diferencias sociales, por lo tanto, para combatirlo se deben instituir políticas de carácter social.

2. La idea de que la policía es una institución autoritaria, autogobernada, extraña a la sociedad y al Estado, manejado por políticos (ejemplo: http://www.sigloxxieditores.com.ar/fichaLibro.php?libro=978-987-629-664-9, realizado por una consultora del Ministerio de Seguridad).

3. La idea de que la policía debe «someterse al control civil», lo cual implica que está «descontrolada» y que hay que «someterla» [1].

4. La idea de «desmilitarizar». Considerar que per se la estructura jerárquica de carácter militar (que en modo alguno es exclusiva de estas organizaciones) es mala y que debe ser modificada por algo más «horizontal».

5. La idea de debilitar a la institución, sea dividiéndola territorialmente o funcionalmente, creando policías especiales para delitos determinados o dividiendo las funciones de seguridad y la judicial o de investigaciones.

Sobre estas premisas se construyeron las inmensas reformas policiales del siglo XXI. Su justificación fue siempre la misma: son instituciones no democráticas, fueron cómplices de la «Dictadura» (sic), hay que someterlas al control civil (eufemismo de dominio por parte de la casta política), corruptas, etc. 



Y así, vimos las inmensas purgas de Arslanián en la Bonaerense y los cambios en las policías de Santa Fe, Mendoza, San Luis y otras más chicas, siempre con pésimos resultados. ¿Y por qué? Porque la característica común de todas estas reformas ha sido la soberbia.


La soberbia

Uno de los siete pecados capitales, se la podría definir de mil maneras, pero intentemos una: es un sentimiento de superioridad por sobre los demás que termina en un trato despreciativo hacia ellos. Y, en lo que nos incumbe, es extremadamente común en los círculos políticos y académicos, que medran en el sentimiento de superioridad hacia aquellos que no pertenecen a dichos círculos.

Así, las políticas de seguridad y las reformas policiales del siglo XXI fueron llevadas a cabo por soberbios, sin consultar a las propias fuerzas a las que se quiso reformar. Yo me pregunto, ¿cómo es posible que un diseñador de políticas no se informe con aquellos que viven el día a día de la actividad? ¿Quién más que un camionero que circula a diario por una ruta va a saber el estado de ella y las mejoras urgentes y necesarias? ¿Quién más que la fuerza policial provincial, que debe confrontar con el delito en un área geográfica determinada, puede explicar cuáles son los problemas que se tienen?
Verbitsky y Saín exponen en el Senado.
Recuerdo muy claramente una escena de la serie Chernobyl: un hombre flaquito, de traje, que se identifica como Ministro de las Industrias del Carbón, va a pedirle a un montón de mineros de carbón sucios ayuda para cavar un túnel. Después de una breve discusión, aceptan, no sin antes ensuciarlo al hombre, diciéndole «ahora sí se puede llamar Ministro de Carbón» [2]. Me dio una impresión de lejanía absoluta entre la casta política (los famosos aparattchik soviéticos, no muy distintos a la casta que nos gobierna) y el obrero común y corriente. Situación muy similar se da en todos los ámbitos, una casta apartada que, cuando tiene poder, trata con soberbia a sus gobernados.


Reformas inútiles

Entre las reformas que se realizaron una de las más promocionadas fue la unificación de los cuadros de oficiales y suboficiales. No siempre estuvieron divididos entre ambos cuadros las policías del país e incluso en gran parte de los países del mundo no lo están. Cada uno puede tener una opinión distinta (para mí ayuda a diferenciar las funciones de comando de las puramente operativas, sin que ello implique un menoscabo de las capacidades del personal subalterno), pero el caso aquí es que se hizo por mera propaganda, por mera ideologización, por crear una policía «igualitaria». Y los resultados fueron similares en todo el país: un profundo resentimiento al momento de unificar, ya que se arruinaron muchos planes de carrera (se cambiaron las condiciones a mitad de camino); una concentración enorme de efectivos en los grados inferiores, sin posibilidad de tener «válvula de escape»; y, generalmente, mucha arbitrariedad política en el otorgamiento de los grados. Nada molesta más que esto último, ver como alguien, por cercanía con el ministro de turno, asciende de forma antirreglamentaria [3].

Otra mencionada de forma constante es la elección de «un civil» para el cargo de Jefe de la Policía. Absolutamente inútil, ya que el gobierno político está garantizado en la figura del Ministro de Seguridad. Y dañino, ya que el cargo de jefe implica conocer los códigos, la organización y las personas que van a ser subalternos.


Siempre el mismo resultado

Para finalizar, vemos que estas reformas, dictadas desde los púlpitos de las academias, siempre terminan en lo mismo: una Policía desmoralizada que hace mal su trabajo, la contaminación de esta con toda la crapulencia y corrupción política, reclamos ciudadanos ante la ola de delitos, y, finalmente, el pedido desesperado al Gobierno Nacional para que envíe a la más militarizada de las fuerzas: la Gendarmería. Porque la gente que se levanta todos los días a las 6 de la mañana no le interesa ni la Dictadura Militar ni nada de eso. Solo quiere ir y volver tranquilo a su trabajo, y si para sentirse seguro necesita que le pongan un tanque de guerra en la puerta de la casa, lo va a pedir.

Obviamente, la soberbia no cede nunca. La culpa nunca es del ministro, sino es de que «la Policía aliada al delito no me dejó gobernar», «toqué intereses y me echaron», etc. Esta ha sido la constante durante estos 20 años, y, por lo visto, va a seguir siendo así.


Falta de visión

Esta forma de gobernar, a través de reformas fracasadas y sucesivos parches, han corrido a las fuerzas especializadas en un determinado territorio de su lugar de trabajo. La GNA, en lugar de para cargamentos en la frontera está patrullando las calles de Villa Gdor. Gálvez. La Prefectura, en lugar de proteger los millones de km2 de mar, está pidiendo documentos en la Gral. Paz. La PFA no puede terminar de convertirse en una fuerza dedicada a la investigación, ya que debe tapar los baches en las provincias. Para tapar los baches generados por los otros baches (valga la redundancia), se envían a las FFAA sin un marco legal que las ampare, a hacer presencia. Así discurre nuestra política de seguridad, entre la soberbia y la desesperación.


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Notas:
[1] Según la Real Academia Española, someter es:
      1. tr. Sujetar, humillar a una persona, una tropa o una facción.
      2. tr. Conquistar, subyugar, pacificar un pueblo, provincia, etc.


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