EVITAR EL MAL MAYOR

EVITAR EL MAL MAYOR
Autor: Occam (@corraldelobos)

Todo lo que está mal. Olavarría borra su sombra autoritaria. Todos permiten, todos asisten. El despropósito físico. La sociedad barrabravizada. El divorcio entre teoría y realidad: La confianza en el buen salvaje. Privatización del espacio y de la ganancia, publicización de las pérdidas. El Estado silente. El Estado petrificado. El Estado gamba. Siempre todo se reduce a evitar el mal mayor.
Se me ocurren muchas cosas sobre lo acontecido en Olavarría, que resumiéndolas, diría que hemos asistido otra vez a la expresión de todo lo que está mal.
Lo primero que está mal es la habilitación que dio la intendencia de Olavarría, quizás presionada por su “oscuro pasado”. En efecto, Eseverri padre (intendente radical al que sucedió su hijo José, que fue radical, sciolista, massista, otra vez sciolista para perder con Ezequiel Galli, del PRO, que por suerte para él, “no se siente responsable de nada de lo que pasó”) había prohibido un recital de los Redondos en 1997, por los mismos motivos que ahora la realidad nos arrostra. En ese entonces toda la prensa habló de la censura al arte en democracia, los músicos hicieron una conferencia de prensa desde el Hotel Savoy de esa ciudad victimizándose, y los medios no pararon de escandalizarse por tanto autoritarismo monstruoso. Por eso Olavarría tenía el imperativo de cambiar, de borrar esa sombra autoritaria que los medios recordaban hasta minutos antes del comienzo del show, de mostrarse receptiva a un proyecto desaforado, la misa ricotera más grande del mundo.
“Autoritario” es la mácula más rotunda que le pueden endilgar a un político (ni qué hablar a toda una ciudad). Para no ser autoritario, uno tiene que ser ciegamente permisivo. Porque cualquier condición de mesura o racionalidad puede llevarnos nuevamente a merecer el rótulo, si no otros peores, como “fascista”, “castrador”, “gorra”, “dictador”.
Tampoco los padres quieren ser autoritarios. Cualquier cosa menos eso, por favor. Ayer buscaban desesperados, pedían que se difundiera por las redes, la foto de Ayrton, de Jhonatan, de Brenda, de Melanie, de 14, de 15, de 16 años. ¡Cómo puede ser que no aparezcan! Tiene que haber responsables. El intendente, la organización, la gobernadora, el Indio, la terminal de ómnibus, la empresa de telefonía celular, la policía… Ellos no, nunca. Ellos cumplen una misión vagamente asistencial con los hijos (como también es asistencial la misión de la Iglesia, la del Estado, la de la escuela… todos asisten), pero no les pidas más. Los chicos mandan. A lo sumo, si se posicionan como compinches, como padres gambas, pueden agradecer que les concedan alguna infidencia, que los participen de alguna cosa, que les comenten de algún noviazgo, o de alguna nueva amistad. Nada más. Los nenes se definen en las redes como “parranderos”, “locos”, “pastilleros”, “de la cabeza”, “vagos”, “borrachos”… en contra de los “giles”, los “caretas”, los “ortibas”. La sociedad barrabravizada.
Al último recital de los Redondos al que fui fue el de River en 2000, el segundo día. (En el primero fue cuando en el campo apuñalaron a uno en el pecho con un chuchillo de cocina). Un bardo para entrar, corridas, la policía montada cargando por entre los árboles en Figueroa Alcorta, nosotros escondiéndonos tras esos árboles para que los caballos no nos arrollen, parecía una carga medieval. Los cabeza de tacho se reagrupaban, se trataban de confundir entre la multitud pacífica y desde allí contraatacaban, tirándole las botellas de turbio contenido a los canas y atrayendo sobre todos los boludos que estábamos alrededor luego los palazos... Fue la única vez que los vi desde arriba. Platea segunda bandeja. Siempre había ido al campo. La gente no es solidaria. Más bien es re turra. Los de arriba tiraban las bengalas a los de abajo. El recital estuvo muy bueno, de los mejores. Desde arriba uno lo ve más aliviado. El piso es infernal.
El piso es infernal siempre. En pocos recitales se respeta el espacio. La última vez que disfruté parado en el campo fue con The Cure en 2013. Pero por lo general la gente se empuja, se amontona, quiere ir para adelante, acercarse al maestro de ceremonias y empatizar con los gestos de su rostro, saltar y cantar a los gritos mirándolo a los ojos, estirando la mano como para tocarlo.
Ya en una cancha de fútbol, un campo de 90 x 60 en donde no hay más de 20.000 personas, se siente el “calor humano”. Además del tufo y el humo de los porros, uno se tiene que poner en puntas de pie para aspirar un poco de aire fresco. Ni hablar si uno está más adelante, más cerca del escenario. Allí tiene además que soportar la opresión de los que vienen empujando desde atrás. Si uno se siente sofocado y quiere salir, debe luchar contra torsos y brazos que se cierran a su paso, para recorrer muchos metros hasta un lugar más holgado y fresco.
Qué decir ante un panorama con 300.000 personas, todas intentando acercarse al ídolo, y donde el que quiera salir debe recorrer forzadamente no menos de 100 metros.
Hacer un recital para 100.000 personas es un despropósito, no tiene en consideración ni mínimamente el bienestar humano, y es imposible de controlar desde un esquema de seguridad periférico. Hacer uno para 300.000 personas es directamente un delirio. A ninguna persona en su sano juicio se le puede ocurrir proponerlo y a ninguna otra permitirlo. Aunque el predio sea infinito, una planicie patagónica ilimitada. Lo que es limitado es el espacio que hay delante del escenario, en donde todos quieren estar.
El Indio desde siempre (y no ha aprendido nada de todos los episodios anteriores) ha insistido, desde su anarquismo cándido y primal, en apelar a la bondad humana, a la solidaridad, al concepto del “buen salvaje” rousseauniano. Pero parece que el salvaje es sólo salvaje. No tiene nada de bueno. Y mucho menos, en las enormes aglomeraciones humanas. Y menos que menos, si está completamente pasado de fernet, de pastillas y de falopa.
Pero sobre todo, lo principal es que es salvaje. Salvaje es el animal que no está domesticado y vive en libertad. Konrad Lorenz decía que la domesticidad era una de las características definitorias del ser humano. Si al resto de los animales los domestica el hombre, al hombre lo domestica la sociedad. Nietzsche ha desarrollado acabadamente en Genealogía de la Moral los mecanismos (a veces muy crueles) con que se domesticó al hombre a través de milenios. El propósito principal era el de estimular su memoria. Que recordara la palabra empeñada.
El Indio dijo ayer, en un momento de desesperación ante los desmanes: “Habíamos quedado en que nos cuidábamos entre todos”. Pero con los salvajes no hay palabra empeñada. Es más, ni siquiera hay palabra, por el empobrecimiento intelectual de la barrabravización. Un léxico limitado a dos docenas de vocablos no puede generar pensamiento abstracto. Mucho menos capacidad de previsión.
En Antropología ponen como el punto significativo del proceso de hominización la adquisición de la capacidad de prever. Ello ocurrió cuando se encontraron en Tanzania, en un yacimiento de homo hábilis, raspadores hechos con una piedra que se consigue a 40 km de allí. Quiere decir que esos monos con una capacidad craneana de 600 cc recorrían 80 km para buscar los materiales para hacer utensilios que iban a usar después cuando los necesitaran. Los simios mayores, nuestros parientes más cercanos en el árbol evolutivo, también usan herramientas (palitos para sacar termitas, por ejemplo), pero manotean lo que tienen a mano cuando necesitan. No prevén.
Ya de Gualeguaychú muchos se volvieron caminando, porque no conseguían pasaje de micro. En Olavarría lo mismo (quizás incluso los mismos que ya se habían clavado en Gualeguaychú). Fueron a un recital con 300.000 personas y pretendían comprar el pasaje de vuelta a la mañana siguiente en la terminal de ómnibus. En una ciudad pequeña de la que sale un puñado de servicios por día. Todo improvisar, todo “ver qué onda”. Después vemos. Lo importante es llegar, después vemos cómo hacemos para comer, para abrigarnos, para volver. Lo importante es tener hijos, luego vemos cómo los alimentamos, o dónde los dejamos cuando queremos salir a bailar. Lo importante es conseguir una dosis, después vemos dónde terminamos y qué hacemos para “rescatarnos”.
Pero Solari, un tipo inteligente y culto, es, además de una víctima del solipsismo que lo lleva al yerro constante, una víctima del progresismo, que lo lleva a sacrificar la realidad en el ara del presupuesto ideológico.
Y del presupuesto económico también. Porque también lógicamente, si uno aspira a tocar para 300.000 personas, va a tener que hacer al menos 6 recitales para 50.000. Y si encima hay algunos fanáticos que repiten, tendrá que terminar haciendo 7 u 8. En vez de tocar una vez por año, tendrá que tocar una vez por bimestre al menos. Y si los lugares le desbordan, tendrá que cobrar más caro. Ley de oferta y demanda. Pero a Maradona nadie le dice a nada que no, y al Indio tampoco. Mucho menos el Estado. El Estado “presente” solamente acompaña, permite, acepta, tolera. El Estado silente.
Nadie quiere ejercer autoridad. Nadie puede decir NO. Solamente “ayudan”. La Municipalidad de Olavarría poniendo camiones volcadores para transportar gente que no tenía cómo volver, en contra de toda la normativa de tránsito y transporte que prohíbe terminantemente trasladar personas en las bodegas de los vehículos. Un peligro tremendo. Pero todo hecho con buenas intenciones. Para ayudar.
El kirchnerismo propició este fenómeno de masas porque tiene un concepto vulgar y prejuicioso de lo popular. Digo que lo propició, porque lo eximió de IVA, y tampoco las provincias lo gravan con Ingresos Brutos. Entonces es una máquina de fabricar plata fácil. Solamente se pagan Ganancias, pero como se venden entradas en negro, y como si se coteja las entradas declaradas con la cantidad de público, siempre se puede apelar al argumento de que se los dejó entrar gratis por cuestiones de seguridad (para evitar un mal mayor) tampoco se paga casi nada por ese concepto.
A cambio el Estado silente, el que quiere “ayudar”, gasta millones de los contribuyentes en policía, en médicos, en infraestructura destruida, en higiene urbana, en la perturbación de la paz de los vecinos. Privatización del espacio, privatización de las ganancias; publicización de las pérdidas.
La lucha contra el narcotráfico no se puede agotar en las fronteras. Es más, allí recién empieza. Debe atacarse el consumo. Si no hay consumo no hay negocio. Si no hay oportunidad, no hay consumo. El consumo se desata en estos eventos en los que se libera al caos el tiempo y el espacio. Se vende marihuana y cocaína como caramelos. La cocaína y el alcohol siempre van juntos, y el alcohol se vende a viva voz en todos los alrededores e incluso adentro.
El concepto del Estado silente, el Estado gamba, canchero, comprensivo, que te habla de vos, es observar sin intervenir, poner policía en las inmediaciones, que no puede ni quiere actuar ante las transgresiones que ve. El Estado petrificado. Adentro hay seguridad privada, sin poder de policía. Afuera hay policía, sin capacidad para garantizar la seguridad a los privados.
Amplias zonas liberadas, no-go zones, oficialmente liberadas. Nadie se pone colorado al reconocerlo. Porque todo es para evitar un mal mayor. No hay policía incautando drogas ni alcohol ni deteniendo a los que están sacados, o meando fuera de los baños químicos, porque la presencia de la policía podría ser considerada una provocación por la muchedumbre y desencadenar en mayor violencia. No se cierran las puertas porque los que quedaron afuera pueden ocasionar desmanes, no se le dice al nene que no vaya si no tiene entrada o pasaje de vuelta porque se puede enojar y escaparse, no se le dice al hijo que pare con el vicio porque puede romperle toda la casa, no se le dice al Indio que no puede hacer un recital para 300.000 personas porque puede disgustarse y convocar una conferencia de prensa. Siempre se está evitando un mal mayor.
Ya al poco rato de comenzado el recital había desmayados que eran pisoteados por la marea humana, había pungas que arrebataban y pegaban sopapos, tal vez ya había muertos. Pero el Indio siguió tocando. Para evitar un mal mayor. Si lo hubiera suspendido, las consecuencias habrían sido dantescas.
Siempre se evita el mal mayor, siempre se “ayuda”. Nunca se interviene para procurar el bien, para proveer al bienestar general. Nunca se prevé, sólo se improvisa. Estamos enfermos y no queremos curarnos. Sólo tratamos de evitar (y casi nunca con éxito) que la enfermedad se agrave y nos termine matando.

* * *
* * *


Entradas populares

Traducir