TRUMP Y LA CASTA

 ¿Es posible sanar y sanear la democracia desde dentro de sí misma?



Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Su soledad, y su vulnerabilidad, resultaron evidentes este año con la puesta en escena de la pandemia del virus corona.

En uno de sus últimos actos de campaña, en las afueras de Filadelfia, Donald Trump la emprendió contra los “Washington insiders”, lo que nosotros llamamos “la casta política”. Los acusó de ponerle trabas desde un principio “porque no son dueños de mi persona y no me controlan. Y lo que quieren es control. No les gusta lo que hago.” Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos desde fuera de la política, sin una carrera política, y siempre trató de mantener esa distancia. ¿No les parezco un político típico?, le preguntó a su auditorio. “La razón es muy simple: no soy un político.”

En los Estados Unidos, como en todo el mundo, la democracia republicana degeneró en un mundillo autosuficiente de políticos con intereses creados, por encima y más allá de cualquier identidad partidaria o ideológica, que funciona como una compleja y bien lubricada caja de engranajes. Trump apareció allí como una ruedita suelta, cuya misma excentricidad amenaza con trabar todo el conjunto, e incluso hacerlo saltar por el aire si las presiones acumuladas ganan suficiente fuerza.

Si Trump no logra mantenerse en el poder durante otros cuatro años no será por falta de apoyo popular como inducen a creer los titulares periodísticos. De hecho, su respaldo aumentó en más del 10% respecto de 2016: 70,5 millones de votos frente a 62,9 de entonces. Si Trump pierde el poder en esta instancia será por obra y gracia de la casta política, de la gran prensa, y de la poderosa madeja de intereses que se adueñó a la vez de la política y de la prensa.

Si Trump no logra mantenerse en el poder durante otros cuatro años no será por falta de apoyo popular.

En esa casta política, entre esos mismos “Washington insiders”, estaban los miembros del Partido Republicano con cuya boleta Trump llegó a la Casa Blanca. Los republicanos nunca lo reconocieron como propio, y comenzaron a tomar distancia tan pronto el presidente demostró que -cosa insólita- estaba dispuesto a llevar a la práctica lo que había prometido en la campaña: gobernar para el pueblo de los Estados Unidos.

Cuanto más eficaz demostraba ser su gestión, cuando el desempleo se redujo a niveles mínimos y la actividad económica se recuperó saludablemente, cuando el país se liberó de compromisos ideológicos internacionales contrarios a sus propios intereses, cuando su misma intervención personal logró evitar embarcar a los Estados Unidos en nuevas guerras, como en Corea del Norte o Irán, más arreció la campaña de la prensa en su contra y más deserciones afrontó en su propio partido.

Su soledad, y su vulnerabilidad, resultaron evidentes este año con la puesta en escena de la pandemia del virus corona: vimos a un presidente debatirse durante meses entre sus propias (acertadas) intuiciones, la falta de asesoría confiable, y la acción de quintacolumnistas de los laboratorios enquistados desde hace décadas en el gobierno estadounidense e inmunes a los cambios políticos.

Trump acometió la campaña electoral desde el fondo de las encuestas y sin apoyo partidario.

Mientras los demócratas estrechaban filas sin chistar detrás de la candidatura improbable de Joe Biden, los republicanos se jactaban de abandonar las filas partidarias. Una página de Wikipedia especialmente dedicada a ellos enumera por lo menos tres agrupamientos de desertores notorios. El jefe del bloque de senadores republicanos Mitch McConnell no figura en las listas pero merecería estar.

Trump acometió la campaña electoral desde el fondo de las encuestas y sin apoyo partidario. Se presentó en la mayoría de los mitines acompañado de miembros de su familia, y de algunos candidatos locales obligados a hacerlo. El presidente tuvo que hacer de la necesidad virtud, y centrar la atención en su propia figura. “Desde el momento en que dejé mi vida atrás, y era una vida muy buena, no he hecho más que luchar por ustedes”, dijo a sus votantes. “Vienen por mí porque lucho por ustedes.” La prensa lo acusó de un “personalismo” destinado a ahuyentar al “votante independiente”.

La ausencia del Partido Republicano resultó igualmente notoria en el predicamento que envuelve a Trump como consecuencia de las numerosas irregularidades denunciadas en la consulta sobre su reelección, especialmente con el voto por correo que, misteriosamente distinto de todos los promedios nacionales, favorece abrumadoramente a Biden en los distritos críticos. El trabajo de inteligencia necesario para prever y neutralizar esas maniobras debió venir de su partido.

El presidente tuvo que hacer de la necesidad virtud, y centrar la atención en su propia figura. 

Cuando todo parece depender ahora de las disputas judiciales, algunos republicanos leales a Trump han lanzado urgentes llamados a los miembros del partido, especialmente a quienes le deben su ingreso a la función pública, para que se pronuncien en defensa del presidente. Tal vez hubo otras, pero este cronista sólo escuchó la voz de Rudy Giuliani, el ex alcalde de Nueva York. Desde su propio entorno se dice a la prensa que el presidente está cansado, triste y decepcionado, y se le sugiere que acepte la derrota con la entereza de Al Gore, otra víctima del fraude.

Mientras tanto, legisladores republicanos ya andan en tratativas con los demócratas para aliviar las restricciones impuestas por Trump a la inmigración, algo que seguramente va a beneficiar a las grandes corporaciones al aumentar la oferta laboral, y a deteriorar las remuneraciones de los trabajadores estadounidenses. Los engranajes de la casta vuelven a ponerse en movimiento.

Pero mientras las cúpulas avizoran una saludable recuperación de los negocios compartidos, la grieta que profundizaron en torno de Trump permitió la emergencia de algunos jugadores incómodos y amenazadores. La ascendente Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo, una legisladora demócrata ultrakirchnerista, llamó a elaborar listas negras de seguidores y simpatizantes del presidente. La idea es peligrosa en una sociedad dividida por mitades, pero a la generación millenial le pareció bien.

 ¿Es posible sanar y sanear una democracia republicana enferma y corrupta desde dentro de sí misma? 

La reelección de Trump podrá resolverse en uno u otro sentido, por la vía política o por la vía judicial, pero ya a esta altura deja un interrogante pendiente: ¿es posible sanar y sanear una democracia republicana enferma y corrupta desde dentro de sí misma? Es una de las preguntas peligrosas que plantea este tiempo a casi todas las sociedades del mundo occidental.


–Santiago González

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